¿Merece el Papa el beneficio de la duda?

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Una de las afirmaciones más comunes que he escuchado de boca de muchos católicos durante la última década es: “Debemos darle al Papa el beneficio de la duda”. Cuando alguien critica al Papa Francisco por una declaración o acción cuestionable, inevitablemente se ve a algunos católicos saliendo a la palestra para recordarnos que tenemos que darle el “beneficio de la duda”.

El caso más reciente ha sido el despido del obispo Strickland. No se ha dado ninguna razón oficial, pero se supone que debemos darle a Francisco el beneficio de la duda y asumir que hay una razón justa para este impactante acto papal. ¿Por qué? Porque es el Papa, ni más ni menos.

Pero, ¿es éste un modo de pensar legítimo para los católicos? Después de todo, ¿qué significa eso de darle a alguien el “beneficio de la duda”? ¿Se aplica siempre en toda situación, a toda persona, en todo acto? ¿O los beneficios ilimitados de la duda sólo se aplican al Papa? ¿Puede un Papa agotar cuantos beneficios le concedemos antes de que dejemos de concederle esta cortesía?

En primer lugar, ¿qué significa conceder a alguien el beneficio de la duda? En pocas palabras, significa que algo que ha hecho o dicho una persona no está claro –tiene un significado dudoso- y, por tanto, asumimos la mejor interpretación (la más caritativa) de sus acciones y palabras.

Si tu marido te deja un mensaje diciendo: «Hoy voy a llegar tarde a casa», hay un millón de maneras de interpretar lo que quiere decir. En un matrimonio sacudido por la infidelidad, no sería descabellado que la esposa supusiera que ha quedado con otra mujer, es decir, que probablemente la esposa no le daría a su marido el beneficio de la duda.

Sin embargo, en un matrimonio fuerte y estable, la esposa probablemente asumirá que su marido sólo tiene que ponerse al día con el trabajo, o que está parando de camino a casa para recoger algo. Ella le concede el beneficio de la duda y no asume la peor interpretación de su declaración. Entre estos dos extremos hay, por supuesto, un abanico de posibilidades: si el marido la ha engañado anteriormente pero se ha arrepentido, hay motivos para al menos dudar un poco, por lo que conceder el beneficio de la duda puede ser más difícil.

Si, por el contrario, una esposa sorprende a su marido en un acto de adulterio, no hay beneficio de la duda que conceder, porque se ha disipado toda duda. Lo que ocurre está muy claro.

Así que hay dos factores a la hora de conceder el beneficio de la duda. En primer lugar, ¿qué sabes de la persona que realiza la acción o hace la declaración? ¿Es de fiar? ¿Ha faltado a esa confianza en el pasado?

En segundo lugar, lo que realmente se está haciendo: ¿hay alguna duda sobre el significado de lo que se está haciendo?

En general, siempre concedemos el beneficio de la duda a los seres queridos que no han dado motivos para dudar de ellos. También deberíamos dar el beneficio de la duda a quienes no conocemos de nada. Suponer por defecto lo peor de los desconocidos, no es una buena forma de vivir. Sólo debemos dudar de conceder el beneficio de la duda a aquellos de quienes tenemos motivos para desconfiar.

Es cierto que se trata de criterios subjetivos y que cada cual varía la rapidez con la que concede el beneficio de la duda y la rapidez con la que asume malas intenciones. Pero, en general, estos son los parámetros.

¿Y qué pasa con el Papa Francisco? ¿Merece el beneficio general de la duda? ¿Hay algo que pueda romper ese beneficio?

Algunos católicos argumentarán que lo merece en virtud de su cargo. En una interpretación maximalista de Lumen Gentium 25, que afirma que debemos dar “religiosa sumisión de mente y voluntad… al auténtico magisterio del Romano Pontífice”, estos católicos dirán que esencialmente cada acción, cada palabra, del Papa debe asumirse que está de acuerdo con el catolicismo y es para el bien de la Iglesia. Pero esto va en contra de la razón, así como de la historia de la Iglesia.

Sabemos, de hecho, que los papas en el pasado han actuado con malas intenciones. Sabemos que los papas se han equivocado personalmente en su comprensión de la fe católica. Sabemos que los papas han sido corruptos e inmorales. Sabemos que si esto es verdad de papas pasados puede ser verdad de papas actuales o futuros también.

Decir, entonces, que los católicos están obligados a asumir siempre que las palabras y acciones de un Papa son intachables y consistentes con la enseñanza católica sería pedir a los católicos que negaran a veces la realidad que tienen delante de sus narices. San Pablo no siguió ese consejo, ni San Policarpo, ni toda una serie de católicos a lo largo de la historia cuando se enfrentaron a papas que se comportaban mal.

