No esperemos una catástrofe para arrepentirnos…

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XXXII Domingo del tiempo Ordinario

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Nos estamos acercando al final del año litúrgico. El Evangelio de hoy nos presenta la parábola de “las jóvenes previsoras y las descuidadas”, que nos invita a reflexionar sobre las últimas realidades; podemos decir que se refiere a la segunda venida de Cristo, lo que llamamos Parusía. Se nos recuerda que esa venida del Señor es impredecible, por tal motivo, debemos estar preparados porque no sabemos el día, ni la hora.

Con esta parábola, se desea mantener la esperanza clara ante la dilatación de la llegada de Jesús, es decir, que mantengamos toda nuestra atención en Jesucristo; Él es el importante, su presencia es decisiva; es Él quien inaugura el Reino de Dios y debemos vivir siempre preparados para entrar en la plenitud del Reino, porque no sabemos ni el día, ni la hora. Así pues, no nos relajemos encandilados por el mundo actual. Es claro, que las diez vírgenes representan a la comunidad, que está compuesta por prudentes y necios. El aceite, hace alusión a las buenas obras. El novio es Jesús; la tardanza del novio hace alusión al retraso de la Parusía que puede conducirnos a un enfriamiento de la fe. El punto central es la llegada del novio de manera inesperada y unas entran, mientras otras se quedan fuera.

Deseo remarcar tres enseñanzas:

1ª- La conducta del novio: Aquel novio tarda en llegar, y luego llega de improviso. Esto nos recalca que nadie sabe el día o la hora de la venida de Jesús. Como cristianos, muchas veces creemos que tardará en llegar; incluso estando algunas personas enfermas, no se quieren confesar, porque no se sienten tan cercanos a la muerte. En el mundo actual, pareciera que muchos que se dicen cristianos, no esperan esta venida; pareciera que es algo que quedó plasmado en la historia y no pasa nada. Como dirá el cardenal John Henry Newman: “El día que nos demos cuenta que nos estamos jugando la vida eterna, ese día empezaremos a ser mejores”; quiere decir, que daremos cabida a la conversión personal. Aunque el Señor tarde, eso no debe disiparnos en costumbres erróneas; seamos conscientes que el tiempo no es nuestro y que en cualquier momento podemos ser llamados a la presencia del Señor.

2ª- La previsión de aquellas jóvenes sabias: Ellas representan a los seguidores de Jesús que son fieles, que están preparados siempre y que sus buenas obras serán recompensadas en el gran banquete escatológico.

Contamos con muchos cristianos que luchan en el día a día por llevar una vida recta, se esfuerzan por ser mejores; son los que llama el Papa Francisco: “los santos de la puerta de al lado”. Muchos cristianos están participando del gran banquete de su Cuerpo y de su Sangre, que ofrece el mismo Señor. Pensemos: ¿Qué tan previsores somos?

3ª- La inconciencia y la superficialidad de aquellas otras jóvenes: Ellas representan a los cristianos no preparados y no previsores, que serán excluidos de la felicidad eterna. No dice que sean malas, sino “insensatas, descuidadas”. Estamos en un mundo centrado en el materialismo, en lo mediático; importa el aquí y el ahora, el disfrute del presente. Muchos cristianos de nombre, han caído en esta trampa, viven insensatamente siendo descuidados, sin preocuparse de la vida eterna; para muchos la vida eterna es un cuento de hadas. Quizá algunos tienen la imagen de un Dios que todo lo perdona y al final, perdonará hasta esa necedad. Pero sabemos que daremos cuenta a Dios de nuestras obras. Y que aquellas jóvenes sabias no hayan proporcionado aceite a las necias, no es un signo de falta de caridad o egoísmo. Nos remarcan que las obras buenas son personales e intransferibles. La previsión y el estar preparados para la salvación, es un asunto de responsabilidad personal. No podemos decir: ‘Pásame algunas de tus buenas obras, ya que tienes muchas’. Todos debemos ir buscando la provisión de ese aceite.

Hermanos, la vigilancia, la espera activa y el empeño personal, derriban la puerta de entrada al banquete. Todos, sin excepción, estamos involucrados en la parábola de las diez vírgenes, ellas nos representan en el camino hacia el encuentro definitivo con Cristo, nuestro Salvador. Como Iglesia y como individuos bautizados, hemos sido invitados por Dios a participar con nuestras lámparas encendidas, en el banquete escatológico de la salvación.

Hermanos, no esperemos una catástrofe para arrepentirnos; la venida del Señor a cada una de nuestras vidas, es lo más seguro que tenemos; así que debemos vivir preparados. Recuerden que Dios llama a niños, adolescentes, jóvenes y adultos. El tiempo no nos pertenece. Lo importante no es saber la hora, sino el estar preparados siempre, para cuando llegue el Señor.

Pensemos: ¿Con cuánto aceite cuento para la espera del Señor? ¿qué tan consciente soy de que el Señor llegará? ¿cuánto bien he podido hacer a lo largo de mi vida? Recordemos, que las buenas obras son personales, así que, no perdamos oportunidad de hacer el bien a los demás, al final de cuentas, nosotros seremos los más beneficiados con el bien que hagamos. Que el Señor nos encuentre preparados, con el aceite suficiente.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan