Misa en honor a Santa María de Guadalupe

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

¿QUÉ NO ESTOY YO AQUÍ QUE SOY TU MADRE?

Para un hijo, una madre representa seguridad, fortaleza y amor. En su regazo descansa, duerme y reposa. Depende de ella en sus cuidados, su apoyo y su alimentación. María se presenta a Juan Diego con cariño y con ternura, como el rostro materno de Dios. Como madre sale en nuestra defensa, nos cuida y nos valora. En su papel de madre defiende con más fuerza al más débil e indefenso; y hace sentir su amor y cariño al hijo que le han hecho creer que no tiene dignidad ni valor.

María, como Madre, no solo acoge a Juan Diego, sino a todos aquellos que desean recibir su amor maternal, a los débiles, a los desplazados y descartados de la sociedad. María es madre de todos: de los mexicanos, de los indígenas, de los mestizos, de los españoles, etc. Como madre siempre está a nuestro cuidado, nos ama, nos corrige, nos educa, nos lleva de la mano hacia el Padre celestial. Amémosla como una Madre.

YO SOY LA MADRE, DEL VERDADERO DIOS POR QUIEN SE VIVE

María es madre del Creador, madre del hacedor del sol, la luna, las estrellas y la lluvia, de las lejanías e inmediaciones. En el Ayate de Juan Diego aparece delante del sol, sus pies sobre la luna y toma las estrellas y las coloca en su manto: para significar que los astros están al servicio de quien lleva en su vientre, el verdadero sol de justicia, la luz de las naciones, la lámpara del camino.  

Viene a mostrar el rostro del verdadero Dios, un rostro amoroso y misericordioso, el Dios del perdón y de la justicia, de la igualdad y la humildad, el Dios de la verdad y de la vida. Es a este Dios a quien hay que darle culto, a ese Dios quien ha sacrificado a su Hijo para perdón de los pecados (ya no más sacrificios humanos), es el Dios que es padre y madre, a ese Dios que nos llama a la vida (no más muertes).

JUAN DIEGO, MIJITO, EL MÁS PEQUEÑO DE MIS HIJOS

Escoge a Juanito, a Juan Dieguito, a quien llama con cariño, con palabras tiernas y dulces, a quien con delicadeza le pide que se acerque, a quien le habla con palabras y signos que él entiende (flores y cantos); a quien le pide confiar en ella y ser su mensajero (enviado); a quien le envía a una misión específica: convencer al Obispo de construir una Casita Sagrada, donde va a mostrar al Salvador.

A Juan Diego le llama hijo, como una Madre; no le llama indio o indígena, le llama hijo; le tiene un cariño especial por el ser más pequeño de ellos (no de edad sino en su humildad); lo trata como a un hijo, confía en él como en un hijo. Juan Diego queda enamorado de ella, queda impactado de su belleza y de la forma en cómo lo trata. Es el amor, el cariño y la ternura de una madre quien le da fortaleza y valentía para ir a anunciar esta presencia divina, en el cerrito del Tepeyac. En Juan Dieguito, todos somos hijos de Santa María de Guadalupe, todos somos indígenas, todos somos mensajeros de nuestra Madre, todos somos iguales, todos somos hermanos.

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