Nuevo año litúrgico

Isaías 2,1-5 | Salmo 121 | Romanos 13,11-14a | Mateos 24,37-44

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

La Gracia es siempre nueva, porque no envejece; y, con criterios humanos, decimos que siempre rejuvenece. La representación de DIOS como el anciano con barba y cabellera blanca resulta un antropomorfismo muy insuficiente. DIOS es la fuente de la Vida siempre nueva. El nuevo año litúrgico que iniciamos con este primer domingo de Adviento constituye la nueva etapa para recibir numerosos dones precisos todos ellos y seguir el itinerario de la Fe. La liturgia se va a encargar de traer al presente las grandes celebraciones de los acontecimientos salvadores, y recordarnos las divinas promesas, que dan un nuevo ánimo en nuestras almas tan necesitadas de una palabra de aliento y Esperanza. Cada nuevo año litúrgico no responde a un esquema circular de los acontecimientos, a modo de un ciclo incesantemente repetido, sino que el nuevo año actúa como un nuevo peldaño en la escala hacia el cielo, por la que ascendemos en una mayor comprensión y vivencia del misterio de JESUCRISTO. Mientras caminamos por este mundo, JESUCRISTO con su manifestación final es el horizonte al que miramos y vamos caminando; y de nuevo, paradójicamente, nos abrimos a la contemplación y adoración del misterio de la Encarnación. Los años pasados por Israel en el desierto representaron la dura espera por llegar a un territorio. Cientos de años pasaron y la espera por la Tierra de las promesas se transformó en la espera por el MESÍAS. La Encarnación y nacimiento del MESÍAS constituyen el contenido central de la espera en el Adviento. Nuestra vida está entreverada de proyectos, promesas, expectativas, planes con distinta importancia; pero ninguna de estas esperas parciales dan el contenido de la Esperanza cristiana. El cumplimiento de las esperanzas humanas tiene una gran importancia, pero ninguna de ellas resuelve el momento más radical que representa la muerte. Sin el SALVADOR, la muerte es el fracaso de todo lo imaginable. Pero el SALVADOR convierte la fatalidad de la muerte en un suceso de transformación personal con carácter definitivo que resuelve cualquier deficiencia humana. La Esperanza cristiana no se cifra en las cosas de “aquí”, sino en las que DIOS tiene preparadas para cada uno de sus hijos, desde siempre y para toda la eternidad. Esta revelación carga de sentido la vida en este mundo, incluso cuando esté marcada por el dolor, el sufrimiento o el fracaso: “los padecimientos de este mundo no son nada para la Gloria que DIOS nos tiene reservada en los Cielos” (Cf. 1Pe 1,4-5 Rm 8,18).

El crecimiento en CRISTO

“Los que hemos sido bautizados estamos insertados en CRISTO, y nuestro objetivo principal en la vida debería ser el desarrollo del Bautismo o crecimiento en CRISTO”. Así concluye san Pedro en su segunda carta: “creced en la Gracia y el conocimiento de nuestro SEÑOR y SALVADOR, JESUCRISTO. A ÉL la Gloria ahora y hasta el día de la eternidad” (Cf. 2Pe 3,18). De distintas formas se formula el sentido de la vida en el Nuevo Testamento, y una de ellas es la señalada ahora. La Esperanza cristiana dispone al creyente en una trayectoria con los pies muy bien puestos en este mundo, sabiendo que el punto de destino trasciende lo inmediato en todos los órdenes. La Esperanza cristiana y su sentido de la vida no es una filosofía aplicable después de un estudio concienzudo. La Esperanza cristiana se traduce positivamente en el crecimiento personal en “el conocimiento y la Gracia de JESUCRISTO, que es el único SEÑOR y SALVADOR”. No basta el sólo conocimiento se JESUCRISTO, si esto pudiera darse, es necesario el crecimiento en la Gracia. El creyente está llamado a ser renovado incesantemente en la Gracia: el Don permanente de la Vida que procede del mismo JESUCRISTO en forma de bienes espirituales necesarios para la vida cotidiana del cristiano. Todos los días nos vemos necesitados de renovar las fuerzas con las que cargar y llevar la cruz personal. Todos los días la paz y la alegría deben presidir las actuaciones, para que nuestra “oración, ayuno o limosna, las note sólo DIOS” (Cf. Mt 6,1-18), y no trasluzcan como signos de una religiosidad afectada. Todos los días debemos ser provistos de la paciencia con la que afrontar los pequeños o grandes inconvenientes, que no aparecen por casualidad. Cada lector puede añadir innumerables gracias que en cada caso particular el SEÑOR dispensa para el crecimiento en Gracia; porque llegados a este punto sabremos con claridad que todo lo que hagamos de bien como cristianos se debe a la Gracia, “para que nadie se gloríe en sus obras, sino que el que tenga algo de que gloriarse se gloríe en el SEÑOR” (Cf. 2Cor 10,17).

