Como le dijo el juez al guardia jurado acusado de complicidad en el robo:
“Me creo que sea usted corto de vista, me creo que fuera de noche cerrada y no se viera bien, me creo que se hubiera producido un apagón, también me creo que hubiera niebla y hasta me creo que por mala suerte hubiera perdido las gafas, pero, cuando ayudó a los ladrones a meter el botín en la furgoneta, digo yo que algo vería, ¿no?”.
Del mismo modo, cuando hablamos en este blog de problemas de la Iglesia que están a la vista de todos, cada día y en todas partes, uno sospecha que quienes sistemáticamente no los ven es porque no los quieren ver. En cierto modo lo entiendo, porque a menudo son problemas angustiosos, pero negarlos no conduce a nada, creo yo.
Vemos unos ejemplos, con las noticias que acabo de leer y los últimos artículos que he escrito sobre estos temas.
Hace un par de semanas escribí el artículo ¿Tradición viva o Tradición a secas?, en el que indicaba que la expresión “Tradición viva” tiene una interpretación católica y acorde con la fe, pero que hay que tener cuidado porque muchos “teólogos” y eclesiásticos ponen adjetivos a la Tradición para darle otro sentido totalmente contrario, el de algo que está constantemente cambiando, con el fin de usarlo para introducir en la Iglesia cosas contrarias a lo que la Iglesia siempre ha creído.
1.- He aquí que hoy me encuentro que el Cardenal Czerny, jesuita, le cuenta a un entrevistador que la Iglesia no ordena mujeres, pero que “no se trata de una discriminación estructural. Es nuestra tradición que las mujeres no puedan ser sacerdotes. Y la tradición es dinámica. Está en desarrollo. No es estática”. Y justo después le preguntan si ha conocido a alguna mujer con vocación al sacerdocio y responde: “Probablemente sí». ¿De verdad hay alguien que no vea que el cardenal está abriendo la puerta a decir que hoy las mujeres no pueden ser sacerdotes, pero mañana ya veremos, porque la tradición es dinámica y las mujeres tienen vocación sacerdotal y patatín y patatán? Igual, por otra parte, que hizo el mismo Papa cuando dijo que la declaración definitiva de Juan Pablo II sobre el sacerdocio reservado a los varones era definitiva, pero que habrá que estudiar qué significa exactamente eso de “definitiva”…
2.- Hace un mes escribí, ¿Más sabio que Santo Tomás?, en el que señalaba que las declaraciones que había realizado el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el cardenal Víctor Manuel Fernández, eran una muestra de que, aunque fuese inconscientemente, actuaba como si fuera más sabio que Santo Tomás, porque decía exactamente lo contrario que él (en una cuestión, además, en la que el Aquinate no hacía más que expresar la fe de la Iglesia).
3.- He aquí que me encuentro que el mismo Prefecto declara ahora con toda seriedad en Facebook que, en la Iglesia del pasado, “existía una violencia verbal que llevaba demasiado rápido a juzgar duramente a los demás sin temor alguno a lastimarlos y a destrozar su autoestima. Se decía: ‘adúlteros’, ‘sodomitas’, ‘hijos ilegítimos’, ‘degenerados’, ‘pecadores’, etc.”.
Es difícil no concluir de estas palabras que el Prefecto no solo es más sabio que Santo Tomás, sino también más sabio y misericordioso que San Pablo, innumerables santos y papas de la historia y el mismo Jesucristo, que usaron en numerosas ocasiones esas mismas palabras y por ello, aparentemente, fueron culpables de “violencia verbal” y de no tener temor alguno a “destrozar la autoestima” de pobrecillos cuyo único pecado era, bueno, pecar gravemente, pero que a la vez tenían derecho a que nadie osara decir que eran pecadores, ni adúlteros ni nada.
4.- Hace tres días escribí Estamos en la última trinchera, sugiriendo que gran parte de la jerarquía de la Iglesia lleva medio siglo presa de una extraña locura que le induce a creer que lo que tiene que hacer la Iglesia es ceder en todo a las pretensiones anticristianas del mundo, y así, de alguna forma, llegará una mágica primavera, un nuevo pentecostés. Todo ello a pesar de que llevamos medio siglo comprobando por activa y por pasiva que, por mucho que cedamos al progresismo, lo único que conseguimos es que cada vez pida más y más.
Pues he aquí que me encuentro a Mons. Overbeck, obispo de Essen, en Alemania, y nombrado uno de los portavoces del Sínodo de la sinodalidad, repitiendo otra vez en una rueda de prensa sinodal la cansada cantinela de “los signos de los tiempos” y diciendo que, si la enseñanza de la Iglesia es contraria a esos signos de los tiempos, “a nadie le va a convencer” esa enseñanza. Con lo que se refiere, presumiblemente, a algo que ya lleva tiempo defendiendo: que “la Iglesia Católica debe cambiar su opinión sobre la homosexualidad” y que no debe negarse esta “expresión de la sexualidad”, porque excluirla es la “manifestación de un prejuicio difícil de aceptar” y lleva a la “discriminación”. Curiosamente, el obispo ha asegurado en la rueda de prensa que, en 14 años como obispo, ha enterrado a 300 sacerdotes y solo ha ordenado a 15. Actualmente no tiene ningún seminarista. Pero, claro, él sabe lo que necesita la Iglesia, que es renunciar a la moral revelada, y así todo, mágicamente, se arreglará. No es una locura, no, es perfectamente lógico.
En fin, quien no lo ve es que no quiere ver. Y ver los problemas es lo primero que se necesita para poder solucionarlos. Necesitamos luz y, en casos como los citados, una generosa cantidad de desinfectante.
Por BRUNO MORENO RAMOS.