¿Nadie te ha condenado? Nadie

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Las lecturas de este domingo hacen una clara referencia al amor misericordioso de Dios hacia la persona humana (mujer adúltera), por lo cual, ella recibe el perdón y no la condena que buscan los detractores. El amor de Dios es tan grande que siempre termina perdonando al pecador. Veamos.

 

  1. ¡QUIÉN ESTÉ LIBRE DE PECADO QUE TIRE LA PRIMERA PIEDRA!

Es fácil tirar la piedra que mata pero difícil colocar la piedra que construye. Jesucristo apela a la condición pecadora de todos para hacerles tomar conciencia que el pecado también está en quienes condenan. El pecado es una de las causas por la que Dios manda a su Hijo a salvar al mundo, pues  Él viene por los pecadores y los enfermos no por los justos y sanos (cf. Mc 2,17 y Lc 5,32). Si decimos que no tenemos pecado entonces somos unos mentirosos y la verdad no está en nosotros (1ª Jn 2,4). No se puede librar a una persona de su pecado, matándola; primero porque matar no es una obra redentora sino criminal y, segundo, porque el único Redentor y salvador es Jesús. Esta observación de Jesús hace que todos se vayan del lugar de la escena y nadie se atreva a tirar la piedra, pues en conciencia se descubrieron más pecadores que la mujer adúltera. Jesús, el único justo, ni siquiera toma esa piedra (cf. 1ª  Jn 2,1). ¿Quieres tú tirar la primera piedra?

 

  1. «YO TAMPOCO TE CONDENO»

¡Qué fácil es condenar cuando el daño no es hacia nuestra propia persona! La condena es la actitud inmisericorde de quien siempre ha estado de juez pero nunca de víctima. Jesucristo no quiere condenarla sino perdonarla, para que se arrepienta y cambie su vida personal. Sin embargo, los escribas y fariseos querían apedrearla y matarla. El juicio de Jesús es el perdón basado en el amor y la misericordia divinos, pues Él ha sido enviado al mundo para salvarlo, no para condenarlo (cf. Jn 12,47). Jesucristo no ha sido enviado a la tierra como Juez sino como Redentor, es decir, a pagar la deuda o la pena de los pecadores y cargar con sus sufrimientos (Cf. Is 53,4.11; 1ª Pe 2,21). El perdón se basa en el amor y el amor nos hace libres. ¿Estás dispuesto a perdonar o a condenar?

 

  1. «VETE Y NO VUELVAS A PECAR»

Jesucristo otorga la libertad a la pecadora, pues le perdona sus pecados y eso libera de los males que le oprimen. Jesucristo abraza al pecador pero repudia al pecado, por lo tanto, otorga el perdón con la exigencia de alejarse del mal, de lo que le ocasiona daño y destrucción como persona, lo que le oprime, lo que le denigra (cf. Hec 10,38). El fruto del perdón es la paz, la reconciliación, la alegría, el gozo, la libertad. Al perdonarnos, Jesús nos libera del mal y nos concede la gracia de volver al camino del bien (cf. Sal 119,30; Sal 37,27). Dios nos invita a llegar a la Pascua con un corazón limpio, con un espíritu renovado, con una conciencia purificada  de nuestras malas obras, para lo cual, debemos confesarnos: arrepentirnos y tener deseo de cambiar.  Dicha conversión implica la exigencia de no volver a pecar y rehusarnos al pecado. ¿Ya te confesaste? ¿Has experimentado la alegría del perdón y el deseo de alejarte del pecado?

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