Opus Dei, la prodigiosa aventura…

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

Desde luego, quienes sean avezados en cuanto a la Obra, sabrán que el título no es precisamente original. Se trata del libro de libro de Jesús Ynfante  publicado en 1970 por la editorial Ruedo Ibérico. Todavía vivía el fundador, san Josemaría, cuando Ynfante quiso hacer una historia del Opus Dei, no precisamente favorable y al cual calificó de “Santa Mafia”, cuestionando su reclutamiento, el rígido aparato clerical, un supuesto grupo secreto tecnocrática, nueva masonería la cual tomó espiritualidad de san Ignacio de Loyola de quien san Josemaria montaría algunas máximas en Camino.

Todo eso formó parte de la leyenda negra del Opus Dei. No pretendo una disertación al respecto, ni de ese oscurantismo que incluso, como afirma Malachi Martin, fue creado con “la acre oposición de varios jesuitas contra un nuevo instituto, la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, fundada por un sacerdote español, José María -así escrito- Escrivá de Balaguer”.

El motu proprio “Ad charisma tuendum” (“Para tutelar el carisma”) del Papa Francisco, recuerda esas oposiciones y resucitan las leyendas entra la oposición de la Compañía de Jesús y la Obra, quizá, por ese resabio de primacía entre dos españoles.

Mi primer acercamiento a la Obra fue cuando era joven universitario. Bebí de su espiritualidad y, sin vergüenza ni temor, fui dirigido espiritual. Tomé lo conveniente e, incluso, durante mis estudios filosóficos y teológicos, mi cercanía al Opus Dei no fue desconocida. Jamás pité, ni siquiera fui cooperador, pero tuve simpatías que me valieron no pocas amenazas y advertencias de sacerdotes en la arquidiócesis de México acerca de mi relación con la Obra. Nunca supieron decirme en qué ni cómo sería llevado irremediablemente a la perdición de simpatizar con el Opus Dei.

Sacerdotes que conocí al interior, desde luego, defendían con no poca pasión y vehemencia esta realidad espiritual y vocación sobrenatural que vio san Josemaría. La respuesta, decían, el traje hecho a la medida fue el favor de la Iglesia y de Juan Pablo II para darle un andamiaje canónico “como “quería nuestro padre”, el de la prelatura personal.

Hay ríos de tinta, estudios jurídicos, argumentos y más argumentos justificando que el Opus Dei y la inseparable Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz tenían la configuración perfecta. Las razones, según el espíritu dado al fundador, era la capacidad de movilización de clérigos y laicos como “fenómeno” pastoral católico, universal. En 1982, san Juan Pablo II promulgó la constitución Ut Sit, la cual, lamentablemente, ya fue bajada de los sitios del Opus Dei, y ahora está disponible en latín en vatican.va y apostillada con la leyenda Lettera Apostolica in forma di “Motu proprio” del Sommo Pontefice Francesco Ad charisma tuendum (14 luglio 2022) , fue también el cimiento de la figura del prelado, el ordinario propio para la estructuración particular de las tareas del Opus Dei con una jurisdicción especial.

El prelado era colegio episcopal en la Obra y de ahí la congruencia de que tuviera la plenitud del sacerdocio Y quienes conocen bien este camino, desde 1969 a 1983, año de nacimiento cuando comenzó a “funcionar” el Opus Dei como prelatura, el prelado tenía esta potestad universal para tener un despliegue sin límites.

Las especulaciones van y vienen. Desde afirmaciones como la descarga de furia del Papa Francisco contra una de las instituciones “más opacas y conservadoras”, que han inspirado series y películas conspirativas para fincar la leyenda negra hasta los benévolos y cándidos argumentos de “refundación” como un gesto de bondad del pontífice, han puesto en la encrucijada el futuro de la Obra.

En 2018, entrevisté el vicario regional para México, padre Ricardo Furber. Él era apenas un niño en los últimos años de vida de san Josemaría. Me pareció un hecho sin igual que el número 1 del Opus Dei en este país me diera una entrevista libre y sin censura en ocasión de los 90 años de la fundación. Habló de todo, de la labor de los miembros y sus apostolados, de los procesos de canonización relacionados con México y, por supuesto, del Opus Dei como prelatura personal. Aquí hay 7500 miembros que hacen muchas acciones sociales con impacto social y afirmó categórico en esa plática: “La principal tarea que tiene el Opus Dei es formar porque la formación transforma lo que hay a nuestro alrededor. El Opus Dei busca transformar la sociedad a partir de una buena formación, profunda y sólida”.

Hoy esa prodigiosa aventura parece tener un golpe que lo manda a volar 50 años atrás. Me pregunto cuántos habrán sido los arranques y enojos para ahora, pasar del desconcierto a las redefiniciones. El prelado ya no viste las insignias episcopales y vuelve a la sencilla sotana como la usó el fundador. ¿Limitaciones para su acción? Quizá muchas. ¿Refundación? Ninguna. “Si el Opus Dei no sirve a la Iglesia, de nada interesa”, dijo alguna vez san Josemaría. Y en esta etapa, ahora hay retos nuevos. El Opus Dei ha sido así.

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