Pero al mismo tiempo, el respeto por el oficio papal y la inclinación general a ofrecer el beneficio de la duda cuando es posible, significa que el Papa Francisco debería recibir ese beneficio si es posible. El problema es que Francisco ha hecho tantas cosas problemáticas en la última década, que es difícil argumentar que todavía merece el beneficio general de la duda.

Enumeremos algunos ejemplos de acciones papales que han erosionado la confianza en este Papa:

  • La promoción de muchos clérigos, como el padre James Martin, que socavan la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad.
  • Destruir el Instituto Juan Pablo II sobre el Matrimonio y la Familia.
  • Conceder honores a abortistas
  • Sacar a Theodore McCarrick de su retiro y ponerlo en el círculo íntimo del Papa.
  • Atacar la misa tradicional en latín y a los católicos tradicionales en general.
  • Sugerir que Dios quiere múltiples religiones
  • Cambiar el Catecismo para decir que la pena de muerte es contraria a la dignidad humana.
  • Permitir la comunión a los católicos divorciados y vueltos a casar.

Por supuesto, la lista podría seguir, y seguir, y seguir. Ahora algunos argumentarán que si siempre le damos a Francisco el beneficio de la duda, entonces todas estas acciones pueden ser explicadas bajo una luz ortodoxa. Pero eso es negar el efecto acumulativo de las acciones dudosas. Puede que la confianza no se pierda en una sola acción dudosa, pero muchas acciones dudosas sumadas sin duda pueden debilitar e incluso quebrar esa confianza.

¿Qué pasa si un marido sigue diciéndole a su mujer que va a llegar tarde del trabajo, una y otra vez, sin dar ninguna razón, y luego la mujer empieza a oír de sus amigos que su marido es visto en restaurantes con su secretaria? ¿Y cuando la mujer se enfrenta a su marido para que le explique sus acciones, él simplemente la ignora o no responde? ¿Debería la mujer seguir dando el beneficio de la duda al marido? Es posible que el marido sea inocente de la infidelidad, pero las pruebas apuntan en otra dirección. Con el tiempo, el beneficio de la duda de la esposa se agotará, aunque nunca se presenten pruebas absolutas de infidelidad.

Ésta es nuestra situación hoy con el Papa Francisco. Ha hecho una miríada de cosas problemáticas, y una y otra vez no hace ningún esfuerzo por aclararlas. Claro, uno podría decir que el Papa no tiene que responder a los católicos (aunque eso no es ser un muy buen «siervo del Siervo de Dios»), pero al mismo tiempo, es razonable que los católicos a su vez construyan una imagen que no es favorable a las intenciones del Papa debido a toda la evidencia acumulada.

La negativa del Papa a aclarar sus dudosas acciones contrasta con la actuación del obispo Strickland. Una de las mayores críticas al ex obispo de Tyler es que leyó una carta que parecía propugnar el sedevacantismo el mes pasado. Así que muchos de sus enemigos asumieron inmediatamente lo peor y argumentaron que había sido destituido por rechazar no sólo la autoridad del Papa, sino la legitimidad del Papa Francisco.

Y el obispo Strickland, al darse cuenta de la confusión, aclaró que no era sedevacantista y que aceptaba totalmente la autoridad del Papa. En otras palabras, entendió que había una duda y la aclaró. Es el Papa Francisco quine no hace esto.

Todo esto no significa que debamos dar las peores interpretaciones a las acciones del papa. He visto que eso también ocurre, cuando católicos hartos asumen que Francisco tiene la intención de destruir la Iglesia, que está trabajando activamente para su caída en cada acción que toma. Creo que eso es injusto, ya que una interpretación más razonable es simplemente que su visión del catolicismo está en desacuerdo con lo que la Iglesia ha enseñado y practicado tradicionalmente. Dar la peor interpretación a cada acción y declaración del Papa es tan malo como un beneficio general de la duda, ya que ambos niegan la realidad.

El catolicismo no exige que dejemos nuestra razón en la puerta. No tenemos que fingir que una acción o declaración significa algo que claramente no significa. Si el Papa Francisco hace algo atroz -y el despido del obispo Strickland es un ejemplo perfecto de tal acción- no tenemos que suponer las mejores intenciones por parte de un Papa que con sus constantes acciones no ha logrado ganarse nuestra confianza.

Eric Sammons

Por Eric Sammons.

Crisis Magazine.

Autor de ocho libros, entre ellos Deadly Indifference.

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