A lo largo de cincuenta días celebramos el tiempo de Pascua que concluye con la solemnidad de Pentecostés. Este es el día en que el ESPÍRITU SANTO viene a este mundo para renovar los corazones de los hombres y continuar la misión de JESUCRISTO. El ESPÍRITU SANTO es “el otro CONSOLADOR que JESÚS manda de junto al PADRE” (Cf. Jn 14,26). JESÚS convive con sus discípulos y realiza visiblemente su misión; ahora JESÚS junto con el PADRE inhabitará el corazón de los discípulos, y a través de ellos continuará su misión hasta el fin del mundo. Pentecostés da visibilidad a la Iglesia, porque un grupo de discípulos reunidos en el cenáculo proclaman con valentía las maravillas de DIOS (Cf. Hch 2,11). JESÚS ya no está con sus discípulos de la misma forma que en los días o semanas precedentes, y tienen que aprender a estar con el MAESTRO de otra manera: “bienaventurados los que crean sin haber visto” (Cf. Jn 20,29) Bien es cierto que las mociones internas del ESPÍRITU SANTO en el corazón de los discípulos son portadoras de una especial certeza, que ellos mismos han de discernir. Los discípulos tendrán un intervalo que irá de la tristeza a una alegría que el mundo no se la podrá quitar (Cf. Jn 16,22). En el evangelio de san Juan, JESÚS no habla directamente de su muerte, sino del paso de este mundo al PADRE (Cf. Jn 13,1), dejando entrever el dramatismo del mismo asociado a una victoria incontestable. Los discípulos perciben lo crucial de las palabras de JESÚS y manifiestan inseguridad y tristeza: “no se inquiete vuestro corazón, creed en DIOS y creed también en MÍ” (Cf. Jn 14,1). O también: “os he dicho estas cosas, para que tengáis paz en MÍ. En el mundo tendréis tribulación, pero ánimo, YO he vencido al mundo” (Cf. Jn 16,33). El Don del ESPÍRITU SANTO, que JESÚS enviará de junto al PADRE (Cf. Jn 14,26) será el que confiera una nueva fortaleza, alegría y Presencia del SEÑOR; por eso conviene que ÉL se vaya, pues de otro modo no puede venir a ellos el PARÁCLITO (Cf. Jn 16,7). El acontecimiento de Pentecostés fue la gran revelación interior que los discípulos tuvieron de la Resurrección o victoria del MESÍAS. El hecho había que proclamarlo con aquel entusiasmo desbordante que los llevó a manifestar las maravillas de DIOS en todas las lenguas. Fue un hecho tangible: una nueva fuerza interior, una nueva alegría y una nueva Presencia del SEÑOR en los corazones. Reunidos allí, en Jerusalén, de todos los pueblos daba el comienzo el cumplimiento de las promesas dadas sobre la unidad de los creyentes, que venidos de todos los lugares aceptaban las grandezas de DIOS manifestadas por el grupo inicial de discípulos.
Reunidos en un mismo lugar
El número de los Doce se había completado con la elección de Matías hacía pocos días. El grupo de los Doce representa al Israel reunido de los confines de la tierra, dando así cumplimiento a las antiguas profecías sobre la restauración del Pueblo de Israel, que será convocado por el SEÑOR en la ciudad Santa. “Dirán: venid, subamos al Monte del SEÑOR, a la Casa del DIOS de Jacob; para que ÉL nos enseñe sus caminos, y nosotros sigamos sus senderos; pues de Síon saldrá la Ley, y de Jerusalén la Palabra del SEÑOR. ÉL juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, y de las lanzas podaderas; no se alzará pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob vayamos, caminemos a la luz del SEÑOR” (Cf. Is 2,2-5). Se está cumpliendo esta profecía con los acontecimientos dados por la Divina Providencia en este lugar santo. En la Ciudad Santa de la Jerusalén terrena JESÚS destruyó el cráneo de la serpiente introduciéndose en la misma muerte: no era posible que la Vida Santa fuera atrapada en la Muerte satánica. En la ciudad Santa de Jerusalén se ha encendido de forma permanente la LUZ de la Resurrección. Los discípulos, inicialmente, fueron los testigos de la Resurrección y de la vuelta de JESÚS al PADRE, recobrando todo el Poder y Gloria, que tenía junto al PADRE antes que el mundo existiese (Cf. Jn 17,5). En la ciudad Santa de la Jerusalén terrenal se vivirá por primera vez una singular efusión del ESPÍRITU SANTO para dar testimonio de la Verdad y conducir a todos los discípulos a la Verdad completa (Cf. Jn 16,13). La profecía de Isaías se anticipa siete siglos a los acontecimientos