Ayer, 25 de marzo, la Iglesia recordó —aunque en muchos ámbitos aún en voz baja— el 34º aniversario del fallecimiento de Monseñor Marcel Lefebvre, arzobispo católico, misionero, fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y, sin duda, una de las voces más proféticas del siglo XX.
Cuando en plena tormenta posconciliar todo parecía derrumbarse —la liturgia, la fe, la formación sacerdotal, la moral—, Monseñor Lefebvre se mantuvo firme en la Tradición de la Iglesia, no por nostalgia, sino por convicción. Fue testigo de primera línea del Concilio Vaticano II, y no tardó en advertir los peligros de ambigüedades doctrinales que abrían las puertas al modernismo. No calló, y por ello fue señalado.
Muchos lo acusaron de desobediencia cuando, en 1988, consagró cuatro obispos sin mandato pontificio. Pero quienes lo conocieron de cerca saben que fue un acto doloroso, no de rebeldía, sino de supervivencia: la Tradición no podía morir. Lo hizo “para preservar el sacerdocio católico y el sacrificio de la Misa”, como él mismo declaró. Le costó una excomunión declarada por Roma… pero el tiempo le fue dando la razón.
En 2009, Benedicto XVI —con gran sabiduría y caridad pastoral— levantó la excomunión a los obispos consagrados por Lefebvre, reconociendo implícitamente que la situación era más compleja de lo que algunos querían admitir.
El propio Papa alemán reconoció que lo que movía a la FSSPX no era la herejía, sino un apego firme y legítimo a la Tradición.
Años antes, ya había liberalizado la Misa tradicional con Summorum Pontificum, rehabilitando la liturgia que Lefebvre jamás quiso abandonar.
Hoy, su legado está más vivo que nunca: miles de fieles, familias, vocaciones, seminarios florecientes… ¿No será este el fruto de un árbol bueno? Quienes en su tiempo lo tildaron de cismático callan hoy ante el derrumbe doctrinal y litúrgico que él denunció con claridad profética hace más de cinco décadas.
Monseñor Lefebvre murió el 25 de marzo de 1991, en la fiesta de la Anunciación. Tal vez no sea casual: él también dijo “fiat” a una misión que no pidió, pero que aceptó por amor a Cristo y a su Iglesia.
A 34 años de su partida, muchos ya no dudan en decirlo abiertamente: Monseñor Lefebvre fue un visionario, un obispo fiel que prefirió ser malinterpretado antes que traicionar lo recibido. La historia aún le debe justicia.
Por JAIME GURPEGUI.
MIÉRCOLES 26 DE MARZO DE 2025.
INFO VATICANA.