Mi Reino no es de este mundo

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, fiesta de Cristo Rey

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Estamos terminando el año litúrgico del ciclo B, concluye con la fiesta de Cristo Rey. Jesús que resucita de entre los muertos y asciende al cielo recibe del Padre toda potestad en el cielo y en la tierra, vendrá con gloria y su reino no tendrá fin. Esta convicción la aprendemos desde el catecismo con el Credo, y aunque lo recitamos, nos falta reflexionarlo. Hoy lo escuchamos en la primera lectura en esa visión que tiene el profeta Daniel: “Vi a alguien semejante al Hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo. Jesús no se fue para abandonarnos; estamos convencidos que vendrá con todo su poder.

La segunda lectura nos trasmite la misma imagen del retorno de Jesús y escuchamos en el libro del Apocalipsis: “Él viene entre las nubes y todos lo verán, aún aquellos que lo traspasaron. Se nos remarca el retorno de Jesús, con todo su poder y gloria. En ese día todo llegará a su fin, sólo Jesús bastará.

En el Evangelio de este domingo, se nos coloca ese diálogo privado que se da con Poncio Pilato, que representa al imperio más poderoso de la tierra; allí está desde la sede, desde donde dicta sentencias, y Jesús, un reo amarrado, pareciera un delincuente, que se presenta como defensor de la verdad. Están frente a frente, el representante del imperio más poderoso y el profeta de Dios, que reafirma que es “rey”. Mientras el patio exterior del pretorio, era un hervidero de gritos frenéticos de odio, en la estancia interior del interrogatorio, Jesús transpira serenidad y paz, es dueño y señor de la situación. Pilato desea conocer la verdad que encierra aquel personaje que tiene frente de sí. Debió parecerle ridículo que aquel galileo intentara desafiar a Roma, ¿será verdad todo lo que se dice de él?; de allí que le pregunte: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contesta con dos afirmaciones:

1ª- “Mi Reino no es de este mundo”. Jesús no es rey al estilo de los reyes que Pilato pueda imaginar; su pretensión no es restaurar el reinado de Israel y ocupar su trono; no pretende disputarle el trono a Tiberio en Roma. Jesús no se apoya en la fuerza de las armas. No pertenece a ningún sistema injusto de este mundo. Su realeza proviene del amor de Dios hacia la humanidad.

En su Reino en lugar de guardias, existen discípulos, que escuchan su mensaje y se dedican a anunciar y a defender la verdad, a implantar la justicia y el amor en el mundo. El Reino de Jesús no es el reino de Pilato. El prefecto vive para explotar al pueblo y sacarle la riqueza que llevará a Roma. Jesús vive para ser testigo de la verdad.

2ª- “Tú lo has dicho, soy Rey”: Jesús está frente a Pilato, cara a cara y no le oculta la verdad: “…soy rey… he venido a este mundo para ser testigo de la verdad”. En este mundo, no viene a gobernar como Tiberio, sino a ser testigo de la verdad. Esta verdad que Jesús trae, no es una doctrina, es Él mismo, y Él es una llamada que puede transformar la vida de las personas. Es una verdad que puede causar miedo, cierto, ya que es sin triunfalismos, sin cargos, sin aplausos, sin privilegios. Una verdad muy distinta a la impuesta por el poder. La verdad del poder se refugia detrás de la negación o tergiversación de la verdad. Quizá se tenga miedo de la verdad que desenmascara la injusticia.

En el mundo en el cual estamos, es fácil darnos cuenta que sigue imperando el reino de Tiberio; ese reino donde se despoja al más pobre para enriquecer al que ya es rico; ese reino de las desigualdades e injusticias; ese reino plagado de procuradores que están buscando saquear los bolsillos de los más pobres con sus “cuotas” para enriquecer más el poder. Ese reino donde se defiende el poder con leyes y constituciones, con ejércitos y lavados de cerebros, con dádivas y promesas de un mundo mejor, pero que es ficticio. El reino de este mundo que se ancla con sus bases de poder, avaricia, codicia y popularidad. El reino de los más fuertes que se sigue imponiendo. En la sociedad no hemos abandonado el reino de Tiberio. Lo más preocupante es que, nosotros como Iglesia, intentáramos plasmar un reino de este mundo aquí en la tierra; un reino con ropaje de ‘reino de Dios’ pero con la estructura del reino de Tiberio. Un reino marcado por triunfalismos.

Hermanos, recordemos lo que Jesús dijo a Pilato: “Mi Reino no es de este mundo”. Jesús no está diciendo que su Reino no toca las realidades de este mundo, sino que no está fundamentado en el poder, sino en el servicio, el perdón y el amor y además que no depende de la autorización o de los poderes de este mundo, y que en este sentido, goza de la libertad y el poder que sólo Dios puede dar. De hecho, Jesús no llama rey a Dios, prefiere llamarle Padre y eso nos convierte a todos en hermanos. La fraternidad sólo es auténtica cuando alcanza a todos, cuando no polariza, porque no es selectiva. Los reinos de este mundo se excluyen mutuamente cuando ven amenazados sus intereses. El Reino de Dios no excluye. Incluye a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia… a los perseguidos por causa de la justicia. ¿Es el Reino de Dios el que estamos construyendo como pueblo fiel de Dios?

¿Es el Reino de Dios que anunciamos y vivimos? Que Él nos ayude a extender su Reino de justicia, de amor y de paz.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

Comparte:
Obispo de la Diócesis de Apatzingan