* Mañana celebramos la Medalla Milagrosa de Nuestra Señora.
El cuadro de la Virgen del Milagro aparece con la frente adornada con una corona y un círculo brillante de 12 estrellas. Su rostro sonríe discretamente mientras dirige su mirada hacia quienes están arrodillados frente a ella. Muy afable, pero al mismo tiempo muy regio.
Con su porte da la impresión de una persona alta, esbelta sin ser delgada, muy bien proporcionada, trayendo consigo ese imponderable de quien es plenamente consciente de su propia dignidad. Da una impresión de realeza, mucho menos por la corona que por su presencia, por la mezcla de grandeza y misericordia.
La persona que contempla tiende a pacificar, calmar, calmar, como quien siente calmarse sus agitadas malas pasiones. Como si Ella dijera: «Hijos míos, yo lo arreglaré todo, no os preocupéis, estoy aquí escuchándoos a vosotros que necesitáis de todo, pero todo lo puedo, y mi deseo es daros todo. Así que no dudéis, No tardes, te ayudaré abundantemente.»
El cuadro desprende cierto aire de misterio, pero un misterio dulce y diáfano. Sería como el misterio de un día inundado de un cielo muy azul, en el que uno se pregunta qué habrá más allá del azul. Pero no es un misterio cargado, es un misterio que queda detrás del azul y no detrás de las nubes. Frente a ella, el 20 de enero de 1842, se produjo la milagrosa conversión al catolicismo del judío AlfonsoRatisbona.
Note la impresión de pureza que transmite la pintura. Comunica algo del placer de ser puro, dejando claro que la felicidad no está en la impureza, al contrario de lo que mucha gente piensa. Es todo lo contrario. Al poseer verdaderamente la pureza se comprende la inefable felicidad que ella otorga, junto a la cual toda la pseudo felicidad de la impureza es basura, tormento y aflicción.
Nótese también la humildad. Ella revela una actitud de reina, pero sin superioridad alguna sobre la persona que ora ante Ella. Trata a la persona con la debida proporción; cuando ninguno de nosotros tiene esta proporción, ni siquiera los santos. Sin embargo, si Nuestro Señor Jesucristo apareciera, se arrodillaría para adorar a Aquel que es infinitamente más. Posee la inefable felicidad de la sencillez y la pureza.
Ante un mundo que el diablo arrastra hacia el mal, con el placer de la impureza y la soberbia, la Virgen del Milagro nos comunica este placer de la ausencia de pretensiones y de la pureza.
Por PLINIO CORREA DE OLIVEIRA.