«Vivimos la prohibición de las misas públicas como una injusticia»

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Con motivo de la tribuna publicada en Le Figaró, Riposte Catholique se hace eco de la entrevista a Mons. Rey.

¿Piensa usted que el gobierno se muestra demasiado intransigente al imponer estas restricciones?

Existe una libertad fundamental garantizada por la Constitución, que es la libertad de culto. Esta no se agota en el hecho de poder ir a una iglesia, sino que también abarca la posibilidad de asistir a los oficios religiosos. Ir a misa es central y esencial en la vida de un cristiano. El enfoque adoptado por varios obispos y, en particular, por el presidente de la conferencia episcopal, destaca el apego fundamental de los cristianos a este encuentro [ndt.: la misa] como parte esencial de su vida de fe. Creo que en el actual contexto de confinamiento se pueden adoptar medidas sanitarias y precauciones básicas que no atentan contra la libertad de culto.

Ustedes [ndt.: la Conferencia episcopal de Francia] interpusieron en el mes de junio un recurso ante el Consejo de Estado que no ha tenido éxito. ¿Por qué hace el gobierno oídos sordos?

Atribuyo esta actitud al deseo de evitar que este confinamiento derive en una crisis aún mayor que la que ya hemos vivido. Hay una especie de angustia colectiva y el gobierno multiplica las medidas para impedir la propagación del virus. Lo que resulta contradictorio es que al mismo tiempo las grandes superficies comerciales permanecen abiertas para cubrir las necesidades básicas, y también los colegios, pero los fieles no pueden reunirse ni tan siquiera bajo requisitos sanitarios estrictos. Existe una incoherencia y nosotros la vivimos como una injusticia.

Entre los firmantes de la carta destaca la presencia sobre todo de católicos y no de protestantes. ¿Hay alguna razón especial para ello?

No, no ha habido ninguna exclusión dado que existen asociaciones al margen de la Iglesia institucional en las que puede haber personas de otras confesiones cristianas.

¿Quiere el gobierno evitar dar la impresión de que favorece a los cristianos en comparación con otros creyentes y, en particular, con los musulmanes?

Ciertamente, todos los creyentes se reúnen para celebrar sus oficios, sea en las sinagogas, en las mezquitas o en otros locales de oración. Sin embargo, la forma en que se plantean esas reuniones es de naturaleza muy diferente. En las iglesias católicas hasta ahora no ha habido grupos especialmente identificados. La situación particular del islam entraña riesgos en determinados grupos de radicalización, lo que ha podido quizás contribuir a que el gobierno quiera tratar de la misma manera a todas las comunidades de creyentes, para no transmitir sensaciones que podrían ser, en el contexto actual, especialmente delicadas en relación con ciertos agrupamientos de fieles, especialmente en mezquitas salafistas. Las iglesias católicas están siempre abiertas y controladas. En las iglesias católicas hemos adoptado muchas precauciones que quizás no se hayan adoptado en otros lugares de culto.

Usted ha establecido un paralelismo entre la libertad de expresión y la libertad de culto, ambas garantizadas por el laicismo. ¿Considera que la nueva publicación de caricaturas de Mahoma ha ido demasiado lejos en términos de sensibilidad, con independencia de que se encuentren amparadas por la ley?

Esto encaja en un contexto muy delicado. La libertad de expresión también está garantizada por la Constitución y es habitual que se critique e incluso se realicen burlas de tal o cual pensamiento, pero está claro que existen límites. Si surgen comentarios o publicaciones antisemitas, o si algo afecta a la homosexualidad o a los feminicidios, está claro que la ley está obligada a imponer restricciones a la manifestación de una libertad que podría estar cegada y podría derivar en insulto o calumnia. Expresarse con ironía puede estar bien, pero hay que prestar atención al hecho de que, en la conciencia de algunas personas, hay imágenes o representaciones que pertenecen a lo sagrado y ofenderlas afecta a algo muy íntimo, muy profundo y puede constituir por tanto un factor de violencia. Diría sí a la libertad de expresión, pero con la precaución de que no alcance la violencia ni produzca violencia. Esta es la línea roja que se puede dibujar. Este límite es difícil de definir por ley, pero veo claramente que en determinadas formas de expresión hay una falta de comprensión por parte de los que emiten estas imágenes, una falta de comprensión del impacto extremadamente negativo que pueden tener y que generan verdadera violencia. No creo que herir a la gente gratuitamente, voluntariamente, dé una buena imagen de nuestra sociedad. ¿No tenemos otra cosa que el desprecio como modelo a ofrecer a los musulmanes procedentes de la inmigración?

Tras el asesinato de Samuel Paty, un musulmán británico ha dicho en redes sociales que, a su juicio, la única razón por la que los cristianos aceptan hoy en día la blasfemia es porque el cristianismo es una religión derrotada, vencida, al menos en Europa.

Yo diría más bien que está en la esencia de nuestra fe cristiana: Cristo fue blasfemado, mancillado, ultrajado; pasó por el trance de la blasfemia con su Pasión, con la muerte. Esto no se ha dado en el islam, que tiene un dios trascendente que no puede soportar la blasfemia. Mientras que nuestro Cristo fue maltratado. Nosotros asumimos este paso por la blasfemia, lo que no sucede en el islam.

Traducido para InfoCatólica por José Luis Azofra

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