«Nadie sabe ni el día ni la hora…»

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

A John Donne (1572-1631), poeta y parlamentario de la época de la Reina Isabel I y converso al anglicanismo, se le adjudica un poema sobre la efímera gloria de la muerte vencida por la vida eterna. Poderosa y temible, no lo es: “Muerte no te vanaglories, aunque se te haya dicho temible y poderosa, esos que has borrado no mueren, pobre Muerte, incapaz de matarme a mi”…

Este poema quiere resolver el tremendo drama sobre el fin de la existencia. En México la muerte se afronta con del folclor, tradiciones y coloridas costumbres, pero su esencia suscita angustia, pavor e incertidumbre. En el mundo del pensamiento líquido, la respuesta católica parece no satisfacer debido sino al alud de ideas sobre la relatividad de vida y el más allá. En los mortales hay más dudas que certezas, más miedo que esperanza, más morbo que fe para afrontar el trance. Paradójicamente intentamos eludir desvaneciendo la muerte para como dulce sueño cuya palidez se cubre bajo el encubridor maquillaje que mimetiza la vida que ya no está.

El recuerdo de los difuntos es empañado por raras y extrañas costumbres conjugándose con tradiciones y herencias ancestrales. El descarado juego mercantilista y oportunista del morbo popular por el más allá y su relación con el mundo de los vivos crea ficticias formas vivientes que asolan ciudades. Demonios, vampiros y quién sabe qué otras aberraciones cuyos defensores están dispuestos a dar la vida misma por su veracidad a través de supercherías tenidas por científicas y racionales.

El mundo de las creencias ilimitadas se alimenta de la existencia de entidades fantásticas, posesiones infernales, brujerías y hechiceros animados por series de televisión en infinitas temporadas; cine y novelas explotan el encanto y curiosidad por la oscuridad y lo ignoto con un toque de secrecía religiosa. La serie de ocho películas del mago Harry Potter, una de las más taquilleras en la historia del cine y cuyos libros dejaron a la autora ganancias multimillonarias, sostiene el maniqueísmo entre fuerzas de luz y oscuridad sometiendo a seres comunes. Los misterios son revelados a iniciados dotados de poderes supra humanos para vencer a las fuerzas perturbadoras del orden cósmico.

La solución a las crisis y depresiones tiene una fuga por la explicación de la esclavitud personal y colectiva de seres malignos que obsesionan y poseen las conciencias de los mortales. Desde la película El Exorcista (1973) muchos creen haber sido víctimas de entidades maléficas poseyéndolos de forma grotesca y brutal. Las iglesias tienen una clientela desafortunada urgida de oraciones y exorcismos para aliviar la conciencia escrupulosa y, tal vez, otros males que tienen respuesta en la medicina y la psiquiatría.

La explosión de lo paranormal propicia el florecimiento de devociones y cultos más extraños para tener el favor de la divinidad consultada. Desde muertos levantándose de sus tumbas, poltergeist y sicofonías hasta ritos paganos conjugando sincretismos y la deleznable apología del delito para originar idolatrías aberrantes con legitimación pseudocatólica.

San Judas y la santa muerte se dan la mano y pasean juntos abrazados por sicarios armados; la Virgen de Guadalupe y Malverde comparten el mismo altar reverenciados por los quienes están urgidos de favores mundanos; pseudosacerdotes y curanderos lucran rituales religiosos lo mismo para sanar y bendecir que para amarrar y maldecir; invocan el poder de santitos para hacer sufrir a los enemigos y sean castigados con los fracasos económicos, decepciones y traiciones amorosas o, en el extremo, con el dolor al borde del paroxismo, la desaparición o muerte violenta aleccionadora de los rivales. Favor se paga con favor y el beneficiado deberá satisfacer a la deidad con mandas y novenas que nada tienen de cristiano y católico.

Las tradiciones culturales sobre la muerte tienen explicación en el sincretismo cultural y religioso que, desafortunadamente, parece diluirse en la angustia por el más allá. Antropólogos e historiadores han justificado esta cosmogonía del México prehispánico que se unió a las creencias cristianas sobre la supervivencia después de la muerte. Los vivos rinden homenaje a los seres queridos que han partido, su recuerdo perdura por el honor que se les tributa al saber que están en una situación mejor a la nuestra.

La muerte está todos los días, “nadie sabe ni el día ni la hora”, el día llegará “como un ladrón en la noche” y el cristianismo enseña que la vida efímera es una oportunidad para lograr la Eterna, centrados en la fe, la caridad y la esperanza teniendo como eje principal el gran misterio Pascual de Jesucristo. No hablamos de algo mágico, es el hecho de reconocer que la muerte llega en cualquier momento y, como enseña la Iglesia, debería ser un evento asociado constantemente a la pasión y muerte de Cristo para tener vida en abundancia y esperanza en la resurrección.El dos de noviembre es propicio para recordar a quienes descansan en paz al compartir nuestros dones en las ofrendas, para el examen de los talentos reunidos en esta vida, de los pecados cometidos y lo que nuestra calaverita se llevará cuando Dios nos llame a cuentas al dejar este mundo para que “en el nombre de Dios Padre Todopoderoso que nos creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por nosotros y en el nombre del Espíritu Santo que sobre nosotros descendió… entremos en el lugar de la paz y que esa morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos…” Pobre muerte, incapaz de matarme a mi.

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