mencionados, pero todavía seguimos en tiempo de realización de la misma, pues la Paz Mesiánica no se ha vivido todavía de forma general en este mundo. Poner en el horizonte este hecho como una meta realizable desde el punto de vista humano resulta algo imposible; un futuro de estas características sólo puede tener su fundamento y esperanza en DIOS mismo. Por supuesto que los méritos adquiridos por la muerte y Resurrección de JESUCRISTO son razón suficiente para está utopía cristiana. De los cuatro puntos cardinales y de los confines de la tierra cualquier persona creyente en JESUCRISTO asciende al Monte del Señor y a su Ciudad Santa sintonizando su corazón con los acontecimientos salvadores allí realizados. Estos ocurrieron una vez y no volverán a suceder, porque en el proceder de DIOS no es necesario. Un único acontecimiento realizado por el HIJO de DIOS trasciende todos los límites del espacio y el tiempo, haciéndonos partícipes y en cierta medida coetáneos de lo que está sucediendo. Nuestro Monte Santo ya no es el Sinaí; aunque allí tuvieron lugar las grandes manifestaciones de DIOS para el Pueblo de Israel, que iba camino a la Tierra Prometida. El fuego externo de la Montaña Santa se traduce en Pentecostés en el fuego interior que instala la Nueva Ley en el corazón de los discípulos. De esta forma la universalidad de lo acontecido queda garantizada, y de todas partes se puede mirar a la manifestación de DIOS dada en JESUCRISTO.
Un ruido impetuoso
Estando los discípulos reunidos se produjo el signo percibido externamente; “vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban” (v.2). El RUAH -rugido del león o viento del desierto- deja sentir su presencia, pues va a tomar las riendas del grupo inicial, que extenderá el Evangelio a todas las naciones. Cuenta el Génesis, que “en el principio la tierra era caos y confusión y oscuridad. Por encima del abismo aleteaba el viento de DIOS aleteaba por encima de las aguas” (Cf. Gen 1,2-3). El “viento de DIOS es su aliento, hálito de vida o “ruah”, que trata de poner orden en una oscuridad confusa y desordenada. Sin el “ruah” inicial no se hubiera superado el abismo que se abría y la presencia del hombre hubiera sido imposible. El autor sagrado que escribe el Génesis no sabe del ESPÍRITU SANTO, aunque mencione el “ruah” como aliento de vida dado por DIOS. Es el mismo DIOS el que crea todas las cosas, y el que se empeña en redimir al hombre para llevarlo a una vida eterna muy difícil de imaginar para nosotros apegados a lo inmediato de este mundo. Pero en Pentecostés nace la Iglesia como la Nueva Creación de los hombres redimidos por JESÚS. El Nuevo Viento de DIOS, el ESPÍRITU SANTO, viene a eliminar la oscuridad de los pesados miedos y falta de horizontes. Las cosas interiormente debían ser ordenadas: las antiguas categorías dejarían la vía libre al Aliento Divino para construir el Reino de DIOS en este mundo. Aquella casa con los doce y el resto de discípulos hasta los ciento veinte estaban asistiendo a la creación de la Iglesia. Si el dinamismo se apoderó de todos en la mañana de Resurrección, todavía fue mayor el ímpetu que el ESPÍRITU SANTO comunicó a los discípulos reunidos para extender el Mensaje a todas las naciones. Somos los herederos de aquel momento inicial y el ESPÍRITU SANTO nos renueva en cada tiempo oportuno, y lo seguirá haciendo hasta el final.
El fuego
En muchas ocasiones el ESPÍRITU SANTO viene sobre el creyente y se manifiesta como una apacible unción, sin sobresaltos; pero en este caso la tercera Persona de la TRINIDAD quería marcar con claridad el momento de su venida. Si el Viento Divino aparecía como signo externo impetuoso, las lenguas de fuego venían a realizar una profunda transformación interior: “se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos” (v.3). Los discípulos quedaron invadidos por un fuego misterioso, que les podía recordar aquella zarza ardiente que vio Moisés, que ardía y no se quemaba (Cf. Ex 3,2-3). El Cielo había bajado y los transformó convirtiéndolos en testigos de las maravillas de DIOS ante todo el Pueblo. Se estaba produciendo un milagro, pues ningún entusiasmo humano por intenso que pudiera haber sido era capaz de aportar la visión y fuerza, que estaban desplegando aquellos discípulos de JESÚS.
