La respuesta a esta pregunta es muy sencilla: el diablo odia el Rosario porque lo ahuyenta. Punto.
Evidentemente la razón radica en que con el Rosario estamos vinculados a la Inmaculada Concepción; y -lo sabemos- Ella es quien, por voluntad de la Providencia, ha sido investida para ser la más acérrima enemiga del diablo:
pondré enemistad entre tú y la Mujer, entre tu linaje y el de ella. Le golpearás el calcañar, pero ella te aplastará la cabeza (Génesis 3).
Leamos lo que dice San Luis Grignon de Monfort en su El admirable secreto del Santo Rosario , en el número 108:
Los demonios (…) temen infinitamente al Rosario. San Bernardo dice que el saludo angelical los persigue y hace temblar todo el infierno. El Beato Alano asegura haber visto a muchas personas, que se habían entregado en cuerpo y alma al diablo, renunciando al bautismo y a Jesucristo, liberados de su tiranía después de haber abrazado la devoción del Santo Rosario.
Evidentemente por razones cronológicas San Luigi Grignon no pudo aludir, entre los personajes salvados por el Rosario, al beato Bartolo Longo (a quien debemos el santuario de Pompeya), que fue salvado por el Rosario de una durísima obsesión demoníaca.
Porque el diablo odia profundamente el Rosario, esto explica sus feroces ataques contra quienes se dedican a esta piadosa práctica. San Luis Grignon de Monfort escribe también en el número 147 de El Admirable Secreto del Santo Rosario :
Si quieres, querido hermano del Rosario, comenzar a servir a Jesús y a María rezando el Rosario diariamente, prepara tu alma para la tentación.
Y en el número 150 del mismo libro:
(…) el Rosario diario tiene tantos enemigos que considero la gracia de perseverar en él hasta la muerte como uno de los favores más notables de Dios.
De ahí también el ataque del diablo no sólo a quienes rezan el Rosario, sino también a quienes trabajan para difundirlo. Nuevamente San Luis Grignon de Monfort, en el número 28 del libro ya citado:
El diablo, celoso de los grandes frutos que el Beato Tomás de Saint-Jean, célebre predicador del Santo Rosario, lograba con esta práctica, lo redujo, con sus malos tratos, a una larga y terrible enfermedad, considerada desesperada por los médicos.
Una noche cuando creía que seguramente iba a morir, el demonio se le apareció de forma aterradora; pero alzando devotamente sus ojos y su corazón hacia una imagen de la Santísima Virgen que estaba cerca de su lecho, gritó con todas sus fuerzas: ‘¡Ayúdame, ayúdame, Madre mía dulcísima!’. T
an pronto como hubo terminado estas palabras, la Santísima Virgen le tendió las manos desde la santa imagen y le apretó los brazos diciéndole: ‘No temas, Tomás, hijo mío, aquí estoy para ayudarte; Levántate y continúa predicando la devoción de mi Rosario como lo has comenzado. Yo te defenderé contra todos tus enemigos.’
Ante estas palabras de la Santísima Virgen, el diablo huyó. El enfermo se levantó con perfecta salud, dio gracias a su buena Madre con un torrente de lágrimas y continuó predicando el Rosario con maravilloso éxito.
Por CORRADO GNERRE.
ITRESENTIERI.