¿Nos sentimos perfectos y buenos?

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Hemos escuchado hoy del capítulo XV de San Lucas donde se nos narran tres parábolas que hacen alusión a la misericordia de Dios. Lo que ha motivado a Jesús a dejar esta enseñanza es la actitud de los fariseos y de los escribas que lo criticaban por recibir a pecadores y comer con ellos. La base de la crítica era el presupuesto de que un judío no podía juntarse con los ‘sin Dios’, con los ‘arreligiosos’, y Jesús los acoge y come con ellos. Jesús desea cambiar la imagen que se tenía de Dios y nos deja la doctrina sobre la misericordia y el perdón divino. Además desea dejar claro con estas tres parábolas, cómo siente a Dios en su vida; un Dios que sabe respetar la libertad de sus hijos y sabe alegrarse cuando reconocen sus errores y queda bien plasmado en la actitud de los tres protagonistas de las parábolas:

1. Un pastor, que llama a sus amigos y les dice “alégrense conmigo porque ya encontré la oveja que se me había perdido”.

2. Una ama de casa que va con sus amigas y las invita: “alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido”.

3. Un padre que llama a sus criados y les ordena: “traigan el becerro gordo y mátenlo. Hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida…”.

Las tres parábolas remarcan la alegría, la fiesta por el reencuentro. Jesús desea quitar esa imagen de Dios lejana, esa imagen de Dios que juzga, que castiga, que necesita honores. Jesús presenta a un Dios que busca y su búsqueda es por amor…

Centrémonos en la parábola del Padre amoroso y analicemos las actitudes de los personajes:

El Padre: Ante la solicitud del hijo menor de querer la parte de la herencia, aquel hombre no contradice, sabe que su hijo desea alejarse del hogar, le da la libertad y le concede lo que le está pidiendo, dejar de vivir como hijo.

El hijo menor: Quizá se siente ahogado por la presencia de su padre, desea alejarse de la casa paterna, tal vez, ve el mundo como una oportunidad de progreso, de diversión, de gozo. Toma lo que considera suyo y se aleja. Sabemos que lo perdió todo y se puso a trabajar en un oficio indigno para un judío: “cuidar cerdos”. Pero estando en aquella situación recapacita: “¡Me levantaré, volveré a mi padre!”. Lejos de la casa del padre, se da cuenta que no hay vida verdadera, sino desgracia y muerte. El hijo pródigo no decidió volver al padre por amor, sino impulsado por la necesidad, y sin embargo, el padre lo acoge con los brazos abiertos y con el corazón lleno de alegría.

El hijo mayor: Nos encontramos la contrafigura de este hermano, que nunca ha dejado la casa paterna y siempre ha cumplido las normas, pero no ha conocido el amor de su Padre y ve con malos ojos la acogida que le hacen a su hermano. Se siente digno, perfecto, resalta su integridad: Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos…” y viene el reproche hiriente: “pero eso sí, viene ese hijo tuyo”, resaltemos que no lo llama ‘ese hermano mío’, sino ‘ese hijo tuyo’, “que despilfarró tus bienes con malas mujeres”. Aquí está haciendo un juicio, ya que no sabe a ciencia cierta cómo perdió o malgastó el dinero. Notamos en este hijo mayor una actitud egoísta y envidiosa, actitud de todo fariseo, actitud de todo aquel que se siente perfecto y con licencia para enjuiciar a los demás.

La actitud del Padre es la misma para con los dos; recuerda al hijo mayor que ha llegado su hermano y que es un gran motivo para hacer fiesta, ya que estaba muerto y ha vuelto a la vida. El Padre desea que su alegría se difunda y que todos participen de ella.

La parábola queda abierta; no nos dice si aquellos hermanos se fundieron en un abrazo, no nos dice si el hermano mayor fue capaz de disfrutar de aquella fiesta, tampoco nos dice qué hizo el Padre, ¿se quedaría afuera con el hijo mayor? ¿entraría a la fiesta con el hijo menor? Jesús nos ha querido dejar una parábola para que reflexionemos en las actitudes de los tres personajes. Analicemos nuestra vida y en ella las actitudes que muchas veces cultivamos: ¿Somos capaces de perdonar como el padre amoroso? ¿Somos capaces de reconocer que nos hemos equivocado como el hijo menor y pedimos perdón? ¿Acaso nos sentimos perfectos y buenos como el hijo mayor?.

Como aquel padre del hijo pródigo, así es Dios que toma la iniciativa del perdón, pero respeta la libertad de la persona, no va a violentar lo que Él en un principio concedió al ser humano, la libertad. Nunca olvidemos hermanos que Dios nos espera con los brazos abiertos; a los seres humanos, sus hijos, nos toca volver, por eso los invito, pidamos al Señor la gracia de la soledad, para que veamos; la gracia de la fortaleza, para que decidamos y la gracia de la perseverancia, para que nos mantengamos en el camino emprendido de regreso a la casa del Padre.

Hermanos, cuando nos encontramos perdidos, una cosa es segura: Dios nos está buscando. Siempre nos espera un Dios que es Padre, un Dios del que no debemos esperar algo menor que Él mismo, su perdón y su paz.

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Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan