Hoy volvemos a encontrar a Jesús “cuando salía al camino”; el camino, una insistencia para nosotros a no quedarnos quietos, a crecer en nuestro discipulado, a ir abrasando todo su proyecto y su estilo de vida. Sabemos que su meta es Jerusalén donde se dará el gran acontecimiento de la Pasión, Muerte y Resurrección. Escuchamos en el Evangelio, como un hombre agitado llega a interrogarlo: “Maestro bueno ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”; Jesús se da cuenta que aquel es un hombre bueno, pero que se ha quedado en cumplir lo enseñado por la ley, ya que la pregunta pone el énfasis en el “hacer”, algo externo, algo que se practica, algo que puede quedarse en la superficie sin transformar el corazón.
Jesús lo remite a que “sólo Dios es bueno”. Y ese Dios bueno ha dado unos mandamientos que sirven como camino para alcanzar la vida eterna y le recuerda sólo aquellos que hacen referencia al prójimo. La respuesta de aquel hombre es admirable, los ha cumplido desde la niñez. Aquella actitud de búsqueda, de cumplidor de lo mandado por la ley, hace que de Jesús brote una mirada de ternura, de compasión, ya que descubre que aquel hombre, aunque es bueno, se encuentra insatisfecho y busca algo más, desea dar el plus de su vida.
Jesús lo invita a orientar su vida desde una visión nueva; le muestra el camino en tres momentos:
1°- “Vende lo que tienes”: Esto es no vivir apegado a lo que posee.
2°- “Da el dinero a los pobres”: No basta practicar rezos u oraciones, es necesario ayudar al necesitado y los pobres no tendrán con qué regresarle nada.
3°- “Ven y sígueme”: Le está indicando e invitando a recorrer el camino que Él está recorriendo.
Sus riquezas le impiden realizar lo mandado por Jesús; el entusiasmo y el espíritu de búsqueda se borran del rostro de aquel hombre, ya que era rico; estaba apegado a sus posesiones y su rostro se llenó de tristeza. El rico se alejó de Jesús lleno de tristeza; el dinero lo ha empobrecido, le ha quitado libertad y generosidad. Esta situación da lugar para que Jesús explique el apego a las cosas como impedimento para seguirlo. Nos damos cuenta claramente que Jesús invita a tener un estilo de vida, no sólo a “hacer cosas” o cumplir ciertas prácticas mandadas por la ley; las prácticas deben conducir a tener un estilo de vida a ejemplo de Jesús, que pasó ligero por el mundo sin ataduras a cosas materiales. Por eso, creo que la pregunta diaria para nosotros, no tanto es: ¿Qué nos falta por hacer? Sino ¿Qué nos falta por dejar? El mensaje de Jesús es claro, no basta preocuparse por la vida futura, hay que preocuparse y ocuparse de los que sufren en esta vida. No basta practicar o hacer ciertas cosas, si lo que practicamos no va transformando nuestro interior para despojarnos en bien de los demás.
Hermanos, vivimos en un mundo centrado en el materialismo, un mundo que nos invita a comprar, a tener, y pareciera que el tener ciertas cosas nos traerá una brizna de felicidad. Es una cultura que invita a “tener”, olvidando el “ser”. Como humanos tendemos a acumular cosas; revisemos nuestras casas y descubriremos que guardamos cosas estropeadas, cosas que quizá nunca vamos a utilizar, pero nos cuesta deshacernos de ellas, por lo que nos costó adquirirlas o por cierto afecto. La enfermedad de la ambición del dinero o de los bienes materiales, es una enfermedad silenciosa, cuyos síntomas se manifiestan sobre todo en el interior de la persona, pero puede llevar a arruinar la alegría de vivir, el descanso y hasta la salud. Esta enfermedad se va agravando en la medida en que la persona va poniendo como objetivo supremo de su vida, el dinero y lo que el dinero puede dar.
Jesús nos hace la invitación a vivir sin apegos a las cosas materiales; a que nos demos cuenta que somos peregrinos en este mundo, que vamos de paso y cuando vamos en camino no podemos llevar muchas cosas. La pandemia por la que hemos atravesado, debe habernos dejado una gran enseñanza de nuestro peregrinar sobre la tierra, de lo frágil que es la vida, de que partiremos y dejaremos todas las cosas materiales por las que hemos luchado.
Hermanos, no es que las cosas materiales sean malas, no es que sea malo luchar por mejorar nuestras condiciones de vida, lo malo es la actitud que tengamos hacia lo material; lo malo son los apegos que tengamos hacia las cosas; lo malo es que creamos que los bienes son fuente de la máxima felicidad; lo malo es que hagamos cualquier cosa, aún el mal, por conseguir bienes. Las riquezas se convierten en un mal, cuando cierran nuestro corazón en una prisión, impidiendo ver la necesidad del otro. No olvidemos que nuestra vida es breve aquí en la tierra. Jesús nos sigue invitando a vivir ligeros, a vivir sin apegos, sabiendo que el día que nos llame a cuentas, no puede acompañarnos nada que sea material, sólo nos acompañarán las obras que hayamos realizado aquí en la tierra. El tener o las riquezas se convierten en un mal cuando son un estorbo y niegan al ser humano ese caminar ligero por la vida. Recordemos que la propuesta de Jesús es vivir libres de esclavitudes que nos atan para seguirlo, que nos impiden caminar ligeros. ¿Cuáles son nuestros apegos? Jesús nos sigue mirando con amor y nos dice: “Deja todo aquello que te impida seguirme”: bienes materiales, avaricias, egoísmos. Nadie está exento de tener apegos a las cosas, sean de valor o sean insignificantes; Jesús nos invita a caminar ligeros por la vida, disfrutando lo que Dios nos concede, sabiendo que vamos de paso por este mundo. No es para que vivamos con angustia sabiendo que vamos de paso, es para saber aprovechar el tiempo que Dios nos permita estar en este mundo. A las cosas démosles el valor que merecen, pero nunca nuestro corazón.
“¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” ¡Qué difícil vivir en el Reino de Dios, si pretendemos vivir para nosotros mismos y no para los otros!
¡Darlo todo por amor, es poseer ya la eternidad!
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!