El evangelio que escucharemos este V domingo de cuaresma (Jn 12, 20-33) nos presenta el episodio donde “unos griegos” se acercan al apóstol Felipe para hacerle esta súplica: “Quisiéramos ver a Jesús”.
Esto da la oportunidad a Jesús para referirse al momento de su Pasión, Muerte y Resurrección y al sentido que ésta tiene. Este momento viene presentado como “la hora del Hijo del Hombre” que al mismo tiempo es el momento de glorificación del hijo de Dios. A Jesús nadie le quita la vida, él la ofrece voluntariamente, como él mismo lo dice, por eso el momento de la cruz es un verdadero triunfo de Dios, es LA HORA DE LA GLORIFICACIÓN DEL HIJO DE DIOS.
Jesús utiliza además una imagen para hablar de la Hora del Hijo del Hombre y su significado: “Si el grano de trigo no muere queda infecundo, pero si muere, producirá mucho fruto” (12, 24) Mediante esta pequeña parábola Jesús define el significado y el valor de su muerte redentora. Es una muerte que no es un fracaso sino un triunfo, una fuente que produce vida para todos los hombres.
Jesús como el grano de trigo que muere para dar mucho fruto, ofrece en la cruz su vida para ser “causa de salvación eterna para todos los que lo obedecen” (Heb 5, 9). De esta manera, la cruz de Jesús, lejos de ser entendida como un instrumento que acaba con un proyecto salvífico, se convierte en un instrumento de salvación, es el trono de Jesús desde donde él juzga a la humanidad. Ahí en la cruz perdonará a sus “enemigos” y reconciliará a todos con Dios. Desde la cruz, él ofrecerá un sacrificio perfecto. En la Cruz, el Hijo de Dios, vence al príncipe de este mundo, a Satanás. Así lo revela en el pasaje evangélico que escucharemos este domingo: “Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 33).
En el discurso de Jesús hay también una parte que se refiere a los discípulos, y en ese sentido a cada uno de nosotros que somos discípulos de Jesús. Un discípulo es aquel que sigue al maestro y recorre su mismo sendero. “El que quiera servirme que me siga, para que donde yo esté, esté también mi servidor”. (Jn 12, 26). Por lo tanto, donde estuvo Jesús, ahí debe estar también el discípulo. De esta manera, el discípulo debe pasar también por el calvario, debe llevar con Cristo su cruz para alcanzar también con él la gloria. Jesús está también en cada hermano que sufre.
El discípulo debe creer además en el valor de la fecundidad del sacrificio, en el saber donarse por amor, en el perderse para encontrarse, en el saber morir para vivir y comunicar la vida. Esto lo llevamos a cabo en la familia, en el trabajo, y en la vida ordinaria. No es recorriendo el camino del orgullo, de la soberbia, del egoísmo, de la satisfacción de los propios instintos como se construye la vida que Dios nos propone, sino en el camino opuesto, difícil pero fecundo del sacrificio y de la renuncia, de la negación de sí, en la donación de sí por amor.
En conclusión, todo discípulo debe ser grano de trigo que muere para dar fruto, destruir o quitar dentro de sí, todo aquello que es desordenado y que lo aleja de Dios; debe saber anteponer la gloria de Dios y el bien de sus hermanos a cualquier otra cosa. Es de esta manera como podremos ver a Dios.