El domingo pasado el Evangelio nos recordaba la figura de Juan el Bautista, un hombre recio que esperaba un mesianismo de purificación de fuego y castigo divino; su aparición fue en el desierto predicando un Bautismo de conversión, un Bautismo que implicaba mostrar con hechos los frutos del arrepentimiento. Un Juan capaz de decirles a los saduceos y fariseos: “Raza de víboras”; un Juan que por la verdad criticó a Herodes Antipas: “No te está permitido vivir con la mujer de tu hermano”, y por decir la verdad fue encarcelado.
Precisamente, hoy nos encontramos a Juan que está preso, porque cuando mandan los bandidos, los buenos tienen que ir a la cárcel. A pesar de estar privado de la libertad, tiene ciertos privilegios: sus discípulos lo visitan; a Herodes Antipas le gusta escucharlo, parece que le tiene un respeto a Juan, pero le teme a Herodías su concubina. En medio del silencio de aquella cárcel, Juan tiene tiempo de reflexionar, tiene una idea de Dios y de cómo vendrá el Mesías, lo ha visto a los ojos, sabe que es él, pero su proceder lo desconcierta, él espera un Mesías que se imponga con la fuerza terrible del juicio de Dios, que salve a los que han acogido su bautismo y condene a quienes lo han rechazado. Aquellas noticias que le han llegado hasta la prisión de Maqueronte, lo desconciertan, de allí que pide a dos de sus discípulos que vayan a preguntar a Jesús sobre su verdadera identidad: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. La respuesta de Jesús no es teórica, no es sólo de palabras, sino que es muy concreta: “Vayan a contar a Juan lo que estás viendo y oyendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.
Jesús sabe que su proceder es distinto a lo que se espera del Mesías; sabe que muchos se decepcionarán, ya que esperan un Mesías poderoso, de allí que añade: “Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí”. Que nadie invente un Mesías a su gusto, ya que el Hijo ha sido enviado para hacer la vida más digna y dichosa para todos, y no para dominar a los demás.
El mesianismo de Jesús es muy distinto al esperado por Juan y por el pueblo judío, ese mesianismo marcado por la violencia y el dominio de unos sobre otros. Así que, para conocer a Jesús no bastan las definiciones o las palabras que se digan sobre él, es importante ver su actuar, ver a quienes se acerca y a lo que dedica su ministerio. De allí que el Evangelista san Juan escriba “Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hecho y de verdad” (1Jn. 3,18). No podemos hablar con palabras elocuentes sobre el amor, debemos realizar las obras del amor, el amor verdadero consiste en hechos no en palabras.
A dos mil años de evangelización, al tener los Evangelios al alcance de nuestras manos para leerlos y meditarlos, será importante que analicemos nuestro actuar como cristianos, porque parece que nos identificamos más con el tipo de Mesías que El Bautista esperaba, que con lo que es realmente Jesús; parece que estamos a favor de un mesianismo de violencia, de dominio, de desquite, que por el mesianismo de Jesús, que consiste en hacer más digna la vida humana, en el acercamiento a los más necesitados y desprotegidos.
No podemos crear un Mesías a nuestra medida que domina con la fuerza, no podemos esperar a un Dios que está al acecho de cualquier oportunidad para castigar a sus hijos. Es tiempo que nos acerquemos a los Evangelios y analicemos la imagen que Jesús nos da de Dios, que analicemos sus gestos, sus obras, donde muestra el Reino que Él vino a implantar, que es hacer cada día la vida más digna; que es acercarnos a los que sufren para mostrarles a Cristo, haciendo con nuestro servicio, que los ciegos vean, los cojos anden, los leprosos queden limpios, los sordos oigan y los muertos resuciten, y a los pobres se les anuncie el Evangelio. Mostremos el rostro de Dios a aquellos marginados y condenados por la sociedad, ya que como cristianos, somos enviados a prologar el verdadero mesianismo de Jesús.
Es importante que analicemos y veamos con objetividad: Como Iglesia ¿hacemos las obras que hacía Jesús? Nosotros que nos decimos cristianos y que acudimos a la Misa dominical, ¿hacemos las obras que hacía Jesús?. Si no las hacemos, quiere decir que a Jesús lo conocemos de oídas y que no estamos de acuerdo a su mesianismo. Como Iglesia y como cristianos individuales ¿damos testimonio de lo que decimos creer?. ¿Qué está viendo y oyendo la gente de la Iglesia y sus cristianos? ¿Qué estamos haciendo para aliviar el sufrimiento humano?. Porque ser cristiano, no es prometer, ni protestar, ni es reclamar; aunque tenemos que protestar ante las injusticias y tenemos que reclamar lo que nos pertenece, pero ser cristianos es sobre todo, “remediar”, es tender una mano hacia aquel que nos necesita.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
¡Feliz domingo para todos!