Nuestra misión frente al coronavirus

José Arturo Quarracino
José Arturo Quarracino

Lo que a fines del año pasado comenzó como una epidemia en una región de la República Popular de China con la emergencia del llamado Coronavirus (COVID-19) se ha transformado en el curso de este año en problema mundial, en pandemia: el famoso virus se ha hecho cosmopolita, “ciudadano del mundo”, un ciudadano criminal, indeseable y repudiable, al punto de haberse convertido en el Enemigo No. 1 de la humanidad, que ha puesto al mundo de rodillas y ha frenado la actividad económica mundial, excepto la financiera especulativa, la cual no conoció limitación alguna en medio del derrumbe global: las bolsas de valores siguieron diariamente activas, los mercados de capitales funcionaron normalmente, y las deudas públicas externas de los países no conocieron de cuarentenas, aislamiento ni congelamiento alguno.

La rapidez de su difusión en el mundo en tan poco tiempo ha llamado la atención, dando lugar a especulaciones políticas e informativas de todo tipo, desde las más verosímiles hasta las de muy difícil o imposible comprobación.

Al día de hoy no estamos en condiciones de aseverar que se trató de un problema exclusivamente sanitario que a partir de un punto del planeta se expandió en forma vertiginosa y aleatoria. Tampoco estamos en condiciones de afirmar en forma tajante que es una maniobra o plan orquestado políticamente por los “amos del universo” -la Plutocracia Financiera mundial- o por el gobierno chino, para provocar un freno económico mundial que le permitió a este último salir a comprar empresas por el mundo a precio vil.

La economía mundial a punto de volar por los aires

Lo que es innegable que esta pandemia virósica, con el consiguiente freno a la economía real a nivel mundial, ha impedido que el sistema económico y financiero especulativa estallara en el aire y volara en mil pedazos: los informes económicos Naciones Unidas, de la ONG británica Oxfam, los informes anuales del banco helvético Credit Suisse, desde hace cinco años hasta hoy, así como también investigaciones de centros privados de varias partes del mundo han sacado a la luz,  por un lado, la brutal concentración de la riqueza que sufre el mundo (0,7% de los adultos del mundo tienen en sus manos el 45% de la riqueza producida) y la inevitable pauperización y miseria del resto del mundo, y por otro lado el estado de pre-estallido de la economía mundial (100 billones de dólares el PBI mundial, 260 billones de dólares la deuda planetaria (naciones + corporaciones + familias); 480 billones de dólares la especulación financiera, no productiva, anual).

Sin la pandemia del coronavirus, en menos de un año la economía mundial marchaba al colapso. Tan grave era la perspectiva que ya en octubre del año pasado, apenas asumida en el cargo, la nueva directora general del FMI, Kristalina Georguieva, había declarado que el mundo marchaba hacia una desaceleración económica grave y hacia un freno total de la economía. Y el 17 de enero de este año informó que no sólo la desigualdad interna de riqueza e ingresos sigue aumentando en muchos países, sino además que el proceso económico mundial estaba marchando hacia una “catástrofe financiera”, similar o peor a la gran depresión de 1930. Dijo esto antes que se iniciara el proceso de expansión universal del coronavirus a escala mundial.

La profecía pandémica-virósica de Bill Gates

Pero una anticipación del famoso empresario informático William Henry Gates (“Bill Gates”) formulada en Canadá en marzo/abril del 2015 permite suponer que hay una matriz política que ha impulsado y potenciado al máximo la irrupción impensada y vertiginosa del ahora famoso virus de origen chino: una conspiración política detrás de la epidemia, mediante la utilización de un dispositivo biológico-virósico para detener no solo el crecimiento económico, sino la misma actividad económica, y así “barajar y dar de nuevo”, reestructurando el conjunto de la economía mundial y su actividad, para beneficio total y exclusivo de los “amos del universo”, tal como lo ha formulado días pasados sir Henry Kissinger, operador político del clan Rockefeller y vocero del poder financiero mundial.