El recto criterio

Israel mientras caminó cuarenta años por el desierto esperó el cumplimiento de la promesa: la entrada en la Tierra Prometida. Cuarenta años es el cómputo que emplea la Biblia para señalar una generación, y también podría indicar el periodo de vida de una persona e incluso de la historia de la humanidad en su conjunto: ”a esta generación no se le dará otro signo que el de Jonás” (Cf. Mt 12,39). El apóstol san Pedro en esta segunda carta recoge consejos, indicaciones o criterios, precisamente para que sus encomendados partan de criterios adecuados para un correcto discernimiento. Los bloques de cuestiones a tener en cuenta por los cristianos a los que va dirigida la carta son comunes a todos los escritos del Nuevo Testamento: cuerpo doctrinal, que gira principalmente en torno a la persona misma de JESUCRISTO; cuestiones de orden moral, que descansan en el principio ético básico: “haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti” (Cf.Mt 7,12); el SEÑOR está a punto de llegar, bien haciéndose presente en la vida particular, porque sucede la muerte, o por su manifestación final –Parusía-. La vuelta del SEÑOR tiene en los escritos del Nuevo Testamento un lugar preeminente, que hoy se descuida, llevando aparejada una gran pérdida de vitalidad cristiana. Dada la espera mesiánica hay que revisar la vigilancia y la oración, que mantenga los ánimos despiertos y bien dispuestos. Lo anterior conserva un profundo sentido comunitario, que aporta otro gran apartado para el discernimiento cristiano. No creemos en soledad, sino dentro de la Iglesia; no esperamos al SEÑOR aisladamente, porque su Segunda Venida es Universal; las oraciones que realizamos tienen una procedencia y destino eclesiales. El discernimiento ético incluye necesariamente la valoración de las relaciones con los semejantes: no se vive el bien o el mal como un extracto aislado en un recipiente, sino que vivimos buenas o malas relaciones con los otros más próximos o alejados.

El SEÑOR viene

Cada tiempo de Adviento repetimos con ánimo renovado: “el SEÑOR viene”,o mejor, el SEÑOR está llegando en todo momentos con sus dones espirituales y celestiales (Cf. Ef 1,3). Deberíamos estar bien predispuestos para percibir las llegadas discretas del SEÑOR “que viene”, y el apóstol san Pedro señala un criterio para el discernimiento, que es preciso tener en cuenta: “para el SEÑOR mil años son como un día; y un día como mil años” (Cf. 2Pe 3,8). La suspensión de las dimensiones del espacio y el tiempo alteran drásticamente nuestra percepción. Algunas personas que han tenido una experiencia cercana a la muerte vieron en unos instantes de forma detallada décadas de su vida. Los tiempos para DIOS no son igual que en nuestro caso. La anécdota del que cambia veinte años de vida en este mundo por dos horas de purgatorio, y lo acuerda así con su Ángel Custodio. Cuando el protegido llevaba una hora, le parecía que habían pasado muchos años y el Ángel se había olvidado de él; entonces apareció el Ángel y le dijo: no me he olvidado, sólo llevas una hora de purgatorio. Por otra parte, los términos de una predicción o profecía pueden variar según se modifique el curso de los acontecimientos humanos. No sabemos lo cerca o lejos que estamos del cumplimiento y el modo de hacerlo de una profecía cuando ésta muestra una acción de castigo, pues “la paciencia de DIOS es nuestra salvación” (Cf. 2Pe 3,9). Ahora, en nuestros días, se está produciendo una gran efervescencia de mensajes y predicciones que señalan una inminente acción extraordinaria del SEÑOR. Se refuerzan las predicciones actuales para el futuro inmediato con otras más lejanas en el tiempo, pero que fueron dadas, dicen, para nuestros días. A determinados mensajes de apariciones marianas se les hace decir cosas, que en el origen no fueron recogidas, lo que dificulta un poco el discernimiento. Por otra parte, admitiendo la veracidad y validez de las distintas aportaciones carismáticas, debemos quedarnos con lo que se ajuste a lo señalado y revelado en la Escritura. Estas aportaciones proféticas de los últimos momentos parecen salir al paso de las profundas incursiones que la ingeniería social, dirigida por instancias internacionales y seguida por lacayos nacionales, están dictando en medio de nosotros. Lo que hace pocas fechas era un delito penado con cárcel aparece en boca de una ministra o ministro como un derecho: los niños van a poder mantener relaciones sexuales con adultos cuando sean consentidas por el niño o la niña. Hasta el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, habiéndolo oído como todo el mundo, manifestó que la ministra del ramo no había querido decir tal cosa. Pero el monseñor se habrá desengañado cuando la ministra en cuestión lo repitió en Buenos Aires hace pocos días. Creíamos que lo habíamos escuchado todo, pero nos equivocamos: la degradación puede aumentar. En el capítulo doce del Apocalipsis aparece el dragón intentando devorar al hijo que la MUJER dio a luz (Cf Ap 12,4). En este HIJO están señalados todos los niños, a los que con predilección Satanás dirige todo el odio posible. No basta el sacrificio de niños en el vientre de su madre, pues si el feto nace con vida, en algunos estados americanos, se les puede matar clavándoles una aguja en el cuello o con unas tijeras cortándoles el cuello. ¿Esta es la civilización occidental cristiana? Es lógico que ante hechos de esta guisa y otros parecidos haya personas que sientan que el mal no puede llegar más allá. Ante un panorama sombrío en el que los verdaderos derechos se van perdiendo a costa de falsos derechos, a las personas del común de los mortales nos pueden venir a la memoria alguna de las advertencias de la VIRGEN MARÍA en Fátima: “si no se hace caso de lo que os pido, Rusia extenderá sus errores por el mundo”. Los tres niños de las apariciones nunca habían oído hablar de Rusia. El comunismo marxista se desarrolla en Rusia principalmente y es la base de lo que llamamos hoy “Marxismo Cultural”, promovido por la Escuela de Fráncfot (1930) y Antonio Gramsci, miembro del partido comunista italiano (1921).¿A qué se dedican los “marxistas” actuales?: a promover la Ideología de Género, las leyes sobre transexualidad, el fundamentalismo ecológico, el veganismo, y cualquier otra forma de enfrentamiento entre minorías que repercuta en un desorden social. El objetivo es sustituir la lucha de clases diseñada previamente por cualquier otra lucha de minorías construidas a tal efecto, pues las clases obreras no están en esa clave al haber mejorado su nivel económico.

