¿Qué tan abiertos estamos a la revelación de Jesús?

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XIV Domingo del tiempo Ordinario.

Jesús se inserta en la historia para redimir a la humanidad, pero también

para darnos a conocer el rostro del Padre. Su misión la realiza con el pueblo

elegido y se encuentra que en aquel pueblo existen clases de personas: Están

los letrados, los instruidos y los practicantes de la ley, está también el pueblo

sencillo, que lucha a brazo partido por salir adelante ante tanta pobreza, tanto

impuesto que hay que pagar. Aquellas personas sencillas carentes de todo, son

las que comprenden el mensaje de Jesús y encontramos a los líderes religiosos

con un corazón satisfecho, cerrado al mensaje de Dios.

En este domingo, contemplamos a Jesús que valora a la gente sencilla; da

gracias a su Padre por disponer esos corazones que son capaces de comprender,

y lo expresa así: “Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra,

porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las

has revelado a la gente sencilla. Jesús les muestra la manera que tiene

Dios para revelar sus cosas. Esa gente ignorante, que no tiene acceso a grandes

conocimientos, esos que no cuentan en la religión del templo, son los que se

están abriendo a Dios con un corazón limpio, tienen disponibilidad para ser

enseñados por Jesús.

Por otro lado, los “sabios y entendidos”, no entienden nada, tienen una

visión prefabricada de Dios, una visión muy docta o teológica. Ellos creen

saberlo todo, por tanto, están cerrados al mensaje de Jesús; aquella visión

cerrada y sus corazones endurecidos están incapacitados para abrirse a la

revelación de Jesús. Quienes se creen entendidos, frecuentemente se

convierten en soberbios y autosuficientes.

A Jesús no le basta alabar a aquellas personas sencillas, sigue pensando en

ellas; están oprimidas por los poderosos y no encuentran alivio, ni consuelo en

la religión del templo, su vida es dura. Jesús les hace tres llamadas:

1-Primera llamada: “Vengan a mí, todos los que están cansados y

agobiados”Jesús nota a las personas cansadas y agobiadas por las cargas

de la vida humana y religiosa; no ven alegría por ningún lado. Jesús desea

aliviar esa carga que llevan sobre sus hombros. La cercanía con Jesús

provoca el alivio esperanzador. Jesús convoca a quienes se sienten cansados,

trabajados, cargados, agobiados, deprimidos.

2-

Segunda llamada: “Tomen mi yugo sobre ustedes”Jesús los invita a
cambiar de yugo; que abandonen el de los sabios y entendidos, ya que no es
ligero y cargar con el de Jesús, que es ligero, ya que hace vivir la vida de

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3-

manera distinta; no porque Jesús exija menos, tal vez exija más, pero de una

manera diferente; exige lo esencial: el amor.

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Tercera llamada“Aprendan de mí, que soy manso y humilde de

corazón”Esta es una de las rarísimas veces en que Jesús se presenta como

modelo y pide explícitamente la imitación, lo hace a propósito de la humildad

y de la mansedumbre; el manso no es un resignado, un impotente incapaz de

afrontar los problemas más arduos y de tomar decisiones frente a la

injusticia, la mentira, la hipocresía, porque a la mansedumbre se llega a

través de un trabajo severo y paciente sobre sí mismo, y para alcanzar la

mansedumbre hace falta fuerza. Jesús invita a vivir la religión con su

espíritu; Jesús no complica la vida, la hace más sencilla; no oprime, ayuda a

vivir de manera más digna y humana. Es un descanso encontrarse con Él. Si

conseguimos aprender esa primera y sencilla lección de Jesucristo

hallaremos el descanso y la paz, todo será entonces soportable, hasta la

mayor preocupación y el más grande agobio, se disipará si nos abandonamos

como niños en los brazos de nuestro Padre Dios.

Este Evangelio nos deja un fuerte cuestionamiento, sobre todo, a los que

hemos tenido la oportunidad de conocer un poco más de doctrina, a Obispos,

sacerdotes, ya que tendemos a racionalizar, teorizar y sacar elucubraciones

teológicas muy elaboradas, que en lugar de ayudar, muchas veces hacen

complicada la fe. De allí que nos cuestionemos: ¿Qué tan abiertos estamos a la

revelación de Jesús? ¿Cargamos su yugo? ¿Aliviamos la carga de los demás o

se las hacemos más pesada?.

Hermanos, como en los tiempos de Jesús, las personas siguen cargando

pesadas cargas, se nota el cansancio en los rostros. La cultura actual nos exige

más trabajo para sacar los recursos para tantos gastos; así las personas se van

llenando de trabajo y de cansancio, esperando un periodo de vacaciones para

que haciendo una pausa del trabajo, puedan recuperarse para seguir adelante

en la vida. Muchas veces, esos periodos no bastan y ¿por qué no bastan?,

porque son cansancios que no se curan con vacaciones, podemos ganar algún

descanso humano, pero no pueden darnos el descanso interior, la paz del

corazón y la tranquilidad del espíritu. Ese descanso sólo se consigue

acercándose a Jesús y cargando su yugo; debemos aprender de Él.

Papás, mamás, si han notado un cierto cansancio en sus hijos, un cierto

fastidio de la vida; si los han escuchado decir: “estoy aburrido”, y ellos no hacen

nada, esfuércense por acercarlos a Jesús; enséñenles que el yugo de Jesús es

distinto porque el traer celular y estar conectados al mundo exterior todo el día,

eso cansa y aburre. Y Jesús nos dice a todos: “Vengan a mí, todos los que

están cansados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré.

Hermanos, les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu

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Santo. ¡Feliz domingo para todos!.

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan