Francia se inventa por ley el niño sin padre. Para tener uno, solo se necesitan dos mujeres, algo de esperma y un notario que certifique la buena voluntad. Dicen que es para evitar la discriminación. Al revés, lo que va a causar es mucho sufrimiento, como explica Leone Grotti en Tempi:
Francia abre la puerta a los hijos de las intenciones
«¿Qué mundo queremos para mañana?» Esta es la pregunta que, con una buena dosis de retórica, planteó Jean-François Delfraissy, presidente del Comité Consultivo Nacional de Ética, a todos los franceses a principios de 2018. La ocasión fue la apertura de los Estados Generales de Bioética, preludio de la elaboración de una nueva ley en la materia. ¿Y qué respondieron los franceses, o mejor dicho, el gobierno y el parlamento de la República? En resumen, lo siguiente: un mundo en el que los niños sean el derecho de los adultos, en el que los límites de la biología sean superados por la tecnología, en el que la filiación ya no tenga nada que ver con la carnalidad de las relaciones sexuales y, sobre todo, un mundo en el que se elimine la figura del padre.
Es evidente que ni el presidente Emmanuel Macron, ni los 326 parlamentarios que el 29 de junio pasado aprobaron la ley de bioética en la Asamblea Nacional fueron tan ingenuos como para utilizar estas palabras. Utilizando su propia terminología, aprobaron una «ley de civilización» para dar otro «paso adelante en el camino del progreso», para restablecer «la igualdad entre las parejas heterosexuales y homosexuales», para reconocer «el derecho a la autonomía reproductiva de cada persona» y, por supuesto, para «sanar una discriminación» inaceptable. Por eso se ha introducido a la fuerza en la legislación francesa la llamada «PMA [procreación médicamente asistida] para todas», es decir, la ampliación de la fecundación heteróloga a las parejas de lesbianas y a las mujeres solteras.
Se abre la puerta al vientre de alquiler
Para que «todas las mujeres» puedan tener hijos incluso sin la ayuda de lo que los periódicos franceses llaman «inseminación tradicional» (es decir, el buen «arriba y abajo» de siempre, como lo llama Alex en La naranja mecánica), Francia les permitirá recurrir a un donante de esperma y tener un hijo mediante inseminación artificial. Es más, con la arrogancia prometeica de quienes se engañan pensando que pueden anular la realidad con una ley, los neonatos serán considerados a todos los efectos hijos de dos madres. ¿Y el padre? Reducido a material genético, será simplemente omitido, borrado. Y como una de las mujeres de la pareja no tendrá ningún vínculo biológico con el recién nacido, para ser reconocida como madre tendrá que acudir a un notario y declarar su «intención» de procrear antes de embarcarse en la fecundación, pagada íntegramente por el Estado. La «paternidad intencional«, inventada en Estados Unidos para resolver un complejo problema derivado de un caso de gestación subrogada, se ha convertido en ley en Francia. Pero como el niño, al crecer, nunca creerá que ha nacido de dos mujeres, la ley estipula que una vez que haya cumplido los 18 años tendrá acceso a ciertos datos sobre la identidad del donante.
En palabras del psiquiatra infantil Christian Flavigny, la «PMA para todas» «destruye los pilares simbólicos sobre los que se asienta la familia, comercializa el nacimiento del niño» y abre la caja de Pandora. Hasta ahora, la fecundación se consideraba en Francia una solución médica para la esterilidad de la pareja. Ahora que se ha convertido en un medio social para sanar la discriminación de la naturaleza contra las parejas de lesbianas, solo puede llevar al vientre de alquiler. Si las parejas de mujeres, incapaces de procrear de forma natural, pueden recurrir a la inseminación a través de un donante en nombre del derecho a tener un hijo, ¿cómo impedir que las parejas de hombres encuentren una mujer dispuesta a «donar» un óvulo para la inseminación y otra mujer lo suficientemente generosa como para llevar a «su» hijo en su vientre durante nueve meses?
La ley de bioética, que por primera vez autoriza también la criopreservación de gametos y la creación de embriones-quimera-humano-animales, contó con el firme apoyo de Macron, que la había convertido en su baluarte en la campaña electoral. Las protestas de la oposición no han servido de nada y se ha ignorado la opinión de los franceses: de hecho, el 90,61% de los participantes en los citados Estados Generales de Bioética habían expresado una opinión negativa sobre la «PMA para todas». Además, la Academia Nacional de Medicina había denunciado la «ruptura antropológica» que supondría esta ley. Pero Macron y su mayoría se han mantenido firmes e incluso han rechazado la enmienda de los gaullistas, que querían incluir en la ley esta frase: «En Francia no existe el derecho a tener un hijo». No ha habido nada que hacer: el derecho existe ¡y vaya si existe!
«Izquierda, ¡despierta!»
Mientras la izquierda y las asociaciones LGBT exultan, algunos intelectuales protestan horrorizados contra la nueva ley. En particular, el reconocido científico ateo Didier Sicard ha dicho que el texto «tendrá repercusiones en el futuro de los niños. ¡No son ‘productos’ fabricados! Discutir estas cosas en medio de una pandemia es surrealista». Sylviane Agacinski, filósofa y feminista socialista, ha sido aún más contundente: «La ley convierte a las personas en cosas y a los niños en objetos; y cuando los niños o las madres de alquiler se pueden comprar en parte, entonces se derrumba uno de los pilares del derecho». La ley, continúa, es un «escándalo» pero también un espejismo ingenuo: «Hablar de ‘autonomía reproductiva’ es una ilusión: no se puede eludir el recurso al sexo opuesto y el deseo de una procreación exclusivamente materna no puede prescindir de los hombres, aunque se reduzcan a material genético«.
La filósofa también habla de la discriminación de los niños: «El legislador decreta por ley que habrá niños que, a diferencia de otros, no podrán establecer un vínculo paterno. Esto les hará sentirse víctimas de una injusticia y les hará sufrir. En consecuencia, las mujeres que han querido traerlos al mundo de esta manera también sufrirán». Por último, el durísimo ataque de Agacinski a la izquierda, «indiferente, inconsciente o simplemente cobarde. Por temor a ser tachada de reaccionaria u homófoba, va a remolque de un movimiento que se proclama progresista. ¡Tiene que despertarse!».
Además de un puñado de intelectuales valientes, la Iglesia católica también ha hecho oír su voz: «Esta ley destruye al ser humano», ha tronado monseñor Dominique Rey, obispo de Fréjus-Toulon. «Los católicos debemos hablar claramente para las futuras generaciones, o seremos cómplices de esta deriva con nuestro silencio».
El arzobispo de París, monseñor Michel Aupetit, ha luchado como un león en todas las transmisiones: «El amor no es lo único importante», ha dicho, quebrantando el mantra del love is love [el amor es el amor]. «Un niño o un embrión debe ser acogido por lo que es, no en virtud de un proyecto que lo supera y para el que se convierten en un objeto. El derecho del niño a tener un padre y una madre es anterior al derecho de la mujer a tener un hijo. La etimología de niño (enfant en francés, ndr) es «sin palabra»; es él al que hay que proteger porque no puede expresarse. La Iglesia seguirá haciéndolo».
La ley de bioética fue aprobada igualmente, pero no es este el mundo que todos los franceses quieren para el futuro.
Traducción de Elena Faccia Serrano.