Esperamos una Nueva Tierra

Pese a la velocidad de expansión de las ideologías presentes, los  creyentes en JESUCRISTO tenemos motivos para seguir afirmando que ÉL es el SEÑOR de la historia y nada sucede sin su consentimiento. Después de la transformación de los elementos por el fuego, sigue diciendo san Pedro, “nosotros esperamos, según nos lo tiene prometido, Nuevos Cielos y Nueva Tierra donde habite la Justicia” (Cf. 2Pe 3,13). Parece, ahora mismo, que DIOS está permitiendo la manifestación del rostro del Mal con unos niveles inimaginables hace pocas décadas, aunque los grandes objetivos vengan preparándose desde hace tiempo. Todavía nos queda asistir al cambio de modelos dogmáticos dentro de la propia Iglesia Católica, de los que algunos obispos se hacen eco. El proceso en cuestión ya está en marcha y se va anunciando a medida que se están dando algunos pasos. Parece que san Pedro escribe sus cartas con la ayuda de un secretario, y con la bondad del anciano probado en infinidad de luchas aconseja a los suyos: “queridos, en espera de estos acontecimientos, esforzaos por ser hallados en paz ante ÉL, sin mancilla y sin tacha” (Cf. 2Pe 3,13). La conducta moral correcta trae paz a la conciencia, que se verá cara a cara con el SEÑOR que está llegando: “vosotros, queridos, vivid alerta, no sea que arrastrados por esos disolutos os veáis derribados de esa firme actitud” (Cf. 2Pe 3,17). Los ambientes frívolos y disolutos en los que se juguetea con el mal, pensando que se tiene el control de la situación es la ruina para muchas personas. Nunca como en nuestros días el mal puede adoptar las fisonomías más fascinantes e increíbles; y las personas somos débiles o muy débiles frente al poder pervertidor del Malo.

Ocho siglos antes

El profeta Isaías hace coincidir su ministerio en tiempos de los reyes Ozías, Ajaz, y Exequias. Son tiempos difíciles, que el profeta describe desde el punto de vista religioso con palabras duras. Acusa a sus coetáneos por la falta de discernimiento: “conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi Pueblo no discierne” (Cf. Is 1,3). El tono del primer capítulo es de contrariedad y el profeta no ahorra la descalificación: “gente pecadora, pueblo tarado de culpas, semilla de malvados, gente de perdición han despreciado a YAHVEH, al SANTO de Israel” (Cf. Is 1,4). El profeta Isaías hace un diagnóstico nada complaciente con los distintos estamentos del Pueblo y denuncia el culto idolátrico, la rapiña, los abusos y las múltiples formas de injusticia. El comienzo de este libro sagrado presenta una sociedad enferma tanto en lo religioso como en la vida civil. Pero el profeta es portador de una palabra de Vida y Esperanza: “aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. Venid, pues, y disputemos dice YAHVEH. Así fueran vuestros pecados como la grana, como la nieve blanquearán; y así fuesen rojos como el carmesí, cual la lana quedarán” (Cf. Is 1,18). La Misericordia Divina es mayor que el pecado del Pueblo, pero el SEÑOR pide el arrepentimiento o volver a  ÉL y dejar los ídolos y las malas acciones. Al comienzo de la profecía el autor sagrado dispone la visión de los últimos tiempos, en los que  todo quedará restaurado según el plan de DIOS.

