Hace ocho días fuimos testigos, en el Evangelio, de una jornada de Jesús, que era muy intensa, que curó a la suegra de Simón, pero que también durante toda la tarde le llevaron enfermos y él con mucho comedimiento, con mucha compasión les hablaba y los curaba, pero también recordamos un elemento muy importante, pues de madrugada Jesús se levantó a hacer oración y decíamos, para concluir “qué importante son estos dos elementos en la vida del cristiano: la contemplación y la acción”; necesitamos momentos de oración y también de trabajar por los demás.
Este sexto domingo del Tiempo Ordinario se nos habla de un leproso, pero para entender la actitud de Jesús, que es lo fundamental, tenemos que irnos a la primera lectura del libro de Levítico, que realmente eran leyes, normas muy pesadas, podemos decir que eran inhumanas y vemos que si alguna persona tenía una mancha, algún signo o un síntoma de lepra, tenía que ir con el sacerdote y él era el que certificada que era lepra, desde ese momento se consideraba “impuro” y -les digo que era inhumano- pues tenía que andar en harapos, con la ropa sucia, con la cabeza descubierta y gritando en el pueblo “soy impuro”, además quedaba excluido de la comunidad.
Jesús no vino a abolir la ley, sino darle plenitud y encontramos hoy, también en ese tiempo de Jesús, que era una enfermedad que se daba mucho -la lepra- y un día un leproso rompe la barrera porque era excluido, no podía estar cerca de la gente, pero él se atrevió y no fue capaz de levantar la cabeza sino que se arrodilló y le dijo Jesús “Señor, si tú quieres puedes curarme”; podemos nosotros imaginarnos cómo estaba la gente, la expectativa de la gente era ¿qué va a hacer Jesús? y Jesús, pues se acerca y, es más, lo toca -no se podía tocar a un leproso- y le dice “queda curado» ¡qué emoción tan fuerte!. La gente se quedó asombrada y Jesús le dijo que fuera ante el sacerdote para certificar su curación, pero el que había sido sanado no le hizo caso a Jesús, yo creo que estaba muy emocionado y, más bien, salió corriendo y gritando que Jesús lo había curado; aquí nosotros tenemos la actitud de Jesús de compasión y de amor. Para Dios no hay excluidos, estamos invitados todos a experimentar el amor de Dios en nuestras vidas, no quiere que nadie sea rechazado, porque quiere Dios la unidad, la fraternidad, la comunión.
Estamos en el siglo XXI y podemos hacer nosotros una lista de excluidos, podemos decir hoy también que los enfermos de Covid son excluidos, los que han tenido la enfermedad, los ancianos son marginados, los migrantes, los homosexuales, las prostitutas, los indígenas, podemos seguir haciendo esa lista; estamos en el siglo XXI, les decía, y hay mucha gente que está excluida. Por eso el Evangelio le da en el clavo cuando nosotros lo escuchamos y no solamente nos llega a la mente, sino al corazón.
El cristiano es el seguidor de Jesús, entonces tenemos que seguir las huellas de Jesús, actuar como Jesús, esto es un reto, la compasión, el amor. Yo recuerdo que desde que era niño, mis papás, a mis hermanos y un servidor, nos enseñaban en casa que siempre debíamos tratar bien a toda la gente, no hacer distinciones y eso se aprende en familia; fue una enseñanza muy importante porque tratamos de hacerlo y, es más, a veces con aquella gente más necesitada, con ellos tenemos que ser más delicados, porque lo necesitan, a veces tratamos bien, pues entrecomillas, a los que son importantes, a aquellos que tienen más capacidades, más cualidades y a algunos los rechazamos. Tenemos que ser como Jesús al necesitado darle cariño y amor.
Se me quedó grabado mucho una escena que un día vi en una plaza donde estaba yo en un restaurante, con mesas afuera y alguien estaba pidiendo limosna, andaba mal arreglada y, lo que me llamó la atención, fue que una persona muy bien vestida se levantó lo sentó en su mesa y la invitó a comer; veía yo con qué gusto estaba comiendo esta gente pobre, se me quedó grabado porque esta persona actuó de una manera muy evangélica, muy positiva.
Pues que hoy, este domingo, queridos hermanos, nosotros sigamos las huellas de Jesús y siempre seamos sensibles ante las necesidades de los demás; hay muchas necesidades, pero a veces nos acostumbramos, ponemos una cortina en nuestros ojos y ya no nos damos cuenta de la realidad, de ayudar al que lo necesita.
Que el Espíritu Santo pues suscite en nuestro corazón esos deseos de ver siempre a aquel que más lo necesita. Así sea.
+ José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla.