Puso a los hombres en su lugar de hombres: por qué Juana de Arco nunca ha sido un icono feminista.

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El 16 de mayo se celebró el centenario de la canonización de Santa Juana de ArcoÉlodie Perolini se pregunta  ¿por qué a las feministas no les interesa esta asombrosa heroína medieval?.

Juana de Arco y las feministas

A bote pronto, causa asombro que las feministas no se hayan apropiado de la figura de Juana de Arco como estandarte para su causa. La generalísima del ejército de Carlos VII, mujer fuerte donde las haya -a pesar de medir sólo un metro y cincuenta y cinco centímetros- y con gran facilidad de palabra, sobre todo delante de esos señores en toga, con una valentía tan viril que nos deja atónitos, sigue incomodando a los conformistas de hoy como lo hacía con los de antaño. Si Christine de Pisan, a las que estas histéricas querían entronizar como la primera feminista, reconoció en la Doncella de Orleáns un instrumento de Dios, las feministas renuncian a Juana a pesar de que consiguiera la hazaña de unir bajo su bandera a los monárquicos y a los republicanos, a los creyentes y a los ateos.

Efectivamente, Juana es, entre la cohorte de santos, una anomalía. Una alborotadora para todos los tiempos. Pero si la observamos más de cerca, como hizo la Iglesia cuando la canonizó hace cien años, Juana era una mujer salida de la gleba, apegada a su patria, de fe y hábitos católicos. Un mujer sometida a su Señor Dios, al que sirvió primero.

Por Francia

Por una Francia libre, ¡encantador pleonasmo!, Juana entregó su vida. No lo hizo para demostrar que el feminismo es una corriente que surgió en la izquierda antipatriótica, internacionalista y comunista, la que ocasionó noventa millones de muertos durante el siglo pasado. Para esos ideólogos universalistas que imitan a la Iglesia católica, fue pan bendito afirmar que Juana fue víctima de la Iglesia, quemada por brujería; brujería que hoy se pone de relieve como emancipación de la mujer. Sin embargo, esta imagen fantasiosa no resiste un análisis de los hechos. La criada de Lorraine fue quemada viva por los ingleses, afirma Villon. Los ingleses, esos invasores que hacía siglos que codiciaban nuestro bello país. Extranjeros, en resumen, apoyados por traidores a la patria, como el obispo Cauchon. Tuvimos otros en el pasado. Nada nuevo bajo el sol.

Tráiler del documental La pasión de Santa Juana de Arco. Este documental puede verse gratuitamente solo hasta este sábado 30 de mayoPincha aquí para verlo ahora.

Todos los santos han impulsado la igualdad universal y la dignidad de la raza humana; ninguno de ellos alentó la disolución de las naciones y de las identidades en un masa indistinta, en un galimatías al servicio de una entidad supranacional. Juana no es una excepción a la regla.

De las marcas del Reino, en Lorena, Dios hizo surgir una santa para ofrecérsela a Francia. Juana misma dijo que ella había «venido» a Francia guiada por su voz. Abandonó su tierra para salvar una que, evidentemente, no era la suya. Adquirió, si se nos permite este anacronismo, nuestra nacionalidad por el derecho de la sangre derramada, como los legionarios. Expulsar a los ingleses de Francia fue su misión y sabemos de memoria sus famosas palabras, que es difícil repetir hoy en día sin atraer la ira de la izquierda y, especialmente, de las feministas: «No sé si Dios ama a los ingleses, pero Él quiere que se reúnan con él«. En estas pocas palabras, Juana reafirma que Dios, Creador de la Tierra, también delimitó sus territorios, que asignó a cada pueblo pues es su voluntad que cada uno se quede en su lugar. Respecto a saber si Dios ama a los ingleses, la duda es de rigor…

Y también está la espada que Juana desenterró de detrás de un altar en Santa Catalina de Fierbois, guiada por sus voces. La espada de Carlos Martel que detuvo a los árabes estuvo esperando en ese lugar, durante siete siglos, para que Juana detuviera a los ingleses. El plan de Dios para Francia se ha estado desplegando ante nuestros ojos durante milenios, lo que no ha sido óbice para que los infieles de todo tipo sigan siendo escépticos.

Por la pureza

También la virginidad irrita a susodichas feministas. Detrás de «mi cuerpo, mi elección» está la reivindicación de hacer lo que una quiera con su cuerpo haciendo pagar las consecuencias de sus actos a los demás y a la sociedad, que se callan. ¿Cómo asociar a la que reivindica insistentemente que «no ha matado nunca a nadie» con el derecho a matar a los niños en el vientre de sus madres?

