Pasión y muerte: la verdadera liberación de Jesús. Reflexión del obispo Díaz Díaz.

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San Wenceslao

Zacarías 8, 20-23: “Vendrán numerosos pueblos a buscar al Señor en Jerusalén

Salmo 86: “Dios está con nosotros

San Lucas 9, 51-56: “Jesús tomó la firme determinación de ir a Jerusalén”.

¿Por qué hay pueblos y comunidades que parecen irreconciliables?

¿Por qué, por encima de las reflexiones y de las propuestas de una mejor relación, prevalecen los caprichos y se retoman las ofensas?

Detrás del pasaje evangélico de este día encontramos dos terribles realidades y un signo de esperanza:

  • La primera realidad que salta a nuestra vista son las puertas cerradas para Jesús en el territorio de Samaria. ¿Sus argumentos? No es rechazo directo a su persona, sino es porque se está dirigiendo a Jerusalén. Más allá de cuestionar la propuesta de Jesús, lo que rechazan es su decisión de ir a Jerusalén. No es que no estén de acuerdo con sus palabras o con sus milagros, es que tienen los prejuicios que han dividido a los pueblos. Esta situación no es difícil encontrar en medio de nosotros: desde la simple relación de amigos y cercanos que se chantajean con quitar la amistad si se le habla a otra persona, hasta las graves decisiones que involucran el bien de la patria y que se obstaculizan, porque no provienen de personas o partidos afines. Prevalecen las enemistades y descalificaciones sobre la reflexión serena de mirar y examinar objetivamente las propuestas.
  • Los discípulos hacen lo mismo o peor, porque al rechazar añaden la propuesta de aniquilación. Parecería gran amor a la Buena Nueva y al mismo Jesús, pero Jesús no acepta este tipo de rechazos y de condenas a causa de su persona.

 

Cuántos conflictos religiosos e ideológicos evitaríamos si escucháramos este pasaje y comprendiéramos la actitud de Jesús. Ofrece apasionadamente su oferta de salvación, pero no está dispuesto a hacer una guerra y a condenar a los que no la aceptan.

Estas dos actitudes tanto de los samaritanos como de los discípulos, tendrían que hacernos pensar seriamente en las graves situaciones de discriminación, descalificaciones y condenas por motivos religiosos o de ideologías que nos están destruyendo. Hay en este pasaje un gran signo que nos ofrece Jesús: su firme determinación para salvarnos.

La condena que ha recibido desde Jerusalén no basta para detenerlo en la decisión de afrontar la pasión y la muerte con tal de ofrecernos una verdadera liberación.

Hagamos una comparación de la mira y expectativas tanto de los discípulos como de los samaritanos, frente a la generosidad y determinación de Jesús. ¿Qué nos dice a nuestra manera de actuar?

Mons. Enrique Díaz Díaz.
Obispo de Irapuato.
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