Mujeres Invisibles: Vacíos Tras La Vida Religiosa

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La salida de una mujer de su comunidad religiosa a la que ha dedicado su vida es un proceso complejo, doloroso, que trastoca tanto la psique como los hábitos que se hubieron adquirido en la congregación. Para esa mujer que ha seguido el camino de Jesús junto a una nueva familia, la separación de la comunidad es un momento que no debería vivir en soledad ni incertidumbre y, sin embargo, parece ser la norma.

La investigadora Olivia Sedeño Omaña, exreligiosa ella misma, ha realizado una tesina con entrevistas directas a más de 60 mujeres que han salido de la vida religiosa; las experiencias y voces de estas hijas de la Iglesia revelan vacíos institucionales, canónicos, pastorales y hasta de compasión cristiana para el momento en que dejan su comunidad.

“La salida de una mujer de la vida religiosa -por cualesquiera que fuesen las causas- supone un gran cambio de vida, una fuerte experiencia que requiere acompañamiento y solidaridad; sin embargo, las personas que salimos de la vida consagrada parece que desaparecemos”, comparte en entrevista con VCNoticias.

Para Sedeño, la vida consagrada pasa por diferentes crisis actualizadas en el mundo contemporáneo, las cuales tornan cada vez más frecuente la salida de sus miembros: “Sin embargo, ni formal ni informalmente hay claridad sobre el tipo de acompañamiento que se debe dar a mujeres que regresan a la vida secular, no hay pistas en los cánones de la Iglesia ni en la operatividad de las congregaciones. Y esto deja a un indefinido número de mujeres en la invisibilidad”.

En su investigación ‘Proceso de acompañamiento integral después de la salida de la vida consagrada femenina’ presentada para obtener la licenciatura de Ciencias Religiosas en la Universidad Pontificia de México, Sedeño se pregunta cuáles son las principales causas que llevan a una mujer a salir de la comunidad y qué sucede con esas mujeres después de su salida.

Olivia formó parte de una comunidad religiosa durante nueve años y, en el momento de salir experimentó en carne propia la ausencia del acompañamiento en un mayúsculo de su vida. “Por ello, me preguntaba cómo viven otras mujeres esta experiencia, a qué desafíos se enfrentan con este cambio de vida; y también cuál es el papel de la Iglesia ante esta situación”.

Uno de los principales retos de la investigadora fue acercarse al fenómeno. No hay estudios previos, no hay bibliografía al respecto, tampoco hay organizaciones que atiendan a estas mujeres, una realidad a la que la Iglesia católica no le ha prestado suficiente interés:

“Fue muy difícil encontrar información; por eso hicimos encuestas y trabajo de campo. No hay antecedentes. Mi asesor de tesis revisó materiales, publicaciones y trabajos de la vida consagrada y no encontró nada sobre el tema”.

Ni la Conferencia del Episcopado Mexicano, ni la Conferencia de Superiores Religiosos y Religiosas de México tienen estadísticas de las mujeres que salen de la vida consagrada ni de las que reciben acompañamiento. Sólo existe una estimación del arzobispo José Rodríguez Carballo, secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica de la Santa Sede, quien estima que las salidas de la vida religiosa podrían ascender a tres mil personas por año. Pero no es todo: Muchas congregaciones religiosas no cuentan con un apartado en sus normas, estatutos o reglamentos sobre qué hacer cuando una hermana deja la comunidad.

“Revisé diez estatutos de congregaciones; sólo una tiene alguna pista sobre la salida de una hermana. Una congregación que sí especifica su obligación de apoyo a la hermana cuando sale, establece un apoyo económico por lo menos de un año en lo que se ubica. Pero no habla de acompañamiento durante y después de la salida, para su adaptación, su transición a una nueva vida”.

Para Sedeño, la vida religiosa femenina es un sector muy descuidado a pesar de que son identificadas positivamente por su obra y acción en la sociedad mexicana; la investigación y el futuro interés que pueda despertar en la propia Iglesia la anima a imaginar un centro de auxilio, un espacio institucionalizado que pueda proveer acompañamiento a las mujeres cuando salen de una comunidad.

“Es un sector muy descuidado. Y quizá podríamos aceptar que la sociedad las descuide; pero, que la Iglesia sea indiferente a estas personas, no es positivo. Porque se trata de una bautizada, una hija de Dios, porque independientemente de las causas por las que has salido de la comunidad puedes tener un cambio de rumbo. Creo que la Iglesia se perfila para eso, para apoyar a cada uno de sus hijos, a sus integrantes, por el bien de la humanidad”.

Las causas

“Tres son las principales causas para la salida de una mujer de la vida consagrada: un mal discernimiento vocacional, cuestiones afectivas -que van desde dificultades de la vida comunitaria hasta historia de vida personal- y el activismo”.

