En Ucrania, donde los angloamericanos -incluso antes de dar el golpe de Estado de 2014- organizaron una estructura neonazi en condiciones de derribar el gobierno democráticamente elegido de Víktor Yanukóvich. ¿Por qué, a pesar de la condena histórica del nazismo, lo reutilizaron en Ucrania? ¿No era mejor formar batallones antirrusos, evitando los símbolos de la ideología alemana? No, porque ningún pretexto antirruso podría haber reunido a miles de mercenarios dispuestos a jugarse la vida. El único camino para poder avanzar era congregar a los mayores odiadores de la Unión Soviética repartidos por el mundo: los neonazis.
La élite que financia a estos grupos y a Zelensky, como veremos, es la misma que subvencionó a Hitler. Ya lo mencioné en mi Antichrist Superstar, publicado en junio de 2014, y como el conflicto de Ucrania apunta a una Tercera Guerra Mundial, pienso que es útil agregar más detalles. Sobre todo, porque aún no sabemos si Boris Johnson ha sido destituido para retirarse del conflicto o para sustituirlo por una cabeza más caliente que pueda desencadenar una guerra más devastadora que las del siglo pasado. Lo que está en juego no es Ucrania, sino la supervivencia de una élite que a partir del siglo XVI-XVII -con las compañías comerciales de las Indias Occidentales- controló la economía occidental y más tarde la mundial.
Vayamos a la financiación de Hitler por parte de la élite. ¿Cómo es posible que la Alemania nazi, empobrecida por la Primera Guerra Mundial y con una inflación gigantesca, haya podido construir por sí misma sus Fuerzas Armadas hasta convertirse en el número uno del mundo en los primeros siete años de gobierno de Hitler? Cito extractos de Wall Street and the Rise of Hitler, de Anthony B. Sutton, investigador de la Hoover Institution de la Universidad de Stanford de 1968 a 1973.
“La contribución del capitalismo estadounidense a los preparativos bélicos alemanes antes de 1940 puede calificarse de fenomenal. Sin duda, fue crucial para las capacidades militares alemanas. Por ejemplo, en 1934 Alemania sólo producía internamente 300.000 toneladas de productos petrolíferos naturales y menos de 800.000 toneladas de gasolina sintética; sin embargo, diez años más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, luego de la transferencia de las patentes y la tecnología de hidrogenación de la Standard Oil de Nueva Jersey a I.G. Farben, Alemania produjo cerca de 6,5 millones de toneladas de petróleo, de las cuales el 85% era petróleo sintético que utilizaba el proceso de hidrogenación de la Standard Oil.
Los alemanes fueron llevados a Detroit para aprender técnicas de producción de componentes especializados y de montaje en línea. Las técnicas aprendidas en Detroit se utilizaron finalmente para construir los Stukas de bombardeo en picada… Posteriormente, los representantes de I.G. Farben en este país permitieron que una corriente de ingenieros alemanes visitara no sólo las fábricas de aviones, sino también otras de importancia militar. La prensa económica estadounidense contemporánea confirma que los diarios y las revistas económicas eran plenamente conscientes de la amenaza nazi y de su naturaleza.
Las pruebas presentadas sugieren que no sólo un sector influyente del empresariado estadounidense era consciente de la naturaleza del nazismo, sino que, para sus propios fines, ayudó al nazismo siempre que fue posible (y rentable), con pleno conocimiento de que el resultado probable sería una guerra en la que participarían Europa y Estados Unidos. La gasolina sintética y los explosivos (dos de los elementos básicos de la guerra moderna), el control de la producción alemana en la Segunda Guerra Mundial estaba en manos de dos empresas alemanas creadas mediante préstamos de Wall Street en el marco del Plan Dawes.
Los dos mayores fabricantes de tanques de la Alemania de Hitler eran Opel, una filial totalmente controlada por General Motors (controlada por J. P. Morgan), y Ford A.G., una filial de la Ford Motor Company de Detroit. Los nazis concedieron a Opel la exención de impuestos en 1936, para que General Motors pudiera expandir sus instalaciones de producción. Alcoa y Dow Chemical colaboraron estrechamente con la industria nazi.
General Motors suministró a Siemens & Halske A. G. en Alemania datos sobre pilotos automáticos e instrumentos de aviación.
En 1940, Bendix Aviation suministró a Robert Bosch los datos técnicos completos de los motores de arranque de los aviones y de los motores diesel, recibiendo a cambio el pago de regalías.
En resumen, las empresas estadounidenses asociadas a los banqueros de inversión internacionales Morgan-Rockefeller estuvieron íntimamente ligadas al crecimiento de la industria nazi.
Es importante señalar… que General Motors, Ford, General Electric, DuPont y el puñado de empresas estadounidenses íntimamente involucradas en el desarrollo de la Alemania nazi estaban -con la excepción de la Ford Motor Company- controladas por la élite de Wall Street: J. P. Morgan, Rockefeller Chase Bank y, en menor medida, Warburg Manhattan”.
Sutton deja en claro que su libro no es una acusación contra toda la industria y las finanzas estadounidenses. Es una acusación contra la “cúspide”, es decir, contra las empresas controladas a través de un puñado de corporaciones financieras, “el sistema del Banco de la Reserva Federal, el Banco de Pagos Internacionales y sus continuos acuerdos de cooperación internacional y cárteles que intentan controlar el curso de la política y la economía mundial”.
El hecho de que la Segunda Guerra Mundial haya sido una “guerra buena”, una lucha clara contra lo que había emprendido un loco, fue un engaño importante y fundamental, consolidado en los medios de comunicación y en las películas de propiedad de Wall Street.
La Segunda Guerra Mundial representó, de hecho, la inversión más rentable jamás realizada. Al final de la Segunda Guerra Mundial, la única gran planta industrial que quedó en pie fue la de Wall Street. Wall Street y el gobierno estadounidense controlado por Wall Street se habían convertido en la primera superpotencia mundial de la historia, mientras que en la Unión Soviética habían causado veintisiete millones de muertos.
Todas las inversiones y empresas conjuntas de compañías estadounidenses (y europeas) que llevaron a la Wehrmacht de Hitler a ser la principal fuerza armada del mundo en sólo seis años están documentadas tanto en los registros empresariales como fiscales de Estados Unidos, Alemania y otras naciones, y están disponibles en gran medida en Internet (si no están ocultas) con estadísticas bastante completas.
Mientras las potencias coloniales armaban fuertemente a la Alemania nazi con la patética excusa de hacer de la Alemania nazi sólo un “baluarte contra la Unión Soviética comunista” (la misma que se utiliza hoy en día con Ucrania), y la negativa a las súplicas de los soviéticos de formar una alianza protectora ante la creciente beligerancia de Hitler, obligaron a Stalin a firmar el pacto de no agresión Molotov-Ribbentrop. Probablemente como defensa de última instancia de Rusia.
Los nuevos multimillonarios, por tanto, buscan hoy repetir la misma metodología del siglo pasado. ¿Optará la élite por el suicidio planetario desencadenando una guerra nuclear, tirará la toalla contentándose con controlar a los países occidentales o finalmente se redimensionará?
Agostino Nobile.
Publicado originalmente en italiano el 12 de julio de 2022.
Traducción al español por: José Arturo Quarracino