“El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Marcos (8, 34–9, 1)
Entregarnos a Jesús y a su llamado debería ser lo más lindo y fuerte que nos pase en la vida, no solo porque quien nos llama es Cristo en persona, sino también por la recompensa que nos promete si le seguimos.
Sin embargo, en muchas ocasiones, nuestra memoria nos juega malas pasadas y se nos olvidan los momentos de tristeza de los que el Señor nos sacó, y vivimos la vida pecando como si nada. ¿Por qué? Tristemente esto nos ocurre porque no aprovechamos esos momentos en los que Dios nos acercó a Él para mantenernos protegidos de nosotros mismos y del mundo. Así nuestra fe se convirtió en un barco sin timón, bajo las olas que vienen y van a causa del viento.
Además de nuestra falta de memoria, existen otros agravantes que hacen que obviemos el llamado de Jesús y hagamos la vista gorda a su llamado. Uno de ellos es el engaño del maligno, que se disfraza de verdad para disuadirlos de seguir a Jesús desde el inicio. Todo por no habernos mantenido en oración.
¿Y cuál es ese engaño? Vas a ser aburrido si sigues a Dios. Dar el diezmo es solo si te sobra la plata. Alimentar a los pobres, no. Estás muy ocupado. Visitar a los enfermos, no. Te puedes contagiar, pero tranquilo que en un restaurante o en un concierto no te contagias. Y así cualquier otro engaño.
Somos susceptibles al engaño, únicamente si no estamos en Gracia y en oración o si bajamos los brazos. Es por eso que tenemos que pedir a diario la Gracia que necesitamos para desvelar el engaño al que hemos sido sometidos y que nos hace pensar como el mundo lo hace.
¿Cómo reconocer el llamado de Dios?
No podemos escuchar la voz de Dios en ruido. Debemos aprender a orar y a escuchar lo que nos dice. Sin embargo, en ocasiones, nuestras tensiones y heridas emocionales nos pueden desorientar al punto de no poder pensar claramente. Es por eso que la sanación interior es el punto de partida con el que puedes atenuar tus emociones y así poder escuchar a Dios.
Ten en cuenta que muchas veces cuando oramos, no estamos escuchando a Dios, sino que estamos hablando, llorando y clamando a gritos un milagro. Cómo si quisiéramos que Dios atendiera a nuestra voluntad. Por eso en el silencio y en el recogimiento es donde lo podemos escuchar, pero no es posible lograr esto si no buscas la paz de tu corazón.
Si quieres conocer cómo calmar tus emociones para escuchar a Dios, es importante que inicies un proceso que te permita conocerte a ti mismo para sanar tus aflicciones y así poder aprovechar las bendiciones que Dios te quiere dar cuando lo escuchas. Por eso te invito a que inicies en mi Diplomado en Sanación Interior, para que logres poner tus emociones en manos de Dios para que las sane y en su paz lo puedas escuchar.
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