¿Qué podemos hacer los católicos ante lo de Teuchitlán?

Editorial ACN Nº153

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Los recientes hechos de horror sobre Teuchitlán, Jalisco, y los miles de desaparecidos en este país, han suscitado un mar de opiniones y ríos de tinta acerca de las soluciones y salidas. Las polémicas y las desgarradoras luchas entre facciones de partidos, sin duda, han puesto este doloroso tema en la arena de lo político dando margen para que todos se laven las manos y los culpables se paseen de manera impune, sin que la realidad mejore, se repare el daño y haya la justicia debida.

Por otro lado, las decenas de colectivos de víctimas caminan por el país explorando pulgada por pulgada, centímetro tras centímetro, inhóspitas, pedregosas y estériles tierras que esconden los restos humanos que podrían representar el final, pero son esperanza de la certidumbre y del derecho a saber. Todas esas madres y familiares, padres y amistades, no quieren ni buscan más saber de aberrante política ni de soluciones construidas desde el escritorio. Muchas lo han dicho y así lo han publicado a pesar de las amenazas e inhumanas advertencias de los hacedores del mal de cesar en su empeño y que, de persistir, serían asesinadas… lo único que quieren es que sus hijos regresen a casa y vivir en paz.

Entre ese drama, ocho jóvenes pertenecientes a un grupo juvenil de la diócesis de Irapuato fueron acribillados. Como siempre, preguntas sin respuestas. ¿Por qué ellos? ¿Quiénes los asesinaron con tal sadismo y horror?

Las preguntas surgen por miles y las respuestas, pueden contarse difícilmente con los dedos de la mano, pero surge otra cuestión que nos lleva nuestra misma vida y trascendencia. Los creyentes en Cristo saben iluminar con paz y esperanza su realidad y hacer cada instante de la vida como un gesto de oración. Si la realidad está vuelta de cabeza y de cara al mal, es porque ya en las casas, entre amigos, en las escuelas o porque nosotros mismos, hemos olvidado el diálogo sincero con Dios.

Y es necesario construir lugares de esperanza desde el espacio que nos toca. Los obispos de México lo han descrito en el Proyecto Global de Pastoral PGP 2031-2033: “Dios nos está llamando a generar esperanza, a fortalecer y reconstruir una vida humana más plena para todos sus hijos, especialmente los descartados por estos nuevos fenómenos, una vida que refleje en cada persona a Cristo el hombre perfecto y se manifieste en condiciones dignas para cada uno”.

¿Qué podemos hacer frente a un dolor como la de Teuchitlán? La responsabilidad del creyente, particularmente en esta cuaresma, es afrontar los hechos, pero, lejos de amilanarse, es vivir con entereza de fe la realidad. Construir legitimidad frente a nuestros hijos, cuidarnos entre nosotros, respetarnos, vigilar nuestro entorno, hacerlo agradable, digno de hijos de Dios. Quizá son acciones nimias y sin resultados grandiosos, pero serán obras que bien valen la pena para reconstruir esta ruina de país que otros nos han dejado. Al final, la recompensa será la de los bienaventurados. Porque Dios “dará el galardón a sus siervos los profetas y a los santos y a los que temen su nombre, a los pequeños y a los grandes… Y arruinará para siempre a los que han arruinado la tierra”. (Ap 11,18)

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