Manifestaciones carismáticas
“Se llenaron todos del ESPÍRITU SANTO y se pusieron a hablar en otras lenguas según el ESPÍRITU les concedía expresarse. Todos los allí congregados los oían hablar en su propia lengua. Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de DIOS” (v.4-11). Por un tiempo el Cielo descendió a la tierra y se dejó sentir de un auditorio amplio. El ESPÍRITU SANTO fue el verdadero protagonista, pero se creó una isla de santidad y manifestación de DIOS, porque el grupo de discípulos y los que estaban alrededor aceptaron en mayor o menor medida aquellas manifestaciones carismáticas. Las maravillas de DIOS estaban siendo cantadas o proclamadas, los Salmos de alabanza y aclamación fueron desbordados con la exaltación del MESÍAS, JESÚS de Nazaret. Si alguna maravilla tenía relevancia era la obra mesiánica de JESÚS y de modo especial su Cruz, perdón de los pecados y Resurrección. Aquellos discípulos que por una parte estaban fuera de sí -éxtasis- por otro lado, todo lo que manifestaban era coherente con lo recogido en Moisés y los Profetas. El mismo modo de testificar lo que estaba sucediendo por parte de los discípulos causaba admiración. Eran personas sencillas, la mayor parte galileas, y se expresaban con una sabiduría e inspiración, que escapaba a las posibilidades humanas. Todos leemos el lenguaje gestual, que emplea el que nos dice algo. El rostro transfigurado y los gestos de adoración y alabanza de aquel grupo amplio de discípulos con los doce, era tan elocuente como lo que estaban manifestando. Algo muy extraño y grande estaba sucediendo, que los allí reunidos nunca habían contemplado.
De todas las naciones
La catolicidad de la Iglesia de JESUCRISTO se basa en la voluntad de su fundador. JESÚS quiere llegar a todos los pueblos haciendo en ellos discípulos suyos, pues ÉL es el único SALVADOR. Todas las demás formas de creencia son aproximaciones, en el mejor de los casos, a la única religión. El término religión proviene de religare verbo latino que viene a significar la unión esencial del hombre con DIOS. La proliferación de dioses es un error de perspectiva que el hombre padece por causa del pecado. El desentendimiento con DIOS, pese a la unión esencial ha derivado en la idolatría. No obstante el que da culto a los ídolos conserva un cierto sentido de trascendencia, pero eso no es suficiente. Sólo la revelación de DIOS podía resolver el grave problema originado, y devolver a la humanidad el sentido y la visión hacia el único DIOS, que es esencialmente uno y trino en personas, y gracias a esta cualidad DIOS puede crear, redimir y permanecer absolutamente trascendente. Si DIOS no es TRINIDAD la alternativa es el panteísmo en cualquiera de sus expresiones. El panteísmo declara que todo forma parte de una unidad en distintos grados de emanación a partir de una energía sutil, que no se sabe si es o no inteligente, o simplemente existe desde siempre y mueve todas las cosas a su alrededor en un eterno retorno. Quien desee dar el paso a la Fe en un DIOS personal con el que se puede relacionar tendrá que aceptar la revelación trinitaria dada en el Nuevo Testamento. Si alguien se contenta con fundirse anónimamente en una energía última, que aparece y desaparece en los ritmos del día y la noche interminable de Brahma, también tiene esa opción menos reconfortante. La revelación dada en el Antiguo Testamento prepara al Pueblo elegido y a humanidad en su conjunto a la revelación de DIOS en JESUCRISTO, y en esta fiesta de Pentecostés el Mensaje se universaliza, representándose en los pueblos mencionados: “partos, medos, elamitas, habitantes del Ponto y Mesopotamia…, Hombres piadosos venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo (v.5). El verdadero DIOS, que se revela en la Biblia permanentemente adopta la elección de los pequeños, los sencillos o los que no cuentan. El HIJO de DIOS toma su humanidad naciendo de una adolescente de Nazaret, cuyo nombre no aparece ni una sola vez en el Antiguo Testamento. Los que aparecen como mensajeros o predicadores de aquel acontecimiento extraordinario son galileos, sin formación rabínica conocida. Algo nuevo está sucediendo y DIOS mismo toma la iniciativa en su manifestación a los hombres.
