Para Dios todos viven

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Las lecturas de este domingo enfatizan el sentido de la Resurrección, que será en un cuerpo glorioso y sin tendencia al pecado, sólo para los que sean dignos de la vida eterna. Veamos. 

«Dios no es Dios de muertos sino de vivos»

«Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno.» Sab 3,1; pues «Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos» (Sab 3,9); por tanto,  la muerte no es para sus hijos, sino para los hijos del mal. Nosotros somos sus hijos por el bautismo, por ello, Dios nos salvará de la muerte. No debemos, sin embargo, hacer obras indignas de Él, como decir mentiras o ser deshonestos. La voluntad de Dios es que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1ª Tim 2,4) y un medio indispensable para ello es estar en comunión con su Hijo «el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,54). No tengamos miedo de morir, porque Cristo nos llevará de la mano hacia el Padre (cf. Jn 14,6).

El matrimonio y la vida son una bendición de Dios

El texto del Evangelio que hoy hemos escuchado nos habla de un caso que pasó entre siete hermanos y una mujer. Todos ellos se casaron con ella para darle descendencia al hermano mayor, pero ninguno pudo hacerlo. Al final, la viuda también murió. La pregunta de los saduceos es ¿de quién será esposa en la vida eterna? A lo cual Jesús contesta, que en la vida eterna «ni los hombres tomarán esposa, ni las mujeres marido» (Lc 20,35), es decir, no habrá matrimonios pues no habrá necesidad de reproducción y seremos cómo ángeles. A la cual, también podemos comentar que el matrimonio no tiene como único fin la procreación, sino también “el amor y la ayuda mutua” (CIC # 1055, CATIC # 1601). Además, se debe respetar la dignidad de la mujer, pues no se le puede imponer marido contra su voluntad. 

«Mis labios no mienten y mis pies se mantienen firmes»

El salmista sugiere dirigirse a Dios en la oración con dos actitudes: la verdad y la justicia, por eso dice, «mis labios no mienten y mis pies se mantienen firmes» (Sal 16,1.5). La verdad es la adecuación del pensamiento a la realidad, de un sujeto a un predicado y de una norma a un comportamiento. Así tenemos la verdad ontológica, lógica y moral. Pero en la Sagrada Escritura, más que un principio o una doctrina,  la verdad es una persona, es Jesucristo mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), por ello nos dice: «la verdad os hará libres» (Jn 8,32), y nos promete al Espíritu Paráclito, que nos «conducirá a la verdad plena» (Jn 16,13 y cf. Jn 15,26), es decir, a la verdad sobre Dios. Además, el salmista invita a alabar a Dios con nuestro comportamiento, no sólo con los labios: mantener los pies firmes, es decir, sin desviarse del camino, sin cometer fraudes o robos, solo obrando lo que es justo ante los ojos de Dios. 

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