El profeta del Adviento

La profecía de Isaías nos acompaña durante todo el tiempo de Adviento, que inicia el Año Litúrgico. Las grandes profecías del Antiguo Testamento no se cortan con la aparición del MESÍAS, porque su cumplimiento pertenece al desarrollo de los tiempos mesiánicos en los que nos encontramos. JESÚS nos dijo: “no he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a darles cumplimiento” (Cf. Mt 5,17). El contenido de las profecías no se agotó con la aparición de JESÚS hace algo más de dos mil años, sino que su cumplimiento total llegará al mismo tiempo que las promesas dadas en el Nuevo Testamento. Las antiguas profecías tienen un recorrido que sólo JESUCRISTO puede completar, y sólo ÉL, por tanto, les da plenitud de sentido. Isaías de forma especial y con él los grandes profetas bíblicos están de total actualidad, a la espera de ver cumplidas plenamente sus anuncios con miles de años de anticipación. El “Ciclo A” inicia el Año Litúrgico con la visión de Isaías recogida en los cinco versículos iniciales, del capítulo segundo. La denuncia sin atenuantes declarada en el primer capítulo cede el paso a la intervención restauradora y redentora de YAHVEH, que no se deja vencer por la impiedad de los hombres. El mensaje no puede ser más actual y aplicable a nuestras circunstancias presentes.

La gran visión

Además de profeta Isaías también era vidente. El profeta tiene oídos para escuchar con discernimiento y unción en la Palabra que posteriormente tiene que transmitir de modo imperativo, porque el profeta habla a los hombres como altavoz de DIOS. Pero Isaías también se desenvuelve en el campo de las visiones donde queda con mayor amplitud la interpretación de los signos dados en la propia visión.

Al final de los días

La visión es para los tiempos mesiánicos. La coincidencia es total: los últimos tiempos son mesiánicos y JESÚS no duda un instante en proclamar que ÉL es el protagonista de los tiempos mesiánicos: “se ha cumplido el tiempo, está cerca el Reino de DIOS; convertios y creed en el Evangelio” (Cf. Mc 1,15). Los Últimos Tiempos van finalizando en un presente continuo de cuya duración temporal sólo DIOS sabe.

La realidad que nos trasciende

El platonismo griego hacía valer en primer término el mundo de las ideas para fundamentar las realidades humanas; sin embargo en la Biblia encontramos como DIOS recoge los elementos creados y los resultados de nuestras acciones para significar las realidades eternas. Una muestra de lo anterior es la formulación que realiza el profeta Isaías para señalar la raíz histórica del linaje mesiánico: “visión que tuvo Isaías sobre Judá y Jerusalén” (v.1). El Reino de Judá se mantendrá y dará lugar a la actuación del MESÍAS como el LEÓN de JUDÁ (Cf. Ap 5,5). Jerusalén, o Ciudad de David, permanecerá como el punto objetivo histórico para hacer referencia a la Jerusalén del Cielo, que será la morada definitiva. “Al final de los días estará firme el Monte de la casa del SEÑOR, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas” (v.2). La “Casa del SEÑOR” es el Templo de Jerusalén, pero su estabilidad será puesta a prueba, por haber traicionado el verdadero culto a YAHVEH. La destrucción del Templo tendrá lugar algo más de una centuria del ministerio profético de Isaías. El Templo literalmente se había prostituido, y practicaban en sus dependencias la prostitución sagrada como los del culto cananeo. Isaías tomaba la imagen del Templo de Jerusalén, pero la estabilidad y excelencia por encima de todas las otras fuerzas de este mundo quedaban fuera del alcance humano. Isaías estaba mirando a los tiempos mesiánicos y llegamos a su pleno cumplimiento en la persona de JESUCRISTO: “destruid este Templo, y en tres días lo levantaré” (Cf. Jn 2,19). En este capítulo dos de san Juan, JESÚS realiza la purificación del Templo representada en la expulsión de los vendedores, que habían alterado la naturaleza y finalidad del recinto sagrado: “mi casa es casa de oración, y vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos” (Cf. Mc 11,17; Jn 2,16). El Nuevo Templo asentado por encima de todas las montañas llegará con la Resurrección de JESÚS previo paso por la Cruz. La mayor estabilidad y manifestación de poder DIOS lo realiza en su mayor acto de abajamiento y debilidad.

