Mis palabras no dejarán de cumplirse

- X X X I I I º Domingo del Tiempo Ordinario -

Canónigo Juan de Dios Olvera Delgadillo
Canónigo Juan de Dios Olvera Delgadillo

Del santo Evangelio según san Marcos: 13, 24 – 32

         En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.

         Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre.

Palabra del Señor.        R. Gloria a ti, Señor Jesús.

COMENTARIO:

  1. Nos acercamos al final del año litúrgico, el cual no coincide con el año solar o civil. Los cristianos iniciamos el año litúrgico con el tiempo de adviento, meditando durante las cuatro semanas previas a la Navidad, sobre el acontecimiento más trascendente en la historia humana: el nacimiento de Cristo, el redentor del hombre; y con el año litúrgico la Iglesia nos lleva cada año de la mano para ir experimentando, resumidamente a lo largo de un año, la historia de la Salvación en sus distintas etapas: desde la creación del mundo, la elección de Abraham y el Pueblo de Israel, hasta la plenitud en Cristo, y hasta el final de los tiempos; todo vivido al ritmo de la celebración litúrgica cada domingo.
  2. Desde este domingo 33º del tiempo ordinario, la Iglesia nos va preparando al final del año litúrgico, meditando sobre el final de la Historia y el triunfo absoluto de Cristo; en el último domingo del tiempo ordinario, el 34º, la Iglesia siempre celebra a Jesucristo Rey del universo, que vendrá de nuevo a juzgar a vivos y muertos. Por ello el Evangelio en este domingo nos habla ya de ese final de la historia anunciado por Jesús, en el cual Jesús se manifestará lleno de poder y majestad. Reflexionemos:
  3. En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá’ : Jesús se dirige a los que tienen fe, a sus discípulos. Quienes no son discípulos, no tienen fe e inconscientemente piensan o que ellos vivirán eternamente, o bien que la historia continúa por siempre sin tener un fin, como si Dios no existiera. Sin embargo, Dios ha determinado el final de la historia humana para iniciar el Reino de Dios totalmente manifestado en Cristo, juez todopoderoso. Cristo habla de una gran tribulación previa a los aparatosos eventos cósmicos. Ciertamente en esa gran tribulación existirá también una gran incredulidad de parte de una gran  porción de la humanidad; la fe o incredulidad de la humanidad, el recibir a Cristo o no en nuestras vidas, es de lo más trascendente, y por lo tanto, no deja de tener también un reflejo en el cosmos, por ello es que previo a la venida de Cristo, y después de la gran tribulación, se darán signos de los tiempos escatológicos, es decir, del  final de los tiempos, manifestados en el universo, del cual Jesús es el Rey y Señor.
  4. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo: es lo que proclamamos en nuestra fe; en el Credo cada domingo proclamamos con firmeza que creemos que Jesús “… de nuevo vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin, Cristo se manifestara con gran poder y majestad y será el juez de cada uno de nosotros y de toda la humanidad. Si aun habiendo sido pecadores hemos pedido perdón y confesado nuestros pecados, podemos estar tranquilos sabiendo que estamos en paz con Dios y reconciliados por la sangre de aquel que en el juicio nos invitará a participar en el Reino eterno de su Padre (cf. Mt 25, 34). Claro, como hemos dicho, a condición de que nos hayamos arrepentido y confesado nuestros pecados, habiéndonos acercado al banquete santísimo de la comunión sacramental del Cuerpo de Cristo en la Misa.
  5. Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta: nos invita Jesús a estar vigilantes en nuestra vida cristiana, y a saber ir viendo los signos de su presencia en nuestra historia personal y en la historia de la humanidad. Aunque no es fácil discernir, si hacemos oración, pedimos la luz de Cristo y que nos envíe el Espíritu Santo, iremos poco a poco creciendo en el poder ver los signos de Dios en nuestra historia personal, y aunque más difícil, en la historia de la humanidad. La actitud de estar vigilantes de nuestra fe y velando en oración, nos hará más sensible al paso del Señor en nuestras vidas y en la humanidad en la que estamos insertos. Esto sólo será posible si vigilamos diariamente nuestra vida de fe, protegiéndonos de todo lo que nos pueda alejar de caminar unidos a nuestro Señor en nuestra vida.
  6. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre: Jesús nos invita a ir viendo los signos de los tiempos, pero nos advierte algo importante: hay que estar siempre preparados, vigilantes y en oración, recordando que “Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre. Nadie podemos asegurar que ya sabemos cuándo será el advenimiento de Cristo; diversos personajes a lo largo de la historia han asegurado fechas y, desatendiendo lo que Jesús nos ha dicho, se han equivocado y por mucho. San Agustín decía que el no saber el día ni la hora es una ignorancia que en nada nos perjudica, sino al contrario nos invita a estar más vigilantes, más fieles a Cristo.
  7. La confianza en Cristo de parte del cristiano debe ser absoluta y total; cada una de sus promesas, cada una de sus palabras se cumplirán, pues cada una de sus palabras es de una solidez eterna; el Evangelio nos enseña esa solidez de la palabra del Hijo de Dios altísimo: Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Debemos vivir la palabra de Cristo, su Evangelio con esa confianza absoluta. Si vivimos las palabras de Cristo, es imposible, reiteramos imposible, que podamos equivocarnos. Debemos tener en el Evangelio una fuente de inspiración para nuestra vida diaria, teniendo la certeza de que bajo la guía de Cristo todo llega al buen puerto de la felicidad y de la vida eterna. Incluso cuando no entendemos el camino, confiar en la palabra de Cristo es lo acertado y sabio, así nos lo enseñó San Pedro cuando muchos discípulos abandonaron a Jesús por no entender su enseñanza (cf. Jn 6,66); ante la pregunta de Jesús a sus discípulos, entre los que nos encontramos nosotros: “¿quieren irse ustedes también? (Jn 6, 67), la respuesta de Pedro debe ser nuestra respuesta, una respuesta que nos guía incluso cuando sólo vemos oscuridad: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna…” (Jn 6,68), y como San Pedro continuar siguiendo a Jesús en nuestra vida diaria.
  8. Que la Virgen Santísima de Guadalupe nos guíe siempre a su santísimo Hijo, camino, verdad y vida (Jn 14,6) para cada uno de nosotros.
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