Por: Lic. Juan Carlos Monedero
Todo empezó cuando, en diciembre del 2020, en el municipio de Chocholá, Yucatán (México), se colocaron adornos alusivos a la Navidad. Según los jueces que examinan la demanda del amparo[1], se escenificaba el nacimiento de “Jesucristo” (así, entre comillas), y los adornos “fueron instalados en espacios públicos significativos”.
La medida ya se está discutiendo y fue planteada ante los tribunales de justicia por una entidad que, casualmente, milita en línea con el lobby gay. Se trata de un proyecto planteado ante la Suprema Corte de Justicia a fin de declarar inconstitucional la colocación de símbolos navideños en espacios públicos. Por supuesto, se invoca el principio de Estado Laico y la consecuente separación entre Iglesia y Estado[2].
En palabras del Ministro que elaboró el proyecto de resolución: “El problema jurídico por resolver por la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación consiste en determinar si la potestad del Ayuntamiento del Municipio de Chocholá de colocar símbolos religiosos en espacios públicos es violatoria de la libertad religiosa, y de los principios constitucionales del Estado laico y el principio de igualdad y no discriminación”. No podía faltar la palabra talismán: discriminación.
Este nuevo ataque contra la querida nación cristiana de México es una excelente oportunidad para replantearnos si el estado laico es un principio válido, así como para reflexionar acerca del pesebre.
Porque lo cierto es que nos dimos cuenta de lo que valía el pesebre ahora, que lo quieren quitar. Observemos la fundamentación liberal masónica para remover los pesebres:
si bien el ícono relativo al “Nacimiento de Cristo”, símbolo de la religión cristiana, fue colocado por el Ayuntamiento señalado como responsable por un periodo específico, lo cierto es que sus efectos han trascendido –y trascienden– en el tiempo y en el espacio, en tanto que su esencia misma consiste en proyectarse sobre la conciencia de sus espectadores (para quienes es imposible hacerlo pasar desapercibido)…
(…)
Así pues, al proyectarse silenciosa y estructuralmente en las conciencias de quienes lo observan, provoca impactos en la conducta e, incluso, en la cosmovisión o forma en que se comprende el mundo; permitiéndose, entonces, su impresión automática en el orden social, político y cultural del Estado mexicano.
Parece mentira pero estos anticristianos tienen más fe que nosotros: les preocupa que este símbolo clame ante la conciencia del hombre. Les afecta la imagen porque no pasa desapercibida. Detengámonos aquí: el adversario nos está diciendo en qué tenemos que creer, esto lo ven con mayor claridad que nosotros. No quieren que Cristo toque la puerta del alma, no vaya a ser que se produzca un cambio en el corazón. Saben que eso puede pasar y están aterrorizados a causa de diminutas figuras de burros, bueyes, corderos, pastores, Reyes Magos, San José, Virgen y Niño Jesús, hasta el punto de tomarse la molestia de redactar y argumentar largamente en este largo proyecto.
Por eso, será bueno que toda crítica jurídica a este proyecto –los abogados mexicanos ya se están moviendo en ese sentido[3]– esté acompañada de esta profunda certeza: esta construcción jurídica no es otra cosa que una máscara del odio a Cristo. Por eso no quieren pesebres. Se trata de un artificio ideológico dirigido a negarle al Nacimiento toda dimensión cultural, oponiéndola con su significación religiosa, a fin de presentarlo odiosamente como un símbolo de dominación de las mentes: esta es la obra maestra del liberalismo mexicano. Pero como son turbios, estas medidas se maquillan con mucha “racionalidad”: el pesebre es discriminatorio, el pesebre vulnera los derechos humanos. Son los pretextos que están a la orden del día –en México y en Occidente– dado que se busca disimular el encono para con el Salvador del mundo, a fin de evitar que la gente reaccione.
Pero nosotros no podemos ni debemos ser engañados por esta apelación a lo políticamente correcto… Realmente sabemos cómo son las cosas: el espíritu de Plutarco Calles sobrevuela este proyecto. Por eso, mientras se pide separación completa entre Iglesia y Estado, el poder político fornica despreocupadamente con la Masonería en un concubinato que debería darles vergüenza.
Finalmente, recordemos que quienes padecen algún grado de infestación demoníaca no toleran las imágenes religiosas: ¿Será este el caso? Los principios modernos del Estado Laico ya revelan sus últimas consecuencias, y la cristofobia ha quedado al desnudo.
En estas navidades, coloquemos un hermoso pesebre en nuestros hogares y no olvidemos –este 24 de diciembre, en Nochebuena– levantar con espíritu cristero nuestra copa. Brindemos por todos los que en México siguen luchando para que Cristo reine, procurando que los pesebres continúen vigentes en los espacios públicos. A ellos, ¡salud!
[1] Cfr. https://bit.ly/3TIrqJu
[2] Hace unos años, en torno al Crucifijo en los espacios públicos, tuvo lugar un debate muy parecido. Remitimos a un artículo que en su momento publicamos, titulado “El auténtico significado de la embestida contra el crucifijo”. Cfr. http://elblogdecabildo.blogspot.com/2010/11/ensayo.html?m=0
[3] Cfr. https://bit.ly/3Gi3WIh (artículo de la Dra. Diana Gamboa, México).