El Monte de la gran revelación

“Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: venid, subamos al Monte de YAHVEH; para que ÉL nos enseñe sus caminos, y nosotros sigamos sus senderos” (v.3). En tiempos del profeta Isaías se mantenía en la memoria el Monte Sinaí como la Montaña Sagrada, donde Moisés recibió la gran revelación de DIOS para su Pueblo. Pero el profeta considera que habrá un Nuevo Monte en el que DIOS se revelará y todas las naciones acudirán para recibir la sabiduría y revelación, que guíe sus caminos. La autoridad de Moisés no se discutía, pero DIOS seguía revelándose a los hombres y lo haría de forma extraordinaria en los tiempos mesiánicos. La Biblia propone la universalidad de su revelación y enseñanza, sin embargo el Pueblo elegido no ha mantenido la proyección adecuada para llevar a cabo la universalización del Mensaje, hasta que llegó el momento del Evangelio: “Id y haced discípulos de todos los pueblos” (Cf. Mt 28,19). La evangelización cumple dos objetivos de forma simultánea: lleva a término el mandato explícito de JESÚS y por otra parte da cumplimiento a la universalidad de la revelación del Antiguo Testamento. El Evangelio es la revelación máxima de DIOS a los hombres: DIOS no tiene una Palabra más elevada, que la revelada en su único HIJO. JESÚS dirá: “venid a MÍ todos los que estéis cansados y agobiados, porque YO os aliviaré” (Cf. Mt 11,28). JESÚS colma las aspiraciones y necesidades espirituales de la persona en cualquier época. El Evangelio es la Nueva Ley de la Nueva Jerusalén, hacia la que caminamos todos los “hombres de cualquier raza, nación o pueblo “Cf. Ap 7,9). La Nueva Ley está en el Evangelio y es definitiva, porque JESÚS revela a los hombres lo que el PADRE tiene pensado para cada uno de sus hijos: “ni el ojo vio, ni el oído  oyó, lo que DIOS tiene preparado para los que lo aman” (Cf. 1Cor 2,9).

REY de Paz

“Será el árbitro entre las naciones. De las espadas forjará arados, de las lanzas, podaderas. No se alzará pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (v.4). “DIOS llega para regir la tierra, y regirá el orbe con Justicia” (Cf. Slm  97,9 ). DIOS otorga a su HIJO el arbitraje de los pueblos, pues ha quedado constituido como SEÑOR y CRISTO, ante el cual toda rodilla se dobla en los cielos y la tierra (Cf. Flp 2,10). El señorío de CRISTO cumple con su proyección universal en esta visión de Isaías. La consecuencia inmediata de esta acción providencial del SEÑOR es la paz. No habrá motivos para las guerras y todos vivirán en línea de creatividad y mutua colaboración. Cuando superemos la superficialidad de la apariencia física y tengamos ojos para contemplar la “semejanza e imagen de DIOS” (Cf. Gen 1,26), que nos constituye, entonces podrá reinar una fraternidad y paz universales.

La Segunda Venida del SEÑOR

El tiempo de Adviento tiene dos partes bien diferenciadas unidas por un hecho común: la Venida del SEÑOR. La primera parte del Adviento vuelve la mirada año tras año hacia el SEÑOR que viene glorioso y pone el término a la historia de los hombres; y la segunda parte nos orienta hacia el acontecimiento histórico cuando el HIJO de DIOS nació de la VIRGEN MARÍA. Este domingo contemplamos los aspectos que responden en parte a la Esperanza cristiana. Esta Segunda Venida es del todo realista, dado que vivimos permanentemente la Venida Intermedia del SEÑOR dentro de su Iglesia. No se puede hacer de menos la presencia de JESÚS en la EUCARISTÍA y el resto de los Sacramentos. Tampoco podemos pasar por alto la Presencia del SEÑOR en medio de la comunidad reunida en su Nombre. No es menos real la Presencia del SEÑOR en el hermano necesitado. Desgraciadamente se ha podido perder sensibilidad espiritual hacia estas formas intermedias de llegada del SEÑOR por el enfriamiento de la Caridad: “al crecer la iniquidad, la Caridad de muchos se enfriará” (Cf. Mt 24,12). San Lucas, por su parte, avisaba del enfriamiento de la Fe a causa de abandonar una oración insistente en tiempos duros y de tribulación: “cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta Fe en la tierra?” (Cf. Lc 18,8). La Venida Intermedia del SEÑOR es posible porque un día el HIJO de DIOS se hizo hombre al venir a este mundo; y una vez de nuevo a la derecha del PADRE lo esperamos porque está llegando en su Iglesia, y un día se manifestará con toda claridad. Esperamos la Segunda Venida, porque “nadie sabe ni el día ni la hora; ni los Ángeles del Cielo, ni siquiera el HIJO, sino sólo el PADRE” (v.37). Esta misteriosa ignorancia por parte del HIJO entendida en el Amor del PADRE hacia el HIJO ofrece un signo de este mismo Amor que se confía y abandona en el misterio del PADRE que es Amor. La misteriosa ignorancia del HIJO tiene su origen en el exceso de Amor incondicional que confía sin límite alguno. El HIJO no exige revelación especial alguna al PADRE, sino que vive de la absoluta gratuidad del PADRE. El HIJO nos refleja en este punto un máximo nivel de humildad ante el PADRE, que es la fuente de todo Don perfecto (Cf. St 1,17). La misteriosa ignorancia de JESÚS no le impide revelar la inmutabilidad de su Palabra: “el Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (v.35). Es cierto: el Cielo y la tierra cambiarán de fisonomía cuando el SEÑOR se manifieste plenamente en su Segunda Venida, pero sus palabras se cumplirán, por lo que hemos de atenderlas con diligencia.

