¿Por qué tenían tanto miedo?

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XII Domingo del Tiempo Ordinario

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Jesús ha predicado en parábolas y ahora atraviesa el lago de Galilea o Mar de Tiberíades hacia el lugar de paganos, desea estar a solas con sus discípulos, pero en medio del lago se da una escena que muestra el miedo de ellos y el desconocimiento que tienen sobre Jesús.

Los discípulos reman y comparten la experiencia que han tenido; por su parte, Jesús duerme de manera tranquila, recostado en un cojín, ni las ráfagas del viento, ni el agua que entraba por todas partes, ni el zangoloteo de la barca, son capaces de despertarlo de aquel sueño tan apacible; Él en ningún momento se ha sentido amenazado, duerme en paz. Esa actitud de Jesús les extraña, ya que duerme sin hacer nada por ellos. Es claro que el miedo les impide confiar en Jesús, sólo ven el peligro. Están viviendo la tempestad como si estuvieran solos, abandonados a su suerte, como si Jesús no estuviera en la barca. Le reprochan su indiferencia. ¿Por qué se desentiende de ellos? ¿ya no le importan? Esta situación los lleva a dirigirse a Él y en un tono de reproche le dicen: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?. Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: ¡Cállate, enmudece!.

Ahora el asombrado es Jesús, quedó sorprendido al ver aquel miedo reflejado en sus rostros, los interroga: “¿Por qué tenían tanto miedo?

¿por qué son tan cobardes? ¿aún no tienen fe?”. A los discípulos les falta confianza, no tienen valor para correr riesgos junto a Jesús; es claro que aún no tienen la fe suficiente para enfrentar los peligros del discipulado. Tenían sólo admiración por Jesús pero les faltaba fe. El miedo paraliza, nos arranca la confianza y el mayor pecado es que lo cultivemos, ya sea de manera personal o comunitaria. El miedo agiganta los problemas y despierta la añoranza del pasado. Así, el miedo es un mal compañero de viaje, que impide ver las cosas con claridad o incluso hace ver fantasmas por todas partes. Nos conduce a buscar culpables. Donde comienza el miedo termina la fe.

La Iglesia desde los tiempos de los Santos Padres se ha identificado con la imagen de la barca; una barca que es zarandeada por vientos y tormentas,

que no siempre son favorables; esos vientos que por momentos conducen al miedo, pero si Jesús está en la barca no existe la posibilidad de que perezcamos, aunque por momentos parece que duerme, que se desentiende, tenemos la certeza de que está con nosotros y la barca saldrá adelante, pasará la tormenta. Jesús exige confianza, que implica erradicar el miedo. No olvidemos que erradicar el miedo no es quitar los peligros; erradicando el miedo los peligros se afrontan con una actitud distinta.

El Evangelio nos lleva a reflexionar:

  1. De manera personal: En el aquí y el ahora, ¿contra qué vientos te estás enfrentando? ¿cuál es tu mayor miedo? Aquí en mi Diócesis veo a muchas personas que tienen temor ante los resultados de las elecciones; temor a que la situación de violencia, que es grave, siga aumentando, de que la educación y el sistema de salud sigan en decadencia y el gran temor de seguir viviendo en la orfandad, abandonados a nuestra suerte ante el galopante avance la violencia y de la impunidad.

Ante todos los miedos que se puedan tener, analicemos: ¿Cómo anda nuestra fe? Aunque el miedo es algo natural y nos ayuda a protegernos, no debemos permitir que el miedo domine nuestra vida. Fomentemos la confianza, sabiendo que Jesús está en la barca de nuestra vida, aunque por momentos sintamos que duerme. Nos cuesta el silencio de Dios y le gritamos, pero ese grito se nos revierte, ya que Jesús nos sigue diciendo ¿aún no tienen fe?

  • A nivel Iglesia: En todas las épocas de la historia, nuestra Iglesia ha sido zarandeada por vientos contrarios. En los primeros siglos sufrió la persecución y en cada época enfrentó distintos vientos, pero creo que el peor peligro que puede correr la Iglesia es la calma, la quietud, el pensar que navegamos por aguas tranquilas. Recordemos lo que decía Henry de Lubac: “Cuando la Iglesia vive en calma, se aletarga la fe. Cuando la Iglesia sufre persecución se aquilata la fe”. Tengamos miedo a esa calma que nos conduce a confiar sólo en nosotros mismos y no temamos anunciar el Evangelio que es Verdad y Vida.
  • A nivel social: Sin darnos cuenta y con la bandera del progreso, nuestra sociedad está siendo conducida con ráfagas de vientos muy fuertes a una deshumanización. Y así el llamado humanismo mexicano no se ve, sino por el contrario, se percibe claramente una deshumanización porque vemos un individualismo por todos lados, las divisiones en todos los campos, la verdad es relativa, sólo importa el bienestar personal, el crimen brutal y despiadado, las madres

buscadoras abandonadas, creo que vamos poco a poco expulsando a Jesús de nuestra barca y se va perdiendo la fraternidad. Remamos, cada quien a su ritmo y hacia la dirección que nos desfavorece.

Hermanos, sabemos que Jesús está en la barca, Él lo prometió: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. La barca que es la Iglesia, ha sido zarandeada por vientos contrarios a lo largo y ancho de la historia, pero ninguna tormenta la ha hundido. No estamos remando solos, Jesús quiere y nos sigue marcando el rumbo, Él dice la dirección, no promete que el viaje será en total calma y menos en este mar que puede desatar su furia en cualquier momento, pero permite que sus discípulos- misioneros tomen los remos.

Tomemos pues en nuestras manos este doble compromiso:

1°. Sabemos la dirección y el trayecto hacia donde nos dirigimos, de allí que, debemos remar juntos confiando en que Jesús está en la barca.

2°. Si los vientos son más fuertes que nuestras fuerzas, debemos suplicar confiadamente a Jesús, Él nos ayudará, pero no soltemos los remos. La fe en Jesús nos hará hombres nuevos.

Hermanos, ante las tormentas y los vientos contrarios que pretenden impedir que la Iglesia siga su misión evangelizadora, no caigamos en la tentación de creer que Cristo duerme o está ausente, ya decía San Agustín: “Si te parece que duerme o está ausente, es que Cristo está dormido en ti, es que tu fe está dormida” Por ello, hay que despertar a Cristo en nosotros, hay que avivar nuestra fe día a día, nutrirla mediante el estudio y la reflexión de la Palabra de Dios, hacerla madurar al calor de la oración perseverante, celebrarla vivamente en la Eucaristía y permitir que fructifique en la vivencia del amor. Qué bien lo expresó Gandhi: “La fe es la que nos dirige a través de océanos turbulentos” y Jesús nos dijo: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Creamos en Jesús.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

Comparte:
Obispo de la Diócesis de Apatzingan