No desperdiciar nos permite apreciar el valor de nosotros mismos, de las personas y de las cosas, expone Francisco

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No desperdiciar: es lo que nos enseñan los pobres de espíritu, entre los que Jesús llama bienaventurados en la página del Evangelio de Mateo del cuarto domingo del tiempo ordinario. Francisco lo subrayó en el Ángelus, explicando que los pobres de espíritu son aquellos que «saben que no se bastan consigo mismos, que no son autosuficientes, y viven como ‘mendicantes de Dios’: se sienten necesitados de Él y reconocen que el bien viene de Él, como don, como gracia».

«Quien es pobre de espíritu», de hecho, añade el Papa, «atesora lo que recibe», por eso “desea que ningún don se desperdicie».

«Los pobres de espíritu tratan de no desperdiciar nada». Y Jesús nos muestra la importancia de no desperdiciar, por ejemplo, cuando «después de la multiplicación de los panes y los peces», pide que se recoja la comida que sobra para que nada se pierda».

No desperdiciar nos permite apreciar el valor de nosotros mismos, de las personas y de las cosas. Pero lamentablemente es un principio a menudo desatendido, sobre todo en las sociedades más ricas, en las que domina la cultura del derroche y la cultura del descarte: las dos son una peste. Quisiera proponeros tres desafíos contra la mentalidad del desperdicio y del descarte. 

Los desafíos contra el desperdicio

Y «contra la mentalidad del derroche» Francisco propone tres desafíos: «no desperdiciar el don que nosotros somos», «no desperdiciar los dones que tenemos» y «no descartar a las personas». 

Cada uno de nosotros es un bien, independientemente de las cualidades que tiene. Cada mujer, cada hombre es rico no solo de talentos, sino de dignidad, es amado por Dios, vale, es valioso. Jesús nos recuerda que somos bienaventurados no por lo que tenemos, sino por lo que somos.  

Se trata, dice el Pap, de cuando una persona «se deja ir y se tira, desperdiciándose a sí misma”. Es necesario entonces luchar, con la ayuda de Dios, «contra la tentación de considerarnos inadecuados, equivocados y de compadecernos de nosotros mismos».

Sobre el desperdicio de los dones que tenemos, el Papa recuerda que en el mundo se desperdicia cada año alrededor de un tercio de la producción alimentaria total. 

¡Y esto mientras muchos mueren de hambre! Los recursos de la creación no se pueden usar así; los bienes deben ser custodiados y compartidos, de forma que a nadie le falte lo necesario. ¡No malgastemos lo que tenemos, sino difundamos una ecología de la justicia y de la caridad, del compartir!

No se puede descartar a las personas

Y el tercer desafío es la cultura del descarte, que usa a las personas hasta que le sirven, las descarta y las tira cuando ya no son de interés, o son obstáculo. «Y se trata así especialmente a los más frágiles», observa Francisco, «a los niños todavía no nacidos, a los ancianos, los necesitados y a los desfavorecidos».

Pero las personas no se pueden tirar, y los desfavorecidos no se pueden tirar. Cada uno es un don sagrado, cada uno es un don único, en toda edad y en toda condición. ¡Respetemos y promovamos la vida siempre! No descartemos la vida.

Reflexionar sobre las propias actitudes

La invitación del Papa es entonces a plantearse sobre cómo se vive la pobreza de espíritu, sobre el espacio que Dios tiene en la propia vida, si uno lo considera su riqueza y se cree amado por Él o “se tira con tristeza, olvidando que soy un don». Y luego la llamada a un uso responsable de las cosas, y por tanto la atención a no desperdiciar. Por último, Francisco exhorta a hacer un examen de conciencia sobre la propia disponibilidad a compartir los bienes con los demás, sobre cómo se considera a los más frágiles – «dones preciosos, que Dios me pide que custodie»- y si uno se acuerda de «quien está privado de lo necesario».

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