Para Dios no hay nada imposible

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Las lecturas de este domingo nos hablan de la bondad y la misericordia de Dios para con el ser humano, que se traducen en una mirada de cariño al hombre rico, quien busca desde joven encontrarse con Dios, pero que no lo ha logrado al llevar algo que le ata, le aprisiona y le asfixia su corazón: el dinero. Veamos.

 

  1. «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»

Jesús le contestó: « ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.» Dios en esencia es bueno y toda bondad procede de Él y sólo Él es el único bueno. Dios nos invita a elegir el camino del bien para vivir, porque si elegimos el camino del mal, moriremos (Cf. Dt 30,15-18; Prov 12,28; Sal 37,27). Por eso la vida moral no solamente consiste en hacer el bien sino también en no hacer el mal, es decir, no dañar la integridad del prójimo, sobre todo, en lo que respecta a su vida, su persona y sus bienes. En el AT, se nos advierte: «si amas a Yahveh tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás» Dt 30,16. El primer paso para cumplir este cometido es no trasgredir las normas, sino observarlas y aplicarlas a la vida; sin embargo, la ley por sí misma no nos salva (Cf. Gal 2,16), necesitamos ser justificados por la fe en Jesucristo.

 

  1. Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»

Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme» La mirada de Jesús es siempre una mirada compasiva, llena de amor, que no juzga sino perdona. El amor siempre tenderá a hacer crecer a una persona no a destruirla, a enaltecerla no a denigrarla, a corregirla no a solaparla; por ello, Cristo ofrece a esa persona rica una opción mejor que la riqueza: “el amor que libera, que sana, que perdona y que hacer verdaderamente feliz”.  Jesús, sabiendo que el dinero le ataba su corazón y por lo cual no podía amar plenamente, le propone cambiar esa carga de condenación por una gracia de salvación: la caridad con los más pobres, que le conduciría a la vida eterna. Pero no quiso. La pregunta inicial tenía una respuesta: regalar su dinero.  Jesucristo sólo le pidió lo que tenía: dinero, y sírvase saber que tenía mucho, esa era su ventaja, que podía salvarse con lo que tenía. Pero no quiso y su corazón se llenó de tristeza.

  1. Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»

Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en el tiempo futuro, la vida eterna.» Cristo lanza también este desafío para sus discípulos: dejar verdaderamente lo que les ata a la tierra o su cultura: casas, dinero, familia, trabajo y bienes materiales. Esta misma exigencia la pide para nosotros: nos pide dejar nuestra antigua manera de vivir, de ser y de pensar (cf. Hech 3,19), para ser totalmente personas nuevas. Sabemos que este camino no es fácil, pero nada que conduzca a la vida eterna lo será (Cf. Mt 7,13). Es un camino arduo, difícil y estrecho, que sólo los esforzados lo transitarán (cf. Mt 7,14). Jesucristo nos propone tres condiciones: tomar la cruz de cada día, renunciar a sí mismo y seguirlo. Para hacerlo, primero debemos desatar de nuestra vida todo aquello que impide ir de prisa detrás de él: los bienes materiales. ¡Animo! ¡Si podemos!

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