La disforia de género infantil está incrementándose en todo el mundo en magnitudes insólitas. Por ejemplo, en el Reino Unido, en niñas, ha crecido un abrumador 4515% en la última década.
El abordaje de esta situación sigue siendo debatido. Se están llevando a cabo intervenciones experimentales sobre el cuerpo de menores, como tratamientos con bloqueadores de la pubertad u hormonas sexuales cruzadas e incluso con cirugía, que «deberían estar prohibidos», subraya Ryan T. Anderson, autor del best seller Cuando Harry se convirtió en Sally, una de las obras que analizan más exhaustivamente, con datos y argumentos, el daño de la ideología de género a las personas concretas víctimas de su aplicación. Dichas prácticas, sostiene en un reciente artículo en Public Discourse, violan la ética médica.
Pero la presión del lobby LGBTI no solo ha conseguido que sean legales, sino que pretende prohibir toda terapia puramente psicológica sobre estos niños que no sea «afirmar» una «identidad de género» contraria a su realidad biológica. Es decir, prohibir «toda terapia que pretenda ayudar a los menores con disforia de género a sentirse a gusto con su propio cuerpo sin transformar su cuerpo«. En Estados Unidos ya hay mecanismos de censura, denuncia, y la ONU considera que esa ayuda a los pequeños viola los derechos humanos.
Un objetivo prohibido por ley
En su artículo, Anderson explica por qué es justo al contrario: «Una buena terapia nunca debería prohibirse. Los niños merecen tener acceso a la asistencia terapéutica que necesitan para sentirse a gusto siendo lo que son como un hecho biológico claro e irrenunciable. Y los padres tienen un derecho natural a buscar esa atención para sus hijos».
Lo más contrario a la ética médica que supone prohibir esas terapias consiste en que la prohibición no tiene por objeto unas «técnicas» que pudieran considerarse dañinas, sino sus «objetivos». Y pone como ejemplo comparativo que, si se siguiese el mismo criterio con la anorexia, habría que prohibir toda terapia que tenga como finalidad cambiar la imagen que tiene el paciente respecto a su supuesta obesidad, lo cual impediría luchar contra ese problema.
Los activistas, denuncia Anderson, argumentan que si la «identidad de género» de un niño no es «afirmada» y reforzada, se le hace un daño, y que se le ayuda a sentirse mejor con su cuerpo real está aplicándose una «terapia de conversión» (término que previamente han estigmatizado a través del amedrentamiento mediático), sean cuales sean las técnicas empleadas.
Tres razones
Lo cierto, sin embargo, es en primer lugar que las intervenciones hormonales y las imputaciones son a menudo «procedimientos irreversibles que destruyen y alteran el funcionamiento de estructuras físicas visibles». ¿No debería esperarse una solución a la disforia de género que no pasase por ello? «El mejor resultado es siempre que las personas se sientan a gusto en su propia piel y con su sexualidad. Entonces, ¿por qué prohibir ese objetivo? Incluso si alguien piensa que el mejor resultado para un paciente en concreto es la ‘transición’, ¿es realmente creíble decir que ése es siempre el mejor resultado por el que trabajar y, de hecho, el único legalmente admisible?»
En segundo lugar, afirma Anderson, prohibir un abordaje terapéutico que tenga como objetivo la reconciliación del menor con su sexo biológico implica una censura sobre la libertad de expresión del terapeuta: esa censura «toma partido sobre lo que un terapeuta puede decir durante la terapia y lo que no, y condiciona el tipo de ayuda que puede buscar una familia. Porque si una familia quiere ayudar a un niño con disforia de género a sentirse bien con su cuerpo, el terapeuta se arriesga a violar la ley si acepta ayudarle«. «
Por último, «no hay pruebas creíbles que apoyen esa prohibición», porque el incremento en la disforia de género es tan reciente y tan masivo que «los investigadores no han tenido tiempo de estudiar las mejores técnicas terapéuticas, y mucho menos para afirmar que el objetivo de ayudar a un niño a sentirse bien con su cuerpo biológico siempre es perjudicial y debe ser prohibido».
Injusto con los niños y sus familias
«Los niños necesitan tiempo y espacio para desarrollarse hasta la madurez», concluye Anderson, «y los adultos no deberían interferir con el desarrollo natural y sano del cuerpo y de la mente de los niños«.
Es «profundamente injusto» decirle a un niño o niña que tiene el sexo equivocado y que «realmente» es del sexo opuesto (o ambos, o ninguno, «algo que promueven hoy los libros estándar sobre ‘género’ infantil») solo por «afirmar» una «identidad de género» que rechaza la realidad biológica del niño.
La ley, por tanto, «debe proteger la libertad de los padres para buscar buena medicina, de los niños para recibirla, y de los médicos para practicarla«, y proteger «la posibilidad para médicos y familias de ayudar a los niños a sentirse bien como realmente son, en vez de transformar radicalmente sus cuerpos».
Por CL.
VIRNES 12 DE AGOSTO DE 2022.
ReL.