La Iglesia Ortodoxa Rusa nunca se ha opuesto a la pena de muerte ni ha pedido su abolición, pero tampoco la ha acogido con agrado, afirmó su líder, el patriarca Kirill, quien añadió que apoya la moratoria rusa sobre la pena capital.
Tras el ataque al Ayuntamiento de Crocus, en las afueras de Moscú, en abril, en el que murieron 145 personas y cientos más resultaron heridas, el ex presidente ruso Dmitri Medvedev y varios diputados sugirieron que se debería restablecer en el país la pena de muerte para los terroristas.
El domingo, durante una reunión con los participantes del programa «Tiempo de Héroes», destinado a preparar a los veteranos del conflicto de Ucrania para puestos de liderazgo en las instituciones estatales, se le pidió al jefe de la Iglesia Ortodoxa Rusa que compartiera su opinión sobre este tema.
La pena de muerte ha existido a lo largo de la historia de la humanidad. Nuestro Señor Jesucristo no condenó la pena capital, aunque él mismo sufrió la pena de muerte inmerecidamente”, respondió.
El patriarca Kirill calificó el asesinato de una persona por sus crímenes como una “medida extrema” y agregó que “sería mejor que las personas no cometieran crímenes que merecieran la pena de muerte”.
La Iglesia nunca ha insistido en la abolición de esta pena… y nunca ha condenado la pena de muerte si se ejecuta de acuerdo con la ley. Pero, por supuesto, nunca ha acogido con agrado la pena de muerte en ningún lugar”, explicó.
Kirill dijo que acogía con satisfacción la moratoria sobre la pena de muerte y añadió: «Pero no sé qué es mejor para una persona» : la pena de muerte o la cadena perpetua, que actualmente es el castigo máximo.
Debemos observar cómo afectará esta moratoria a la tasa de criminalidad en nuestro país. Si la delincuencia disminuye, gracias a Dios, significará que no habrá necesidad de aplicar la pena de muerte”.
En 1997, cuando Rusia se unió al Consejo de Europa, se introdujo una moratoria sobre la pena de muerte. La última sentencia de muerte en el país se ejecutó un año antes. El año pasado, Rusia se retiró del Consejo de Europa, insistiendo en que la organización había sido secuestrada por Occidente para promover sus intereses.