Sedeño explica que, en muchos casos, la incorporación a alguna comunidad religiosa puede estar motivada por un mejoramiento de su condición de vida o una experiencia que les entusiasmó sin mucho discernimiento de las exigencias de la vida consagrada: “Entonces, la vida consagrada se puede convertir en una alternativa para poder alcanzar intereses personales y, al obtenerlos, no hay más que dos opciones: una, que se llegue al acomodamiento y se viva en la comunidad sin pertenecer plenamente a este estilo de vida; y otra, ya teniendo los beneficios necesarios, salir de la congregación”.

Otra causa puede estar vinculada a heridas en la historia de vida personal, cuestiones generacionales en la comunidad, cuestiones afectivas no resueltas e incluso causas psicológicas que algunas religiosas podrían tener; es decir: conflictos de difícil resolución.

“Me he encontrado conflictos muy fuertes. Una hermana, por ejemplo, tenía 25 años en la comunidad; y, de pronto, recibe la dispensa para que se retirara de la comunidad, no le dieron una explicación. Simplemente había un conflicto con las religiosas”.

No todos los casos de conflicto terminan así; sin embargo, Sedeño cree que no se deben menospreciar los conflictos en la comunidad pues pueden derivar en dolorosas salidas. En ocasiones, el conflicto no es dentro de la comunidad sino promovido desde fuera: “Encontré algunos casos en que la familia obligó a algunas a salir de la comunidad. Una de ellas comentó: ‘No supe qué hacer, ni cómo defender mi deseo de permanecer en la congregación’. Por supuesto, en estos casos es la comunidad la que se frustra por no poder ayudar a la hermana que tiene la vocación pero que, por causas familiares, tuvo que salir”.

Otros conflictos provienen de la propia religiosa: causas psicológicas entre las que no se puede descartar la depresión o conflictos emocionales: “Una hermana nos confió: ‘Yo me enamoré de alguien, pero no me atrevía a comentarlo a la superiora porque me correría’. Otra: ‘Estoy enferma, necesito estudios médicos, pero si lo digo me pueden correr’. Hay miedo”.

El temor a abandonar la comunidad es comprensible, no sólo por el radical cambio de vida sino porque, al no existir parámetros claros para la salida, hay espacio para situaciones irregulares: “En ocasiones, algunas no han podido sacar sus papeles de la comunidad. Entrevisté a una chica que salió de la vida consagrada y la congregación no le dio sus papeles. No podía trabajar o hacer trámites”.

Aunque infrecuentes, Sedeño pudo rastrear y compilar información de violencia y abuso como factores de salida: “En la investigación recibí dos casos, uno de violencia y abuso cometida por un sacerdote; y, el otro caso, un conflicto entre hermanas. Esto revela que no sólo hay conflictos de abuso psicológico, también hay violencia física o acoso”.

La última causa identificada por Sedeño es el activismo de las religiosas, el burn-out: “El activismo es uno de los errores más comunes y graves en la vida consagrada porque el pensamiento eficientista ha penetrado en las congregaciones relegando la vida interior. Por el exceso de actividad se puede caer en el abandono de la persona; religiosas que descuidan su salud y su bienestar, su alimentación, descanso, condición y cuidado físico corporal, dejadez ante la enfermedad, cansancio crónico debido al exceso de trabajo, mala o poca alimentación, ayunos prolongados que derivan en un deterioro en la persona y enfermedades que terminan siendo irreversibles.

“Una entrevistada comentó: ‘Yo sí quería estar aquí, pero me cansé’. Y es que son muchos los encargos dentro de la congregación, muchas labores y el cuerpo no responde. Se trata de mujeres con vocación que se desgastaron en la labor. En aquel caso, la religiosa de 45 años era la más joven de la comunidad, tenía que encargarse de todo porque sus hermanas ya eran ancianas. Es frecuente que en comunidades envejecidas todo el trabajo se cargue en pocos hombros”.

El escenario futuro para Olivia Sedeño es motivar la necesidad de una instancia eclesial que atienda y vigile protocolos para la vida consagrada respecto a la salida de la comunidad: “Si se formaliza este tipo de servicio puede hacer bien a la Iglesia, a la congregación religiosa y, sobre todo, a la persona”. Un desafío mayúsculo toda vez que sólo 5 de las 10 comunidades religiosas consultadas por Sedeño apoyaron la investigación.

El impacto de la salida es muy fuerte. Hay mujeres que sufren tanto, que incluso piensan en el suicidio. Algunas salen resentidas y están en contra todo el tiempo de la vida consagrada… Me encontré un caso drástico, de una chica que tuvo que abandonar la casa religiosa en medio de la noche bajo la lluvia, otra que estuvo 15 años en una comunidad y en el momento de salir le regalaron libros para que los vendiera y sobreviviera; otra, tras veinte años de dedicar su vida a Dios en esa comunidad, le dieron mil pesos para salir adelante… algunas podrían tener motivos para odiar la vida consagrada, pero creo que la mayoría que hemos salido tenemos fe y cariño a la vida consagrada, porque nos da experiencias de Dios invaluables”.

De allí la necesidad de una instancia y estancia especializada para mujeres que salen de la vida religiosa, para que dejen de ser invisibles, para que vivan la comunión de ser hijas de una Iglesia que las sigue amando.

Con información de VCNoticias/Felipe Monroy

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