En esa exposición en Canadá el famoso empresario Bill Gates anticipó “proféticamente” la pandemia del coronavirus, sin darle ese nombre. Entre otras cosas, el magnate dijo que en el futuro próximo los conflictos bélicos iban a pasar a un segundo plano, para dar paso a las guerras biológicas, no bélicas (“No misiles, sino microbios”), que la próxima guerra viral iba a ser “muy infecciosa” y afectaría a más de 10 millones de personas, que los sistemas de salud existentes no estaban preparados para atender las futuras epidemias (“no hay sistema”), que los transmisores del virus “no se iban a sentir mal” e iban a “viajar sin problemas”, que la expansión iba a ser “muy rápida”, que había que instaurar un “sistema mundial de salud”, etc.

Es evidente que la profecía de Bill Gates se ha cumplido prácticamente al pie de la letra. Más que profeta, el magnate estadounidense parece ser el vocero que anticipó lo que ya se tenía pensado hacer la elite del poder mundial.

Coronavirus (Covid-19) al servicio del Nuevo Orden Mundial Liberal

Esta elite mundialista no perdió tiempo para exponer el nuevo ordenamiento mundial que inevitablemente se configurará en el período de la post-pandemia, a través de sir Henry Kissinger, quien continúa expresando el mundo futuro que pretende instituir el Poder Financiero internacional, el amo al cual ha servido durante toda su vida.

Lo hizo en un breve pero denso artículo publicado el 4 de abril ppdo. en el diario The Wall Street Journal, titulado “La pandemia del coronavirus alterará para siempre el Orden Mundial”.

En este artículo, HK sostiene que “el mundo nunca será el mismo después del coronavirus”, virus que “ha golpeado [al mundo] con una escala y ferocidad sin precedentes”, propagándose “exponencialmente”, proyectando en Estados Unidos y en el mundo una crisis que no sólo debe ser resuelta, sino que además debe estar acompañada por “la urgente tarea de lanzar una empresa paralela [al esfuerzo sanitario encarado] para la transición” al orden posterior al coronavirus.

En otras palabras, se debe reconfigurar el Orden Mundial, porque los efectos disociadores del virus afectaron a todos los países por igual, desatando una “agitación política y económica” que “podría durar por generaciones”: se vivirá en un mundo convulsionado y en tensión permanente durante décadas. Y la única manera de superar este problema actual no se va a basar en el esfuerzo que haga cada nación en particular y por sí misma, sino solamente a través de una visión y un programa de colaboración global, liderado por Estados Unidos[1].

Esta nueva configuración global se proyecta en tres dominios:

    • La Medicina: para abordar el “desarrollo de nuevas técnicas y tecnologías para el control de infecciones y vacunas proporcionales en grandes poblaciones”. Lo que significa que habrá pandemias constantes y permanentes, las cuales se constituyen en el nuevo enemigo que de aquí en más va a poner en peligro la paz mundial: ni el comunismo ni tampoco el terrorismo islámico son los enemigos de la raza humana, sino que los virus expandidos a gran escala serán el nuevo enemigo a enfrentar. Razón por la cual la elite de los comités de expertos científicos se constituirá en el nuevo poder administrador y colaborador de los “gobernantes” en la sociedad mundial.
    • La Economía: el derrumbe económico ya iniciado por motivos “sanitarios” necesitaría de un “Esfuerzo [descomunal] para sanar las heridas de la economía mundial”, es decir, habrá que afrontar y resolver el caos inminente que se va a desatar en las poblaciones más vulnerables del mundo.
    • El Orden Mundial: como lo afirma explícitamente HK, en relación con el punto anterior, el poder globalista apunta a “salvaguardar los principios del Orden Mundial Liberal, mediante una batalla cultural-espiritual que impida el resurgimiento de lo nacional y así proteger la globalización económica mundial impuesta. Desterrar lo nacional para reafirmar los ideales de la Ilustración moderna, basados en una concepción individualista del ser humano y de la sociedad como artificio contractual entre los individuos. En otras palabras: afuera la “leyenda” de la Patria y de la Nación para imponer la concepción del Individuo y de la Sociedad, sin memoria ni tradición históricas.

