El evangelio de este domingo (Mc 9, 30-37) se desarrolla en la región de Galilea. Los discípulos ya han reconocido que Jesús es el Mesías, ahora deben comprender qué tipo de Mesías es y cómo desempeñará su mesianismo. Por eso el texto bíblico dice que Jesús “iba enseñando a sus discípulos”. El texto bíblico que escucharemos trata dos asuntos importantes que tienen que ver con lo que es fundamental en la vida cristiana. El primero habla de la identidad de Jesús; el segundo de la identidad de los discípulos.
Para desarrollar el primer asunto, se nos presenta el segundo anuncio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; lo matarán, pero a los tres días de haber muerto resucitará” (Mc 9, 31). Jesús es el mesías esperado, él es el enviado de Dios para salvar al mundo, pero su mesianismo lo desempeñará desde la entrega de su vida para rescatar a todos.
Por medio de este anuncio, Jesús explica a sus discípulos cómo vivirá su mesianismo; no es un mesianismo triunfalista sino un mesianismo vivido en la expresión máxima de obediencia y docilidad a la voluntad del Padre. Jesús resucitará y vencerá la muerte pero antes debe pasar por la experiencia amarga de la cruz. Vencerá las tinieblas de la muerte desde la donación de su propia existencia.
La identidad de los discípulos viene presentada con la enseñanza que Jesús ofrece sobre el servicio y sobre la acogida de lo pequeño. Para un discípulo de Cristo la autoridad debe ser entendida no como ostentación de poder, dominio o exaltación de sí mismo, sino como servicio a los demás. El primero en el reino de Dios es quien sabe colocarse con humildad en el último grado para hacerse siervo de los demás; como Cristo que se ha colocado en el último lugar y se puso a lavarles los pies a sus discípulos.
El más grande a los ojos de Dios es quien se hace pequeño para acoger a los pequeños y a los humildes, para hacerse solidario con los que no cuentan a los ojos del mundo.
La grandeza entonces de un discípulo se mide por el servicio. Un discípulo de Cristo no puede dejarse alucinar por las seducciones del poder que mal entendido puede llevar a una persona a servirse de los demás. La autoridad de un seguidor de Cristo radica en el servicio y la entrega, como Jesús que no ha venido a ser servido sino a servir.
Dios ha querido salvar a la humanidad desde lo insignificante, ha escogido lo pequeño para mostrar su grandeza y salvar a la humanidad. Asumiendo la fragilidad humana, Dios ha redimido a la humanidad. Así ha sido la historia de las múltiples actuaciones en la Historia de Salvación. Por eso Jesús toma a un niño y lo pone en el centro para señalar cual debe ser la identidad del discípulo.