Como en los días de Noé

Noé significa descanso, paz o larga vida. Utilizando estos distintos significados entendemos mejor lo que quería decir JESÚS cuando buscaba la analogía de su Segunda Venida con los tiempos de Noé: “en los que comían, vendían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos. Así será también la venida del Hijo del hombre” (v.38-39). Contrasta en cierta medida esta descripción de una vida sin contratiempos y despreocupada para alertar sobre la Segunda Venida del SEÑOR. La perplejidad salta inmediatamente después de escuchar que en aquellos días de tribulación “el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre y se golpearán en el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran Poder y Gloria” (v.29-30). Incluso estos signos o catástrofes cósmicas no resultaría el final definitivo, sino una fase en el camino hacia el cierre de la historia, pues todavía habrá personas que los Ángeles reunirán de los cuatro ángulos de la tierra (v.31). La incertidumbre es la tónica de todo este capítulo cuando de fijar un momento preciso de la Segunda Venida se trata. Dos acontecimientos se dan como referencias seguras: el anuncio del Mensaje evangélico llevado a todos los pueblos y la presencia del Abominable en el lugar Santo (v.14-15); pero aún así los requisitos señalados presentan serias dificultades pues bastaría cualquier grupo humano aislado para anular  esta visión, al no haber recibido el Evangelio. Tampoco se puede determinar el dónde se ubica el Abominable, ¿será un lugar concreto o el propio Satanás en el corazón de los hombres?.

Separación

“Estarán dos en el campo: uno será tomado y el otro será dejado. Dos mujeres moliendo en el molino: la una será tomada y la otra será dejada. Velad, pues, no sabéis qué día vendrá vuestro SEÑOR” (v.41-42). Estos versículos nos siguen llevando por  la vía de la incertidumbre.

“Uno será tomado y otro será dejado” es una forma de expresar una acción judicial, que se producirá de forma súbita, “lo mismo que cuando Noé entró en el arca y comenzó el diluvio, arrasándolo todo”. Pero en este caso no queda claro el destino del que permanece ni del otro que es tomado. Este último, ¿se va con el SEÑOR a la Vida Eterna?, ¿el que se queda va a formar parte de un resto que continúa la vida en este mundo? Si respondemos afirmativamente a esta última cuestión se deduce que el texto nos habla de finales de edades o etapas, lo mismo que contiene un mensaje para el cierre de la historia en este mundo. Tenemos plena seguridad, que nuestra vida particular tiene un límite y finalizará en este mundo, aunque las distintas ciencias consigan prolongarla. El paso de esta vida a la vida Eterna sabemos que pasará por una revisión o balance que cuenta con la presencia de DIOS. Este juicio particular es imprescindible para encontrar el ámbito adecuado en la Vida Eterna. Se abren dos cuestiones inicialmente: ¿qué hemos buscado durante el tránsito por este mundo?, y ¿qué deseamos para nuestra existencia en la Vida Eterna? Los hombres necesitamos permanentemente del Juicio de DIOS para llegar a discernir con claridad el destino positivo de nuestra existencia. Cuando nuestra autonomía prescinde radicalmente de DIOS la pérdida de orientación en el camino conduce a la pérdida absoluta. Las intervenciones de DIOS siempre vienen en beneficio del hombre, aunque el drama en el que nos vemos inmersos mantenga episodios de una tensión que supera las fuerzas personales. DIOS no quiere las guerras, pero nosotros las diseñamos y padecemos sus consecuencias. DIOS no quiere las hambrunas que sufren sectores de población, pero los mecanismos financieros y otras causas las originan. DIOS provee a la humanidad de remedios para enfermedades, pero en la mayoría de los casos se busca paliar los síntomas.