Y considerando que la Ilustración moderna significó, en palabras del sociólogo alemán Max Weber, la pérdida del sentido religioso trascendente en la vida comunitaria –“los dioses han huido del mundo”- para imponer una visión inmanentista y no-trascendente del individuo y de la sociedad (que ya no es Patria ni Nación) basada en el culto a la “diosa Razón” , salvaguardar los principios del Orden Mundial Liberal lleva inevitablemente a la guerra contra la fe religiosa, sus principios y su cultura histórica, para impulsar su destierro y eliminación de la vida comunitaria.

En definitiva, para este Orden Mundial, las pandemias, la fe cristiana y la tradición humanista clásica son los “enemigos” a enfrentar en este “nuevo” mundo post-coronavirus, porque “las democracias del mundo necesitan defender y sostener sus valores de la Ilustración”, según dice HK.

¿Qué es lo que hay detrás de esta locura, de esta irracionalidad que ha planificado la destrucción del ser humano, de los pueblos y de las naciones en las que habitan? La respuesta puede ser encontrada en el objetivo genocida formulado en 1974 en el famoso Memorando de Seguridad Nacional 200/74, cuya autoría es del mismo Henry Kissinger: “[para mediados del siglo XXI] mantener el nivel último de la población mundial tan cerca como sea posible a 8 mil millones de personas, en vez de permitir que alcance los 10 mil millones, 13 mil millones, o más” (“Resumen Ejecutivo”, inciso 28 b).

Dicho con toda claridad: el objetivo poblacional del Nuevo Orden Mundial Liberal es de 8 mil millones de personas como máximo al año 2050. Pero desde el año 2000 al año 2019 la población mundial aumentó de 6 mil millones a 7 mil 700 millones de personas. Pero si en 20 años la población mundial aumentó en 1.700 millones de personas (con todas las políticas poblaciones antinatalistas funcionando a full), ¿cómo pretenden lograr que en 30 años la población mundial sólo aumente 300 millones de personas? Por un lado, a través de guerras, hambrunas, pandemias que elimine población. Por otro lado, a través de un proceso de destrucción del alma y la psiquis de los niños que nazcan, a través de las perversas “Educación Sexual Integral” e “Ideología de Género” que desnaturalizan la realidad biológica-existencial-ontológica del Ser humano, creatura que expresa la grandeza del Pensamiento divino, al ser forjado como obra maestra a Su imagen y semejanza.

Para enfrentar este proceso globalizador universalista, depredador y rapaz, el camino que deben recorrer las naciones del mundo es fortalecer la identidad histórica-política de cada uno de los pueblos que las conforman, reafirmando y restaurando la cultura nacional, como fuente de su vida espiritual, integrada a la gran memoria y tradición humanista y cristiana de la historia universal, actualizando el mensaje filosófico y religioso legado por las culturas greco-latina, cristiana e hispánica. En el caso de nuestros pueblos de Iberoamérica, esa reafirmación de sus identidades nacionales conlleva el mandato de reconstituir la unidad continental originaria forjada por España en su encuentro con los pueblos indígenas.

Sólo desde este punto de partida se podrá pensar en llevar a cabo la resistencia política integral contra el genocidio planetario proyectado por el Imperialismo Internacional del Dinero de matriz anglosajona, para forjar un renacimiento de la América Española integrada al mundo, con su identidad y personalidad histórica auténticas y genuinas, artífice de su propio destino y no instrumento de la ambición de nadie.

[1] Para lo cual es necesario desplazar al actual mandatorio Donald Trump, evidentemente.

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