El evangelio de este domingo nos presenta dos milagros de Jesús. El primero, la curación de una mujer que sufría de flujo de sangre y el segundo, la resurrección de la hija de Jairo, jefe de una sinagoga.
En el primer milagro asombra la fe de la mujer que se acerca por detrás del Señor para tocar su manto. Tanta es su fe que cree que, con este simple acto, quedará sana y así sucede. Cuando Jesús pregunta quién lo ha tocado y la mujer le confiesa lo que ha hecho, el Señor le responde: “Hija, tu fe te ha curado, vete en paz y queda sana de tu enfermedad”. Esta mujer entendió que Jesús era una fuente inagotable de vida y se acercó a tomar de esta agua, la salud, la plenitud están en Jesús, lo único que él nos pide es que nos acerquemos con fe y bebamos de esa fuente generosa que nunca se agota.
En el otro milagro, Jairo suplica a Jesús que vaya a ver a su hija que se encuentra gravemente enferma. Jesús se pone en camino, pero antes de llegar a la casa, lo encuentran en el camino para decirle que es demasiado tarde, la niña ha muerto, pero el Señor conforta al padre de la niña y le dice: “No temas, basta que tengas fe”. Y Jesús, al llegar a la casa, levanta la niña de la muerte y pide que le den de comer.
Así pues, vemos en el primer milagro aquella fe sencilla y fuerte de la mujer que, con solo tocar el manto del Señor, queda curada y, en el segundo, Jesús anima al padre de la niña a no temer, a tener fe.
Si tienes fe, no tienes miedo. Justamente, la fe hace que pierdas el miedo porque sabes que estás en las manos de Dios para quien nada es imposible; lo que Jesús te pide es algo muy simple, no temas, ten fe y si actúas movido por la fe, también te podrá decir: “Vete en paz, tu fe te ha salvado”.
Jesús tiene un poder absoluto, puede curarnos de nuestras enfermedades corporales y espirituales y también puede rescatarte del poder de la muerte; es más, es el único que lo puede hacer, nadie más ha vencido a la muerte y nadie más puede librarte de su poder.
“Señor Jesús, yo también me desangro en vida cuando me domina el pecado. Yo también muero en vida cuando estoy lejos de ti. Pienso que vivo, pero en realidad vivo una muerte sin fin, sólo tú puedes curarme, sólo tú puedes hacer que mi vida sea realmente vida y no un remedo de vida. Ven Señor y, como a la hija de Jairo, levántame de la muerte, hazme caminar y comer, devuélveme esa vida que pierdo día a día si no estoy unido a ti y, si llego a morir por el pecado, no me abandones; ven y dame vida, ven y levántame del abismo de la muerte, ven y hazme vivir sólo de ti. Feliz domingo. ¡Dios te bendiga!