Puertas cerradas
El miedo nos hace huir, cerrar puertas o escondernos de la presencia de DIOS en este caso. “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana” (Cf. Jn 20,19). Este evangelio nos lo trajo la liturgia del segundo domingo de este tiempo pascual, pero reúne los distintos elementos, que lo hacen idóneo para iluminar el día de Pentecostés. Para vencer el miedo inicial, los discípulos debieron seguir el mandato de JESÚS, “no salgáis de Jerusalén, sino aguardad la Promesa del PADRE -el ESPÍRITU SANTO-“ (Cf. Hch 1,4). La presencia del ESPÍRITU SANTO con sus dones varía según la persona y las circunstancias. Tenemos la presencia del ESPÍRITU SANTO en el Bautismo, pero no es lo mismo que recibirlo en el Sacramento de la confirmación. Así también los discípulos eran conocedores de la presencia y acción del ESPÍRITU SANTO, que el mundo no conoce (Cf. Jn 14,17). Eran pocas horas las habían transcurrido y al atardecer del primer día de la semana, los discípulos permanecían paralizados por el miedo a las autoridades judías. Podían ser apresados los discípulos y ser acusados de robar el cuerpo de JESÚS, pues ya habían sobornado a los soldados que custodiaban el sepulcro, para que diesen esa versión de los hechos (Cf. Mt 28,12-15). Por tanto las cosas no estaban claras y lo mejor era pasar desapercibidos. Por seguridad, las puertas estaban cerradas.
La tristeza prolongada mata
El RESUCITADO no puede permitir que sus discípulos se hundan en la tristeza y la depresión, pues motivos sobrados tenían para ello. “Estando cerradas las puertas de la casa se presentó JESÚS en medio de ellos y les dijo: la Paz con vosotros” (v.19). La presencia del SEÑOR resolvía la situación: JESÚS estaba en medio de ellos y les transmitía su conocida bendición, la Paz. Empezaban a confirmarse las versiones de las mujeres, de Pedro y Juan sobre la Resurrección. No perdamos de vista la gradualidad del encuentro. JESÚS presenta las señales de los clavos en las manos y la abertura de la lanzada en su costado, y “los discípulos se alegraron de ver al SEÑOR” (v.20). No estaban padeciendo alucinación alguna, sino que el SEÑOR estaba delante con las marcar identificativas de su muerte y entrega por todos los hombres. Las señales del martirio y de la muerte no se habían disipado: el que los bendecía era el mismo que murió en la cruz. Las heridas del SIERVO de YAHVEH nos han curado (Cf. Is 53,5), y siguen estando vigentes para todas las generaciones como manifestación inequívoca de la Divina Misericordia. DIOS nos lo da todo por su HIJO JESUCRISTO, porque ÉL ratificó con su entrega el Amor y la fidelidad al PADRE. Los hombres somos escuchados por el PADRE, si previamente hemos prestado atención a las palabras del HIJO. De distintas formas nos formula esta verdad el evangelio de san Juan.
Los discípulos son enviados
Es discípulo el que está o permanece con JESÚS. El discípulo guarda en su corazón la Palabra del MAESTRO y quiere ser transformado por ella: “por mi Palabra estáis ya limpios” (Cf. Jn 15,3). La Palabra realiza su recorrido cuando es llevada a la vida cotidiana y se hace experiencia. Durante tres años, los discípulos tuvieron la oportunidad de oír, ver y mantener encuentros con el MAESTRO de alto nivel espiritual. El círculo más cercano de discípulos fue testigo único de lo que “muchos desearon ver y no lo vieron” (Cf. Mt 13,17). Aquellos hombres sencillos de extracción social humilde, habían recibido la formación apostólica más elevada, que en este mundo se haya podido dar. Con la presencia del ESPÍRITU SANTO aquellos discípulos estaban en condiciones de llevar el Mensaje hasta los confines de la tierra: “como el PADRE me ha enviado, así también os envío YO” (v.21). La tarea no es fácil para los discípulos, y pasarán por pruebas parecidas a las de JESÚS, porque “no es más el discípulo que su MAESTRO” (Cf. Mt 10,24). Según san Juan la característica del envío de JESÚS por parte del PADRE es la entrega: “tanto amó DIOS al mundo, que entregó a su HIJO único, para que el mundo no perezca” (Cf. Jn 3,16). Los discípulos son enviados a imagen del HIJO, por tanto también son entregados y puestos en manos de los hombres a los que van a servir. Esta no es una posición de privilegios humanos, sino de servicio desinteresado, que puede seguir el destino del siervo de YAHVEH.
