Seré breve, pues ya en los tres artículos precedentes (653, 654 y 655) me declaro defensor de la Misa nueva y de la perduración de la Misa tridentina. Éste es sólo un complemento. Dos errores en la defensa de la Misa antigua.
–ERROR primero
La Misa antigua, la tridentina, es la verdadera. La nueva es falsa
Así lo afirma la FSSPX, Fraternidad Sacerdotal San Pío X, contra lo enseñado por los tres últimos Papas y por unos 5.300 Obispos católicos. Defender su adhesión a la Misa antigua, es algo sano y lícito; pero hacerlo impugnando brutalmente la Misa nueva, es una mala aplicación del principio táctico de la guerra: la mejor defensa es un buen ataque. Una defensa tan agresiva de la Misa tradicional desprestigia a sus autores. Pero no socava, por supuesto, los muy nobles fundamentos de la Misa de San Pío V o de su actualización en la Misa de San Juan XXIII (1962). Veámoslo.
El Superior general de la FSSPX, Don Davide Pagliarani, en su Carta Deux messes édifient deux cités, una semana después de la Traditionis Custodes, alejándose más de la plena comunión con la Iglesia católica,expone su pensamiento sobre la Misa antigua y la nueva con toda claridad (Menzingen, Suiza, 23-07-2021).
«La misa tridentina expresa y vehicula una concepción de la vida cristiana y, en consecuencia, una concepción de la Iglesia que es absolutamente incompatible con la eclesiología promovida por el concilio Vaticano II. El problema, pues, no es simplemente litúrgico, estético o puramente formal. El problema es a la vez doctrinal, moral, espiritual, eclesiológico y litúrgico. En una palabra, es un problema que toca todos los aspectos de la vida de la Iglesia, sin excepción: es una cuestión de fe»
+«De un lado está la misa de todos los tiempos, estandarte de una Iglesia que desafía al mundo y que está cierta de su victoria, porque su batalla no es otra que la continuación de la que libró Nuestro Señor para destruir el pecado y el reinado de Satanás», etc.
+«Del otro lado está la misa de Pablo VI, expresión auténtica de una Iglesia que quiere estar en armonía con el mundo, que escucha a las autoridades del mundo; una Iglesia que, al final, ya no tiene que luchar contra el mundo porque ya no tiene nada que reprocharle; una Iglesia que no tiene nada más que enseñar porque escucha los poderes de este mundo; una Iglesia que ya no necesita del sacrificio de Nuestro Señor porque, habiendo perdido la noción del pecado, no tiene nada más que expiar; una Iglesia que ya no tiene la misión de restaurar la realeza universal de Nuestro Señor, ya que quiere contribuir al desarrollo de un mundo mejor, más libre, más igualitario, más eco-responsable; y todo esto con medios puramente humanos».
Así pues, afirma Pagliarani, «no se trata de una guerra entre dos ritos: es francamente la guerra entre dos concepciones diferentes y opuestas de la Iglesia y de la vida cristiana, absolutamente irreductibles e incompatibles la una con la otra. Parafraseando a San Agustín, podría decirse que dos misas edifican dos ciudades: la Misa antigua ha edificado la ciudad cristiana, la Misa nueva pretende edificar la ciudad humanista y secular»…
«Muchas almas se encuentran ante una elección que afecta a la fe, porque la Misa es la expresión suprema de un universo doctrinal y moral. Se trata, pues, de elegir la fe católica de modo íntegro, y por ella a Nuestro Señor Jesucristo, su cruz, su sacrificio, su realeza. Se trata de elegir su Sangre, de imitar al Crucificado y de seguirle hasta el fin con una fidelidad total, radical, consecuente».
Se trata, pues, de dos Misas diferentes e incompatibles, que edifican dos Iglesias distintas, incompatibles entre sí. Por tanto es necesario adherirse a la Misa antigua de todos los tiempos, porque es ella la que edifica la Iglesia verdadera, y rechazar la Misa nueva humanista y laica, que edifica una Iglesia falsa. Ésa es la enseñanza y exhortación de la FSSPX actual.
Al final de esta Carta funesta, se leía un comentario del teólogo Abbé Jean-Michel Gleize, FSSPX, en el que estimaba que la vigencia simultánea de las dos Misas constituye una «cohabitación imposible».
Respondeo dicendum
Esa doctrina lefebvriana, a pesar de su tono heroico y martirial, que resulta atractivo para algunos católicos, es totalmente falsa, como lo hemos comprobado en los tres artículos precedentes. La Misa de San Pío V y la Misa de San Pablo VI son ambas válidas, santas y santificantes, son ortodoxas y tradicionales.
