Pentecostés es la contrapartida de Babel

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el Domingo de Pentecostés

Mons. Cristobal Ascencio García

Celebramos hoy la fiesta de Pentecostés, a 50 días de que Jesús resucitó; hace ocho días celebramos su Ascensión y hoy la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Decimos y con toda razón, es la fiesta de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu que da vida, que quita los miedos. Espíritu que personifica el poder de Dios, ya que todo lo que hace es en unidad con la Santísima Trinidad.

San Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, es muy gráfico en su narración del día de pentecostés y sobresalen algunos signos, dice: Estando los discípulos a puerta cerrada, se escuchó un gran ruido que venía del cielo… aparecieron lenguas de fuego que se posaron sobre ellos… empezaron hablar en otros idiomas, según el Espíritu les inducía a expresarse”. Aquella comunidad estaba necesitada de un Pentecostés, para que el miedo cediera el lugar al valor, la indiferencia dejara el campo a la compasión; aquellas puertas cerradas fueran derribadas, para que el egoísmo fuera suplantado por el amor. Era el primer Pentecostés cristiano, Jesús no abandona a la primera comunidad, sino que junto con el Padre envían al Espíritu Santo, Él será la fuerza que sostendrá a la Iglesia a lo largo de la historia. Los Apóstoles ya no conocerán el miedo, ya no hay muerte invencible, ya no hay penas que llorar, Cristo sigue vivo. Se empieza a predicar el Evangelio a todos, aquella obra que duró paralizada por 50 días, ahora tiene un impulso de vital importancia. Pentecostés es también la hora de la Iglesia, es momento de vivir el estilo de vida de Jesús y mostrarle al mundo que existe un modo maravilloso de vivir.

Pentecostés es la contrapartida de Babel; mientras que en la torre de Babel se caracteriza por el orgullo humano y por el afán de llegar al cielo por sí mismos, en Pentecostés es Dios quien baja del cielo; en Babel se distorsiona la legua, en Pentecostés todos se comunican en su lengua. La lengua de la Iglesia naciente es el amor, es el lenguaje que todos entienden.

El Evangelista san Juan en su relato, nos presenta el nacimiento de la Iglesia como una nueva creación. Al enviar a sus discípulos, Jesús sopla su aliento sobre ellos y les dice: recibid el Espíritu Santo. Recordemos que Dios creo al hombre de barro, luego sopló en su nariz aliento de vida y así el hombre se convirtió en un ser viviente. Eso mismo pasó con la primitiva Iglesia, el soplo de la vida desciende sobre ellos, hace una comunidad viva y capaz de ser peregrinos de esperanza, peregrinos de paz. Cuando viene el Espíritu Santo y da vida a aquellos Discípulos, derriba aquellos miedos y los lanza a la enorme misión que les había encomendado Jesús.

Hermanos, sin el Espíritu de Jesús, quienes formamos la iglesia, seríamos sólo un cúmulo de barro sin vida, seríamos una comunidad incapaz de introducir esperanza, consuelo. Podríamos expresar doctrinas, difundir fórmulas de fe, pero no comunicaríamos el aliento de Dios a los demás, ese aliento que da vida. Sin el Espíritu de Jesús, podemos

vivir en una Iglesia encerrada en sus principios, negando toda renovación, evitando soñar los sueños salvíficos de Dios; nos convertiríamos en una comunidad estática y controlada.

La fiesta de Pentecostés es la oportunidad para analizarnos como Iglesia y ver si estamos viviendo las actitudes de la primera comunidad cristiana antes de pentecostés o ya se nota que el Espíritu Santo ha sido derramado sobre nosotros.

Como hombres y mujeres de Iglesia, tenemos un gran compromiso con la comunidad y ese es, que a través de nosotros el Espíritu Santo siga infundiendo vida; lo he dicho bien, ante esta cultura de pérdida de valores, esta situación de violencia, de muerte, debemos permitir que Jesús nos sople su aliento de vida; todos los bautizados debemos de ser signos de vida en un mundo marcado por la anticultura de la muerte.

Hermanos, hagamos que el día de Pentecostés no quede en una fiesta litúrgica marcada por una bonita historia. Dispongamos nuestros corazones y permitamos que el Espíritu Santo quite nuestros miedos, derribe las puertas de la indiferencia, de los egoísmos, del conformismo ante esta realidad violenta que vivimos. El Espíritu Santo nos sigue lanzando a Evangelizar, a llevar la novedad del Evangelio, a vivir nuestra fe en medio de las dificultades diarias.

Al finalizar este tiempo pascual, echemos una mirada a nuestra Iglesia, a nuestras comunidades parroquiales, a nuestros grupos evangelizados y evangelizadores. Preguntémonos: ¿seguimos con las puertas cerradas? ¿cómo derribar esos miedos? ¿cómo permitir que el Espíritu Santo guíe nuestras vidas? Hermanos, vivamos este Pentecostés, abrámonos al Espíritu que da vida, dejemos nuestros miedos y vivamos con intensidad el tiempo que Dios nos permite.

Hermanos, el pasado 21 de abril el Papa Francisco fue llamado a la casa del Padre. Como cristianos lo sentimos todos, y se desataron muchas quinielas en la sociedad de ¿quién podría ser el próximo Papa? Ya lo tenemos, es el Papa León XIV, nos lo ha dado el Espíritu Santo, no los grandes apostadores. Miren, quien verdaderamente guía a la Iglesia es el Espíritu Santo, el Papa, los Obispos o Sacerdotes, vamos de paso, el Espíritu es quien permanece siempre. Dejémonos guiar por ese Espíritu, Él sana nuestro corazón y renueva nuestra vida. Gracias al Espíritu Santo, podemos pensar con la mente de Cristo, amar con un corazón como el suyo y cumplir la voluntad del Padre.

Esta experiencia Pascua – Pentecostés, origine en nosotros “testigos”, desencadene la misión que entraña una dinámica de salida y de movimiento, para que sea en nosotros una realidad, lo que ya decía el Papa San Pablo VI: “Evangelizar constituye la dicha y la vocación de la Iglesia, su identidad más profunda; ella existe para evangelizar”. Los seguidores de Jesús, estamos llamados y somos enviados a irradiar su Rostro, a mostrarlo en todo su esplendor allí donde nos encontremos. El Espíritu Santo, rompe los cerrojos y abre puertas para que vivamos sembrando esperanza.

Hermanos, más que hablar de Dios, permitámosle a Dios que hable por nosotros, así nuestro lenguaje será inteligible para todos.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Feliz domingo para todos.

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan
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