Aunque Juana era virgen, era consciente de los peligros que acechaban a las mujeres, como demuestra el hecho que insistió en seguir llevando vestidos masculinos en las cárceles inglesas a fin de evitar ser violada. O cuando saltó desde una torre de Beaurevoir, prefiriendo poner en riesgo su vida antes que su virginidad. Sin embargo, hay otras santas que no pudieron evitar la infamia de ser violadas. La virginidad de Juana molestaba a sus acusadores del mismo modo que molesta a las feministas de hoy en día.

¡Cuántas propuestas difamatorias y escabrosas tuvo que soportar! Juana estaba acostumbrada al modo de hablar de sus compañeros de armas, junto a los que dormía en la guerra. Se desnudaba en medio de esos brutos, como los demás hombres, para curar sus heridas. «No me atrevo a solicitar a Juana a causa de la enorme bondad que veo en ella», afirmó Bertrand de Poulengy. Y Jean de Metz insistió: «Me sentía inflamado por las palabras de la Doncella y por un amor hacia ella, creo, divino». Así era para ellos, como para el resto de soldados. Resplandeciente de pureza en medio de tanta suciedad, Juana hacía que los hombres, por la gracia de Dios, fueran mejores.

Esta pureza que ella conservaba cuidadosamente la exigía de los hombres y, también, de las mujeres. La única vez que Juana golpeó con la hoja de su espada a alguien fue a una prostituta que atentaba con su comportamiento a la guerra santa que ella estaba llevando a cabo.

Su estado de virginidad correspondía a su estado de vida. Independientemente de si se es hombre o mujer, hay que consagrarse por entero al propio deber de estado; pero el servicio a Dios exige un sacrificio aún más grande. Así, a una pseudo vidente Juana le aconsejó que «volviera con su marido, se ocupara de su hogar y alimentara a sus hijos». Algo difícil de tragar para las feministas.

La virginidad reviste una carácter particular a los ojos de Dios porque la orden de las vírgenes cuenta, como mínimo, con dos generalas en sus ejércitos: la Virgen María a la cabeza de las legiones celestes y Santa Juana de Arco a la cabeza del ejército francés. La Edad Media había visto a otras mujeres guiando ejércitos: Blanca de CastillaJuana de Bretaña, etc., pero eran nobles, estaban casadas y ninguna de ellas se mezcló con el grueso de la tropa. En cambio, la humilde hija de labradores, con la espalda de Carlos Martel envainada a un lado y el estandarte del ejército de Cristo en el otro, participaba en los asaltos, siempre la primera, gritando «Adelante» y exponiendo su cuerpo a los golpes y a las lanzas.

Por Dios

Lo que también molesta a las feministas, más que ninguna otra cosa, es que Juana sólo habla de la «voluntad de Dios», no de la suya. La fe de Juana contradice su interpretación de la historia. Es Cristo quien libera a las mujeres -y a los hombres- de la servidumbre en la que las religiones los encerraban en la Antigüedad. Es lo que Christine de Pisan decía, lo que Régine Pernoud destacó brillantemente. El estatuto de las mujeres en el Reino cristiano era muy distinto respecto a esa minoría perenne en la que la República del siglo XIX las encerrabaDignitas auctoritas et potestas [La dignidad, la autoridad y la potestad] de las que gozaban las mujeres eran por Dios y para Dios. No había necesidad, por tanto, de reivindicar ningún derecho contra nadie. Y contra los hombres en primer lugar, retratados como eternos opresores de las mujeres según las feministas.

Lejos de la furia sedienta de sangre soñada por los burgueses de París, Juana lloraba desconsolada por los ingleses fallecidos en el campo de batalla, pero no porque hubieran muerto: ella les había pedido con amabilidad que abandonaran Francia, por lo tanto, peor para ellos; sin embargo, habían muerto sin el sacramento de la confesión.

«Servir primero a Jesús, María y a Dios». Es un olvido de sí misma que hoy, en este tiempo de individualismo, molesta. No había ego en Juana, sólo la noción de un servicio. Con una religiosidad extraordinaria, Juana rezaba todos los días desde su infancia, todo el tiempo, y antes de cada batalla se confesaba. Exigía lo mismo a sus soldados: el estado de gracia. Todos los domingos, Juana cambiaba su uniforme de batalla por el vestido más bello que tenía para ir a misa. Comulgaba siempre que podía, algo poco común en esa época. Incluso cuando fue excomulgada debido a su condena, sus innobles carceleros no pudieron negarle la Sagrada Comunión, que ella recibió unos instantes antes de subir a la pira. «No duraré un año», había predicho la Doncella. No ha habido ninguna otra mártir de 19 años que profetizara así su muerte y que se consumiera en medio de las llamas repitiendo el dulce nombre de Jesús.

«En tiempos afeminados», según la expresión de Santa Hildegarda de Bingen, Dios hace surgir a mujeres que ponen a los hombres en su lugar de hombres, como si se burlara. Y esto es, en definitiva, lo que las feministas no aceptan.

 

lanef.

Traducción de Elena Faccia Serrano.

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