El ESPÍRITU SANTO y el perdón de los pecados
“JESÚS sopló sobre ellos y les dijo: recibid el ESPÍRITU SANTO, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (v.23). El pecado es la intención fallida de atentar contra DIOS, pero en su ejecución siempre daña al hombre. El pecado nace de la mentira satánica y se le opone frontalmente la Verdad de JESUCRISTO: “para eso he venido a este mundo, para ser Testigo de la Verdad; y todo el que es de la Verdad escucha mi voz” (Cf. Jn 18,37) Este lenguaje es inaceptable para muchos en los tiempos que corren. Quien pretenda decir que existe una Verdad objetiva se le descalifica hasta lo que se da en llamar la cancelación, que es algo así como la muerte civil. Si hay una Verdad objetiva su fundamento necesita de la existencia de DIOS. El pecado, la muerte y la lucha contra satanás fue objetivo principal de la misión de JESÚS. Las cosas para los discípulos no han cambiado. Todo se reformula con la manifestación del HIJO de DIOS en medio de nosotros. Las normas religiosas del Judaísmo se tienen que reformar, la condición divina del emperador romano se propaga y ello contribuye a las persecuciones a los cristianos. La ética particular se decide en la aceptación o rechazo de JESÚS como el único SALVADOR. Para declarar al mundo el actual estado de pecado se necesita de la presencia activa y poderosa del ESPÍRITU SANTO, y JESÚS lo dirá a través del evangelista san Juan: “cuando venga el PARÁCLITO convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la Justicia y en lo referente al Juicio. En lo referente al pecado, porque no creen en MI; en lo referente a la Justicia, porque me voy al PADRE y ya no me veréis; y en lo referente al Juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado” (Cf. Jn 16,8-11). De varias formas el ESPÍRITU SANTO se hace notar entre nosotros: el modo habitual se da cuando asistimos a una exposición de la Palabra o predicación verdaderamente ungidas por la presencia del ESPÍRITU SANTO. Estamos, entonces, ante una exposición profética de la palabra. En la predicación profética la Verdad no está hipotecada y resalta con una fuerza y claridad especial. El auditorio tiene la oportunidad de ver aspectos de su vida, o toda ella, como en un espejo; y cada persona siente que las palabras pronunciadas le están siendo dirigidas personalmente. Como en el acontecimiento de Pentecostés: “cada uno de nosotros les oímos hablar de las maravillas de DIOS en nuestra propia lengua” (Cf. Hch 2,6.11). La fuerza profética toca las conciencias, porque el ESPÍRITU SANTO está presente. El ESPÍRITU SANTO muestra y declara “quién es JESUCRISTO” (Cf. 1cor 12,3), y afirma rotundamente que JESUCRISTO es el MESÍAS y SEÑOR (Cf. Hch 2,36). El ESPÍRITU SANTO nos hace justos o santos por los dones gratuitos obtenidos de la Redención: “ÉL, el ESPÍRITU de la Verdad os dará de lo mío, porque todo lo que tiene el PADRE es mío” (Cf. Jn 6,13-15) Lo justos o santos que podamos llegar a ser es gracias a los dones espirituales conseguidos por JESUCRISTO para cada uno de nosotros. El reconocimiento de esta verdad es tan importante o más que las buenas acciones que individualmente realicemos. El ego personal que desea brillar con cualquier pretexto resulta un gran obstáculo para el acercamiento real a DIOS. El poder del ESPÍRITU SANTO se va extendiendo mediante la acción apostólica haciendo efectiva la victoria de JESUCRISTO sobre el poder de las tinieblas, que ya está condenado. Pero la negligencia humana puede abrir puertas al poder oscuro de las tinieblas, y esas puertas es necesario volver a cerrarlas, si fuera posible para siempre, librando este mundo de la influencia de satanás. No olvidemos que éste es un ángel caído y sabe que le queda poco tiempo para atentar contra el hombre (Cf. Ap 12,12).
