Parábola del banquete de bodas

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Las lecturas de este domingo continúan con el tema del Reino de los cielos, ahora, con la parábola del banquete de bodas que un Rey preparó para su hijo. La invitación es para todos, pero solo unos la aceptan libremente y con alegría. Veamos.

«UN REY PREPARÓ UN BANQUETE DE BODAS PARA SU HIJO»

El Reino de Dios es como un banquete, al cual son invitados primeramente los judíos, quienes, al rechazar dicha llamada, son desplazados por los paganos, que si aceptan la invitación que hace Dios les hace (por ejemplo: los ninivitas y su rey). Dios es ese Rey que prepara el banquete para su Hijo, en el acontecimiento festivo llamado las bodas del Cordero (cf. Ap 19,9).  Ese banquete es algo especial, donde se «preparará un festín con platillos suculentos… con vinos exquisitos y manjares sustanciosos» (Is 25,6). Esta comida especial es la Sagrada Eucaristía, es decir, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que nos salva, nos limpia de nuestros pecados y nos redime. Por ello, la vida debe ser como una fiesta, llena de alegría, de gozo y de juegos. No debemos vivir enojados, frustrados y de mal genio todo el tiempo; disfrutemos de la vida como la gran fiesta que Dios nos regala y preparémonos para el Banquete final.

LOS PRIMEROS INVITADOS NO QUISIERON IR

Hubo dos tipos de invitados: los especiales y los generales, es decir, los que tenían cercanía con el Rey y los que eran del pueblo en común. Los primeros rechazaron la invitación, ocupándose de sus actividades temporales, no queriendo compartir la alegría del Rey; los segundos, aceptaron gustosos y con alegría esa distinción que el Rey les hizo. En el primer caso, los invitados podían ir pero no quisieron, no dispusieron su tiempo ni su espacio para compartir la dicha del Rey con su Hijo. En el segundo caso, no esperaban la invitación, ni siquiera estaban listos para tal acontecimiento, pero aceptaron participar en tan magno evento: su traje fue la sencillez, la alegría y la honestidad. Hubo un tercer caso: alguien que llegó a la fiesta pero sin traje: no era amigo, no era cercano, no tenía buenas intenciones, ni siquiera tenía la alegría de estar ahí, le faltaba honestidad y sencillez; y todos sabemos el final: fue echado de esa fiesta. Nosotros ¿qué necesitamos para entrar a esa fiesta? Un corazón limpio y misericordioso, el arrepentimiento y la conversión, la alegría y la honestidad.

«MUCHOS SON LOS LLAMADOS Y POCOS LOS ESCOGIDOS»

Al final de la parábola, Jesús hace una anotación: a muchos se les llama, incluso a todos, pero solo unos cuantos son escogidos, los que libremente aceptan el plan de Dios, los que realmente quieren seguirlo, los que conscientemente están dispuestos a dejarlo todo por el Reino de los cielos. Jesucristo, al enviar a sus discípulos les dice: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio» (Mt 28,19), es decir, los envía a todos los lugares, aunque en algunos sean rechazados. San Pablo, por su parte, proclama: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1ª Tim 2,4), sin embargo, algunos rechazarán este llamado. Jesucristo, en el evangelio de san Juan, predice: «Que todos sean uno» (Jn 17,21); aludiendo a que la salvación y el proyecto de Dios es para todos, aunque algunos no lo acepten. Tu: ¿eres de los pocos o de los muchos? ¿Aceptas o rechazas el plan de Dios?

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