La reciente confesión del presidente de la Conferencia Episcopal Suiza, monseñor Felix Gmür, en respuesta a las alarmantes estadísticas sobre los “desbautismos”, pone de relieve la profunda crisis que afecta a la Iglesia católica en Suiza.
Más de 67.500 fieles abandonaron oficialmente la Iglesia en 2023, casi el doble que el año anterior.
Un estudio publicado por la Universidad de Zúrich sobre los abusos sexuales en el seno de la Iglesia actuó como detonante, revelando más de 1.000 casos registrados en las últimas décadas. Sin embargo, los expertos sugieren que estos casos representan solo la punta del iceberg.
En una entrevista con Kath, el obispo Gmür calificó este éxodo de personas como “predecible” y pintó un panorama aparentemente desesperanzador, llamándolo incluso “una tendencia que no se puede detener”.
Las palabras del obispo son emblemáticas no sólo de la situación en Suiza, sino también de una actitud más amplia que parece estar muy extendida entre el clero y el episcopado contemporáneos: una actitud de derrotismo.
Declarar que “esta es una tendencia que no se puede detener” es similar a rendirse a las fuerzas del secularismo y los errores internos.
Si bien las heridas evidentes (los escándalos de abusos, el colapso de la transmisión de la fe dentro de las familias) se reconocen correctamente, la verdadera causa de fondo sigue sin abordarse: la pérdida de la identidad católica entre el propio clero.
La fe católica auténtica y profundamente arraigada no puede ser destruida ni siquiera por los escándalos más graves.
La historia lo demuestra: persecuciones, herejías, cismas y escándalos han pasado a lo largo de los siglos sin apagar la llama de la fe, sostenida como está por su origen divino.
La situación en Suiza, en cambio, revela una fe ya debilitada, frágil por la tibieza de los pastores y su apertura a las ideologías modernistas. Monseñor Gmür lamenta que la fe ya no esté en el centro de la vida de las personas, pero no se pregunta si la Iglesia suiza ha hecho realmente todo lo posible para mantenerla viva.
Sin duda, la cultura laica suiza desempeña un papel importante en la erosión de la identidad católica. Una sociedad secularizada que reduce la religión a un asunto privado hace cada vez más difícil que la fe eche raíces.
Sin embargo, el secularismo es una causa secundaria, no la verdadera raíz del problema.
Del mismo modo, la plaga de los abusos es grave, pero no basta para explicar el colapso de la fe.
La crisis nace desde dentro, de la progresiva adopción de una actitud conciliadora frente al mundo.
Este episodio es un llamado a todo cristiano, especialmente a los pastores, a no rendirse ante el pecado y la corrupción, sino a luchar por la santidad de la Iglesia.
La resignación nunca es una respuesta evangélica: es en tiempos de crisis cuando la fe debe convertirse en acción y restaurar lo que se ha corrompido.
En lugar de proclamar con valentía la verdad del Evangelio, muchos obispos y sacerdotes han optado por adaptarse a los nuevos tiempos, abandonando la catequesis rigurosa y renunciando a la lucha contra el modernismo:
- La liturgia se ha reducido a menudo a un espectáculo,
- La doctrina se ha presentado como una opinión entre muchas
- Y el sentido de lo sagrado se ha diluido en un sentimentalismo vago.
Con semejantes fundamentos, no sorprende que las familias jóvenes dejen de bautizar a sus hijos y que las parroquias se vacíen.
La postura pública del obispo Gmür y, presumiblemente, de otros obispos suizos, es especialmente peligrosa.
Los abusos sexuales, aunque horribles, no son una razón válida para abandonar la fe. Al contrario, deberían inspirar un renovado celo: entre los laicos, para exigir reformas serias y transparencia; entre el clero, para volver a la radicalidad evangélica y a la ortodoxia sin concesiones.
Los escándalos ponen a prueba la fe, pero la verdadera fe emerge purificada y fortalecida. Si hoy la Iglesia en Suiza cede, es probable que sea porque ha dejado de creer en el verdadero Cristo y se enfrenta en cambio a un Cristo imaginario que no existe.
No todo está perdido.
La historia demuestra que cada crisis puede ser una oportunidad de renovación si se la afronta con valentía y fe.
Los obispos suizos tienen la urgente necesidad de abandonar esta actitud fatalista y redescubrir su misión de pastores.
Hoy es imperativo catequizar sin miedo a la reacción del mundo, «dar razón de la fe», defender la verdad contra el relativismo y volver a poner a Cristo en el centro de la predicación.
Sólo una Iglesia cristocéntrica, no antropocéntrica, que crea verdaderamente lo que proclama, puede recuperar a los fieles y afrontar los desafíos de nuestro tiempo.
La crisis de la Iglesia católica en Suiza no es irreversible.
Los escándalos, el secularismo y los cambios sociales no tienen la última palabra.
La respuesta está en redescubrir la identidad católica y volver a las raíces de la fe. Monseñor Gmür y sus hermanos deberían reflexionar sobre las palabras de Cristo:
«¡Ánimo! Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).
La victoria no pertenece al derrotismo, sino a la esperanza fundada en una fe viva.
Por GAETANO MASCIULLO.
MARTES 17 DE DICIEMBRE DE 2024.
LIFESITENEWS.