Celebramos hoy la fiesta de Pentecostés, 50 días de que Jesús Resucitó; hace ocho días celebrábamos su Ascensión y hoy celebramos esa venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Decimos, y con toda razón, es la fiesta de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu que da vida, ese Espíritu que quita los miedos; un Espíritu que personifica el poder de Dios, ya que todo lo que hace es en unidad con la Trinidad.
El Evangelista San Juan que hoy escuchamos, pone la efusión del Espíritu Santo el mismo día de la Resurrección y su contexto es el siguiente: Aquellos Apóstoles están a puerta cerrada por miedo a los judíos; la muerte en cruz de su Maestro los ha desorientado, han perdido las esperanzas, sus ilusiones se han desvanecido como el humo y al menos quieren conservar la vida.
Reflexionemos en dos ideas:
1a- El deseo de paz de Jesús, produce alegría en los Apóstoles. Jesús se aparece en medio de ellos y observa tal desconcierto, que lo primero que les desea y les dice es: “La paz esté con ustedes”; sin paz en el corazón no pueden comprender un acontecimiento tan grande como es la resurrección. Les tiene que mostrar las manos y el costado, aquellas huellas de la tortura en un cuerpo resucitado; desea expresarles que es el mismo pero diferente. Esa paz que les desea produce un cambio emocional en aquellos temerosos, quienes “se llenaron de alegría”.
Hermanos, Jesús ha resucitado y esa victoria sobre la muerte debe a todos llenarnos de alegría, una alegría que debemos mostrar como cristianos. Es de lamentar que esa alegría se esté disolviendo con el pasar del tiempo y así a veces encontramos comunidades eclesiales cansadas, tan centradas en asuntos doctrinales o pastorales, que les lleva a perder la sonrisa y la alegría del Resucitado. A veces pareciera que vivimos en una Iglesia llena de miedos, la violencia, la injusticia, la miseria y la corrupción en todos los ámbitos de la sociedad, quieren llenarnos de miedo, de desaliento y de desesperanza. No vemos salidas y preferimos encerrarnos dentro de nosotros mismos y olvidarnos de Jesús que sigue padeciendo en los hermanos despojados injustamente de sus bienes y a veces hasta de sus vidas. No olvidemos que el Espíritu Santo fue dado para seguir la misión encomendada por Jesús: “Como el Padre me envió, así los envío yo”.
Hermanos sacerdotes, analicemos nuestras homilías o catequesis, que muchas veces rayan en el aburrimiento y monotonía, pareciera que estamos lejos de la alegría de vivir en Cristo. Nos quejamos de que muchas personas abandonan la Iglesia, pero reflexionemos: ¿A quién puede atraer una Iglesia triste, cansada, monótona, aburrida? Esa no es la Iglesia que Cristo pensó.
2a- Reciban el Espíritu Santo.
Les anuncia la misión, pero lo que más nos compete, por celebrar hoy Pentecostés, es: “Sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo”. El Espíritu Santo da un nuevo dinamismo a las vidas de aquellos que estaban encerrados; de allí en adelante los miedos desaparecen, se centran en la misión que Jesús les ha dejado. Si damos una vista a las comunidades de los primeros siglos, nos daremos cuenta que su fe les daba una actitud distinta; enfrentaban la misma persecución con una actitud distinta, fortalecidos.
Es de suma importancia que, a casi dos mil años del acontecimiento de Pentecostés, analicemos nuestra Iglesia, analicemos nuestras comunidades parroquiales y veamos si estamos marcados por el miedo o realmente el Espíritu Santo sigue infundiendo fortaleza. No olvidemos que estamos celebrando la fiesta de Pentecostés y hoy celebramos esa venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Decimos y con toda razón, es la fiesta de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu que da vida, ese Espíritu que quita los miedos; un Espíritu que personifica el poder de Dios, ya que todo lo que hace es en unidad con la Trinidad. Sin el Espíritu de Jesús, podemos vivir en una Iglesia encerrada en sus principios, negando toda renovación; evitando soñar en grandes novedades; nos convertiremos en una comunidad estática y fácilmente controlada.
La fiesta de Pentecostés es la oportunidad para analizar, con la luz del Espíritu, nuestra Iglesia y ver si estamos viviendo las actitudes de la primera comunidad, antes de pentecostés o nuestra Iglesia muestra que el Espíritu Santo ha sido derramado sobre sus bautizados y que es Él quien nos conduce. Como hombres y mujeres de la Iglesia, tenemos un gran compromiso con la humanidad y es, que a través de nosotros el Espíritu Santo siga infundiendo vida; lo he dicho bien, ante esta cultura de pérdida de valores, de violencia, de muerte, debemos permitir que Jesús nos sople su aliento de vida; todo bautizado hemos de ser signo de vida en un mundo marcado por la cultura de la muerte.
Hermanos, permitamos que el día de Pentecostés no quede en una fiesta litúrgica, solamente marcada por una bonita historia; dispongamos nuestros corazones y permitamos que el Espíritu Santo quite nuestros miedos, derribe las puertas de la indiferencia, de los egoísmos, del conformismo. Pentecostés no sólo es un dogma que tenga que ser creído para después empezarlo a vivir, ¡no!, Pentecostés es una experiencia que nos transforma y nos impulsa a compartir todo aquello que hemos recibido de Cristo.
El Espíritu Santo nos sigue lanzando a Evangelizar, a llevar la novedad del Evangelio sin miedos; a vivir nuestra fe en medio de las dificultades diarias. Hermanos, qué hermosa misión nos ha encomendado el Señor, que seamos mensajeros de paz, de alegría y de perdón. Debemos intentar que nuestra predicación y toda nuestra vida llenen de paz, de alegría y de perdón el corazón de todas las personas de buena voluntad que se acercan a nosotros.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
¡Feliz domingo de Pentecostés!, ha concluido el tiempo Pascua. Vivamos siguiendo a Cristo.