San Pablo, primera carta a los corintios 12,3b-7,12-13
San Pablo se muestra como un evangelizador que trata con diversidad de gentes. El mismo recoge rasgos diversos: judío de nacimiento, de la tribu de Benjamín; ciudadano romano y discípulo de Gamaliel; en su etapa primera persiguió a los cristianos con todas sus fuerzas, y en su segunda etapa defiende a CRISTO de forma singular. San Pablo ve y promueve la Iglesia de CRISTO en perfecta unidad y con múltiples carismas y funciones, y ordenada gracias a una jerarquía de ministerios. La gran variedad y al mismo tiempo orden y unidad se da gracias a la existencia de un único ESPÍRITU SANTO que da vida y cohesión a toda esta Iglesia, que es el Cuerpo de CRISTO: “en un solo ESPÍRITU hemos sido todos bautizados para no formar más un Cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres, y todos hemos bebido de un mismo ESPÍRITU” (v.13) El ESPÍRITU SANTO llega de forma inicial y ordinaria mediante el Sacramento del Bautismo. Este Sacramento nos une a JESUCRISTO de forma esencial y hace hermanos en la Fe: “ya no hay judíos o griegos, esclavos o libres”. La raza, etnia o nación, ceden ante la condición de hijos de DIOS en CRISTO recibida en el Sacramento del Bautismo. Las dignidades humanas desaparecen en el momento de la inserción en CRISTO: “ya no hay categorías de esclavos y libres”, pues todos somos liberados para CRISTO, y es ÉL quien nos da la verdadera libertad, pues la figura de este mundo se termina (Cf. 1Cor 7,31). La acción del ESPÍRITU SANTO no se acabó en el Sacramento del Bautismo pues todos hemos de seguir “bebiendo” y continuamente dinamizados por ÉL para mantener la unidad en el Cuerpo de CRISTO. Una renovación permanente se necesita en la Iglesia, en la que se ponga de manifiesto la misma vida que da el ESPÍRITU SANTO. En la Caridad de CRISTO la Iglesia viene respondiendo a los objetivos evangelizadores que se presentan en los distintos tiempos y lugares desde hace dos mil años. A pesar de los fallos, errores y pecados de los hombres, la Iglesia continúa su marcha.
La imagen del cuerpo
“Del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, todos los miembros del cuerpo a pesar de su pluralidad, no forman mas que un solo cuerpo, así también CRISTO” (v.12) En cierta medida, la mano es mano, porque existen el resto de los miembros que realizan su función. La mano es mano porque está unida al cuerpo, que le confiere su razón de ser. Si la mano estuviera separada del cuerpo ya no sería tal miembro, pues es mano en relación al cuerpo al que está unida. Y así podríamos decir de todos y cada uno de los miembros que componen nuestro organismo. Esta imagen de la Iglesia fue muy bien aprovechada por su Magisterio y es complementada por la de Pueblo Elegido, que peregrina hacia la Tierra Prometida. Ambas imágenes encuentran su lugar propio. San Pablo completará la imagen del cuerpo en la carta a los colosenses, confiriéndole a este Cuerpo a CRISTO como Cabeza del mismo (Cf. Col 1,18) San Pedro utiliza la imagen de las piedras que se emplean para la construcción de un templo: “nosotros somos piedras vivas que entramos a formar parte de un Templo en el que CRISTO es la piedra angular” (Cf. 1Pe 2,7).
Todos confesamos a CRISTO
La condición carismática o ministerial del miembro de la Iglesia es continuación del primer instante en el que confesamos que JESUCRISTO es el SEÑOR” (v.3b). Nadie puede decir tal cosa con los labios y el corazón, si no está ungido por el ESPÍRITU SANTO. Los dones y carismas son posteriores al establecimiento del vínculo espiritual formado entre el creyente y CRISTO. Es la predicación ungida y con Poder la que ilumina la conciencia para aceptar a JESUCRISTO como el único SALVADOR, como sucede con los reunidos alrededor de los Apóstoles el día de Pentecostés (Cf. Hch 2,36).
Diversidad de carismas
“Hay diversidad de carismas, pero un mismo ESPÍRITU; diversidad de ministerios, pero el SEÑOR es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo DIOS que obra todo” (v 5-6). Los carismas pueden variar en la persona y las comunidades. El ESPÍRITU SANTO tiene que proveer hoy a la Iglesia de carismas superfluos en otras épocas; lo mismo que hoy vemos como van desapareciendo carismas más necesarios en otros tiempos y lugares como los dados para la enseñanza y la sanidad. El SEÑOR provee de ministerios para vertebrar su Iglesia y algunos son sellados indeleblemente por la acción del ESPÍRITU SANTO. Un diácono, presbítero u obispo, reciben el sacramento con carácter permanente o para siempre, aunque por distintas razones puedan ser dispensados de sus funciones. Las funciones o acciones con carácter evangelizador son tan variadas en la Iglesia como las personas mismas que se mueven en ella. A cada rincón de la sociedad y de la creación (Cf. Mc 16,15) tiene que llegar el Mensaje de CRISTO, la Buena Nueva del Amor de DIOS.