Hoy el Evangelista San Lucas, nos presenta un cuadro de autoridades famosas del imperio romano: Tiberio, Herodes, Filipo, Pilato; pero también cita a algunas autoridades religiosas: Anás y Caifás. Describe parte del inmenso imperio romano y sus provincias, donde se realizan los acontecimientos que narra: Judea, Galilea, Iturea, Traconítide. Es sabido que tanto las autoridades políticas, sociales e incluso religiosas, estaban sometidas al imperio romano, guardaban silencio frente a la injusticia, simplemente por el interés de conservar sus puestos de privilegio. Este cuadro ayuda para acercarnos a Juan el Bautista y a Jesús; sirve para indicarnos que el relato está centrado en la realidad histórica y nuestros personajes no son míticos, inventados, producto de la imaginación de los creyentes. También nos quiere decir, que cuando Dios desea hablar a su pueblo; su palabra está en boca de un personaje no oficial o famoso del mundo existente, su palabra no resuena en los palacios o ciudades importantes, o a través de personajes famosos, sino que, su palabra aparece en el desierto. Allí sobre una persona no famosa: Juan el Bautista.
A la vista de todos, aparece Juan como la figura central, pero el personaje principal es la Palabra de Dios. Juan que es el precursor de Jesús, es de casta sacerdotal; recordemos que es hijo de Zacarías, que era sacerdote del templo. Probablemente Juan en su primer periodo de servicio ejerció en el templo, pero los ruidos de los sacrificios, el comercio que se ejercía en el templo, la hipocresía de escribas y fariseos, no lo dejaban escuchar la voz de Dios. Teniendo derecho a ser sacerdote en el templo, puesto que su padre lo era, renunció a todo para entregar su vida en servicio profético de Dios. Y como todos los profetas, decidió marchar al desierto, donde la voz de Dios se hace más clara, más nítida; allí en esa soledad que ayuda a encontrarse consigo mismo y con Dios. Así lo señala el Evangelio: “Vino la Palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías”. Juan supo escuchar la voz de Dios allí en el desierto y llevar a cabo la obra que le encomendó. Vino sobre él la Palabra, estando apartado del poder y en el contacto con el pueblo. La Palabra siempre llega desde el desierto y se dirige a los instalados entre quienes habitan los ídolos, precisamente para desenmascararlos.
Juan hace oír su voz, proclama, grita: “¡Preparen el camino del Señor!”. Grita porque ve al pueblo adormilado y quiere despertarlo; lo ve apagado y quiere encender la fe en el Dios único que está por cumplir su gran promesa, de enviar al Salvador. Su grito se convierte en un llamado: “¡Preparen el camino del Señor!; de allí que nos preguntemos: ¿Cómo prepararle el camino al Señor? ¿Cómo hacerle sitio al Señor en nuestras vidas?
El mensaje de Juan nos sigue cuestionando veinte siglos después; debemos preparar el camino del Señor, pero ¿cómo?. Primero debemos analizar nuestra vida y darnos cuenta si Dios tiene cabida en nuestra mente y en nuestro corazón: ¿Dios es parte de mi vida?. En este mundo donde parece que se ha expulsado a Dios, donde Dios no tiene cabida: ¿Cuál es mi relación con Dios?
El grito sigue resonando, ese llamado a enderezar los caminos; basta que abramos los ojos para darnos cuenta hacia dónde camina un mundo sin Dios; un mundo centrado en el materialismo; un mundo donde el bien personal o el individualismo está por encima de todo, este mundo camina no hacia Dios, sino hacia la deshumanización y lo estamos viendo. No podemos olvidar que todos somos únicos y tenemos un camino que preparar para que Dios llegue a nuestras vidas.
Hermanos, así como Juan gritaba en el desierto para despertar a una sociedad adormilada, una sociedad que sentía su impotencia ante el poder romano y estaba resignada al pago del tributo; una sociedad que esperaba, pero en la indiferencia de la vida cotidiana. Debemos imitar a Juan, debemos seguir gritando y proclamando la Palabra de Dios; la verdad no debe ser silenciada, “con cinismos, con mentiras, con hipocresías”. Aunque gritemos a oídos sordos, debemos cumplir nuestra misión profética. Estos caminos son tortuosos y debemos poner nuestro granito de arena para enderezarlos, de allí que pensemos: ¿Qué me toca? ¿Acaso me falta ir al desierto para escuchar la voz de Dios?.
Hermanos, no vivamos un Adviento más, estamos invitados a preparar nuestro camino que conduce a Dios. De allí que todos debemos analizar nuestra vida y ver el camino en el que estamos; darnos cuenta ese camino hacia dónde nos lleva, todo camino se recorre paso a paso, pero existe la oportunidad de cambiar de camino.
Hermanos, las verdades sobre la fe se siguen trasmitiendo en el catecismo, en los grupos y movimientos, en las homilías, pero pareciera que quedan sólo en conocimientos que se acumulan en el cerebro y no bajan al corazón, que es allí donde podemos cambiar el rumbo. ¿Qué nos hace falta?.
Hermanos políticos, autoridades competentes, vean cómo el caminar que se ha llevado para lograr la seguridad y sofocar la violencia, no ha funcionado; considero que es tiempo de analizar dicho caminar y corregir lo que se tenga que corregir; el rumbo no lleva a puerto seguro, la violencia se ha recrudecido. No bastan los discursos y plasmar un mundo ficticio que sólo existe en sus mentes. Vengan donde la realidad y caminen sin guardaespaldas; el blindaje impide palpar la realidad de muerte, de sufrimiento, de impunidad, de injusticia. Esa realidad en la que estamos viviendo, es la verdad.
Hermanos todos, este tiempo de Adviento supone abrir nuestra mente, nuestro ser a lo que se anuncia; supone dejar atrás una vida vieja, cifrada en los pecados de los que somos perdonados y estar expectantes a lo que viene, al que viene. Con Cristo que viene, todo se debe volver nuevo. Esta novedad y frescura de vida es para nosotros los cristianos un continuo compromiso, el compromiso de permitir a Dios que perfeccione la obra que Él mismo ha comenzado. Analicemos, por tanto, nuestro caminar y veamos si nos dirigimos al encuentro del Señor. No seamos sordos al grito del Bautista que sigue resonando en la voz de tantos predicadores. Hagamos caso a la voz del Señor.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!