La mejor ocasión

Cualquiera de nosotros hemos conocido a personas que han fallecido después de haber tenido la preparación espiritual conveniente. Distintos casos en los que llegó a tiempo el sacerdote para que el enfermo terminal realizará una buena confesión y recibiera el viático; o el enfermo vivió hasta que llegó el familiar o amigo con el que habría de reconciliarse. La enfermedad misma fue dando señales inequívocas que el fin estaba muy próximo. Todo este capítulo veinticuatro de san Mateo nos ilustra con un catálogo de signos externos y observables, pero también tenemos la facultad de ignorarlos y pasar por los tiempos presentes sin leer el fondo de los acontecimientos; entonces, ciertamente, la acción de DIOS nos sorprenderá, porque podrá parecernos que surge de forma súbita. Pero apliquemos también esta repentización a la aparición de sucesos desagradables, que en realidad se vienen encubando desde hace tiempo e incluso algunos nos avisaron de su pronta o inmediata aparición; y a esos que daban la voz de alarma se los etiquetó como conspiranoicos alarmistas. Pero en el caso de la acción de DIOS su forma repentina de aparecer es un signo más de nuestra imprevisión y dejadez en las cosas de la Fe. Con sorpresa “el SEÑOR vendrá en la noche como un ladrón” (Cf. 2Pe 3,10). San Mateo emplea un circunloquio en forma de parábola, que pone en boca de JESÚS: “si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche iba a venir el ladrón estaría en vela y no le dejaría abrir un boquete” (v.43) Esta breve parábola insiste en la actitud despierta, vigilante y orante, que debe acompañar la vida del discípulo. San Lucas nos refiere la parábola del propietario que ve incrementada su hacienda de forma notable, y decide pasar a una vida frívola y superficial, cayendo en una insensibilidad espiritual; y el SEÑOR advierte de esa gran irresponsabilidad, pues “esa misma noche le van a reclamar la vida” (Cf. Lc 12,20). Sin que el enriquecido de forma súbita se dé cuenta, de forma repentina le reclamarán el alma. A este hombre enriquecido le robaron sus planes licenciosos, por los que incrementaría su vida de pecado alejándose de DIOS, que tuvo misericordia arrancándolo de sus planes desatinados. Aún en su llegada repentina, DIOS contará con la libertad de la persona para decidir su destino definitivo. Las grandes dificultades y limitaciones de esta vida tienen que suspenderse por un momento para que la persona elija un destino eterno que entraña el “para siempre” con DIOS o alejado infinitamente de ÉL.

El Hijo del hombre

“Estad preparados” (v.44). El Mensaje de JESÚS leído con detenimiento mantiene la constante de la vigilancia o estar despiertos para la visita de DIOS en cualquier instante. El tiempo litúrgico de Adviento dispone sus contenidos en el cultivo de esta actitud personal. El Hijo del hombre es un título que JESÚS se atribuye, y los evangelistas recogen suficientemente. El Hijo del hombre tiene una misión judicial, y lo vemos descendiendo del Cielo (Cf. Dn 7,13). Para juzgarnos en su venida, el Hijo del hombre pasó por este mundo haciéndose Siervo de YAHVEH, solidarizándose con todos los hombres, y de forma especial con los más débiles, pobres y enfermos. Su juicio es justo y fiable, porque conoce por experiencia de hombre, lo que concierne a la condición humana. De forma sacramental comemos la carne del Hijo del hombre y bebemos su sangre, por lo que su Juicio se va realizando en un intercambio que se convierte en transformación personal. El Hijo del hombre que viene atrae hacia SÍ a los que va elevando y llevando para estar siempre con ÉL.

San Pablo, carta a los Romanos 13,11-14

“La Salvación está más cerca, que cuando abrazamos la Fe” (v.11). Seguimos firmes en esta certeza después de dos mil años. Cada día que pasamos en este mundo avanzamos hacia la meta que es el mismo DIOS y el encuentro con ÉL. Partimos del Bautismo, cuando comenzamos a creer, pues la Fe es un don desde todos los ángulos que lo consideremos. San Pablo añade: “teniendo en cuenta el momento en que vivimos, levantaos del sueño” (v.11a). Ahora podríamos decir exactamente lo mismo, sin miedo a equivocarnos. Los tiempos actuales presentan signos que hablan de la cercanía del SEÑOR, aunque estemos asistiendo a sucesos impensables hace pocos años. Pero los creyentes perciben una intensa presencia del SEÑOR que los hace “despertar del sueño” y recurrir de manera intensa a la protección y fortaleza de la oración. San Pablo conjuga en este capítulo trece de la carta a los Romanos, las obligaciones civiles del cristiano con las autoridades políticas, el comportamiento personal y la relación con los hermanos de comunidad: “todos los preceptos de la Ley se resumen en esta fórmula, amarás a tu prójimo como a ti mismo. La Caridad no hace mal al prójimo; por tanto la Caridad es la Ley en su plenitud” (v.9-10). El mal social que se propaga con virulencia y fruición al mismo tiempo, siembra el odio y enfría la Caridad. Los disfraces diversos de la gran mentira esparcen el odio eficazmente y eso enfría la Caridad. Las conductas humanas delictivas, aunque puedan ser legales, extienden el odio real y la Caridad se enfría. Podemos mencionar hechos, datos e incluso nombres propios como agentes directos de la difusión del mal. Frente a todo ello, san Pablo nos sigue diciendo a los creyentes que cumplamos con nuestras obligaciones cívicas y generemos campos de influencia en los que reine la Caridad, porque es la forma de vivir despiertos para el SEÑOR.

Los recursos del cristiano

“La noche está avanzada, el día se avecina, despojémonos pues de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la LUZ” (v.12). San Pablo da muestras de un cierto optimismo, sin duda alguna alimentado por su experiencia mística. Para él, JESUCRISTO era íntimo, mucho más que próximo o cercano, e inevitablemente quería hacer partícipe a todos los suyos de su experiencia religiosa personal: “la noche está avanzada, el día se avecina” y nos vemos envueltos en su LUZ sin sombra alguna. Sigue siendo una aspiración profunda, porque también pertenece a las promesas del SEÑOR. Una ciudad cualquiera tiene distribuido el servicio eléctrico por zonas que puede controlar desde una central, dando luz o apagando distintas zonas en determinados momentos. Pareciera que asistiésemos en estos instantes al apagón de la Fe en zonas amplias del planeta, y por supuesto de la Iglesia misma. Sucede como si estuvieran en marcha los mecanismos provocadores de la oscuridad. Siguiendo a san Pablo diremos que tal situación no durará mucho tiempo, porque “el día se avecina”, pero debemos pertrecharnos con las armas de la LUZ. El ESPÍRITU SANTO con sus dones, virtudes y carismas da el revestimiento a todos los que se muestran como testigos del SEÑOR: “el ESPÍRITU SANTO os dará en aquellos momentos palabras que vuestros oponentes no podrán rebatir” (Cf. Mt 10,19-20). San Pablo llama a practicar una Fe militante. Los dones espirituales no vienen a convertirnos en narcisistas religiosos, sino a influir en la medida que cada uno alcance en el ambiente de forma positiva. No es necesario violentar a nadie, sino ejercer con discreción la Caridad.

Comportamientos concretos

“Nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfreno; nada de rivalidades y envidias” (v.13). La envidia consta como el agente interno del primer asesinato narrado en la Biblia: la muerte de Abel por su hermano Caín (Cf. Gen 4,8). Las envidias, los celos o las rivalidades, pertenecen a la misma familia de vicios o tendencias negativas, que dañan profundamente. El ansia desmedido de placeres sepultan a la persona en la insatisfacción permanente, y como el drogadicto la dosis tendrá que ser incrementada hasta romper los propios límites. Muchos mecanismos sociales en la actualidad buscan la adicción de los consumidores. Para evitar estos vicios señalados por san Pablo debemos llamar en nuestra ayuda a la virtud de la templanza, para equilibrar nuestra satisfacción en los distintos placeres de la vida o a regular una sana competencia, que deja a un lado la perversión de la envidia.

La nueva vestidura

“Revestíos de nuestro SEÑOR JESUCRISTO, y no os preocupéis de la carne para satisfacer  sus concupiscencias” (v.14). JESÚS como hombre estaba revestido de las Bienaventuranzas: “aprended de MÍ que soy manso y humilde de corazón” (Cf. Mt 11,29) En esta breve calificación espiritual, que JESÚS hace de SÍ mismo se compendian las Bienaventuranzas dispuestas en san Mateo (Cf. Mt 5,1ss). Por otra parte no podemos olvidar la introducción que hace san Pablo al himno de Filipenses: “tened entre vosotros los mismos sentimientos que CRISTO…” (Cf. Flp 2,5). JESUCRISTO transformando lo que somos realiza una acción poderosa, pero el esfuerzo aislado por la virtud lleva al fracaso. Los cambios hay que pedirlos y colaborar con el Don recibido.

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