+San Pablo VI, autor de la Misa de su nombre, afirma sobre la naturaleza de la Misa que «es realmente el Sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares» (Credo del Pueblo de Dios, 1968, n. 24). +San Juan Pablo II: «El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio» (Ecclesia de Eucharistia, 2003, 14). +Y Benedicto XVI: «Jesús es el verdadero Cordero pascual que se ha ofrecido espontáneamente a sí mismo en sacrificio por nosotros, realizando así la nueva y eterna alianza. La Eucaristía contiene en sí esta novedad radical, que se nos propone de nuevo en cada celebración» (Sacramentum caritatis, 2007,9).
Ésa es la fe católica, la que enseñan de la Misa nueva estos Papas, y más de 5.000 Obispos católicos, la que siempre ha profesado la Iglesia. Y consiguientemente todo lo que declaran acerca de la Misa nueva, con atrevimiento soberbio, los lefebvrianos, y en su medida los filolefebvrianos, es falso de toda falsedad. Dios nos libre de tan grave error contra la fe.
–ERROR segundo
La Misa antigua y la nueva son verdaderas. Pero la primera es más santificante que la segunda
Así lo afirman o lo insinúan claramente algunos de los devotos de la Misa tradicional. Algunos, no todos, ni la mayoría. Pues bien, como acabo de citar, tanto Pablo VI, como Juan Pablo II y Benedicto XVI, identifican la Misa –la antigua y la nueva– con el Sacrificio del Calvario. Ahora bien, si el Sacrificio de la Cruz tiene de suyo un valor infinito para glorificar a Dios y salvar a los hombres ¿cómo puede creerse que la Misa antigua es más doxológica y soteriológica que la nueva?… ¿O es que hay un infinito mayor que otro infinito?
Busquemos la respuesta con ayuda de un interrogatorio.
–¿Cumple la Misa nueva el mandato de Cristo, «haced esto en memoria mía»? +Eso es de fe. No se pregunta. Me dejaría matar antes que negarlo. –Cuando en la Misa nueva decimos «El Señor esté con vosotros», ¿se cumple sacramentalmente la palabra de Cristo, «donde dos o más se congregan en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,19-20)? +Seguro. –Y cuando rezamos con el sacerdote el acto de contrición, el Kyrie, las oraciones, aunque sea en vernácula, ¿nos oye Dios? +Tenemos de ello una certeza de fe. –¿Nos unimos realmente a la Liturgia celestial rezando con los ángeles el Gloria? +Sin duda alguna, y en toda la Misa.
Más. –¿Y es verdad que en la Liturgia de la Palabra, en la Misa, es Cristo quien «nos habla desde el cielo?» (Hbr 12,25). +Lo creemos con toda certeza. –¿La recitación del Credo en latín afirma en nosotros más la fe que en vernácula? +En las dos lenguas, con la ayuda de Dios, se confiesa y conforta la fe. –¿La Oración de los Fieles dónde es más fuerte, en la Misa antigua o en la nueva? +En la nueva. En la misa tridentina no estaba más que el Viernes Santo, y en la nueva es diaria.
Entremos en la Liturgia Sacrificial. –El Ofertorio es más amplio en la Misa antigua que en la nueva. +En la nueva es ciertamente más breve, pero en él «está todo»: presentación sacrificial, transubstanciación, conversión del pan-vino en Cuerpo-Sangre de Cristo. –¿De verdad en el Prefacio nos unímos a los ángeles en su alabanza de Dios? +Todos los Prefacios lo aseguran. –¿Y cómo ve usted la Consagración? +La veo como ella es: el centro, culmen y fuente de toda Liturgia eucarística reconocida por la Iglesia como válida y lícita, sea en el rito que sea. Ya no hay pan ni vino, sino el Cuerpo y la Sangre de nuestro Salvador, que se entrega por nosotros. –¿Y las Intercesiones? +La Santa Madre Iglesia no se olvida de ninguno de sus hijos, estén en la tierra, en el cielo o en el purgatorio. –¿Y la Comunión eucarística? +Es el culmen de la unión con Dios en este mundo, que recibimos en la boca o en la mano en todo rito eucarístico reconocido por la Iglesia. Por decirlo en modo popular, es «el-no-va-más» de la vida en la tierra. Recibimos el don realmente supremo: el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de nuestro Señor y Salvador Jesucristo… Y permítame que le haga yo, a mi vez, una pregunta:
–Siendo esto así, ¿cómo puede afirmarse que una Misa es más potente que otra para santificar?… ¿Y cómo se pueden decir sobre la Misa nueva las barbaridades que he citado más arriba? Dos lex orandi incompatibles, que expresan dos lex credendi «absolutamente inconciliables», pues una guarda «continuidad» con la Tradición y la otra está en «ruptura» con ella. Y que por tanto estas dos Misas edifican dos Iglesias diferentes, irreconciliables entre sí, una verdadera y otra falsa.
Sin comentario.
Oremos, oremos, oremos.
José María Iraburu, sacerdote católico