Mensaje para la Cuaresma del papa Francisco

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Directo y sencillo se entiende el mensaje del papa Francisco, que conjuga la oración, el ayuno y la limosna con las tres virtudes teologales. Además, los cristianos vivimos el tiempo de Cuaresma iluminados por la luz de la Pascua. Es un camino bautismal movido por la presencia del ESPÍRITU SANTO como el agua viva, que calma  la verdadera sed.  La Fe para aceptar a DIOS y la oración que nos mantiene en diálogo con ÉL. El ayuno para desprendernos, incluso de las noticias verdaderas y cosas buenas, que nos rodean; no cabe duda que es necesario ayunar de todo lo negativo en lo posible. La Esperanza se vive mejor ligero de equipaje, con el mínimo de  ataduras, pues la Esperanza es la fuerza interior, que nos impulsa a mirar hacia lo alto, aquello que está por venir, que ciframos en las realidades nuevas dadas como  don supremo de DIOS. Ahora, nos toca ejercer la Caridad mediante la limosna, que incluye algo tan sencillo como unas palabras amables, pero sinceras, a las personas de alrededor. Por supuesto el Papa hace referencia a la limosna contante y sonante; es decir, al hecho mismo de compartir  tangiblemente lo que podamos. Al comienzo de este mensaje de Cuaresma, el Papa nos recuerda que este tiempo litúrgico es también una subida a Jerusalén en compañía de JESÚS. La subida a Jerusalén es el esquema utilizado por los sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, para estructurar los respectivos relatos evangélicos. Nosotros protagonizamos el propio vía crucis a lo largo de la vida, y en este tiempo litúrgico alcanzamos el paso de JESÚS que se une a nuestro ascenso. No podemos subir con nuestras propias cargas a Jerusalén: JESÚS es el verdadero Cirineo que nos ayuda. También para nosotros habrá en la subida a Jerusalén un punto de luz o transfiguración, en el que veamos como revelación particular, el verdadero rostro y sentido del sufrimiento.

 

“Abraham se alegró al ver mi Día” (Jn 8,56)

En la disputa mantenida por JESÚS con los judíos, el patriarca Abraham es señalado como un modelo de hombre libre por su adhesión a la verdad de DIOS. JESÚS destaca que la Fe de Abraham llegó a su cima cuando le fue revelada la gloria del VERBO, aunque el patriarca no fuese capaz de ponerle nombre. Las relaciones que JESÚS estaba ofreciendo a los interlocutores los fue llevando a una creciente confrontación: “no tienes aún cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? (Jn 8,57). Retrocediendo en la Escritura y repasando el ciclo de Abraham relatado en el Génesis, se podría deducir que el momento de la gran revelación del patriarca tuvo lugar el día en el que iba a dar cumplimiento al sacrificio de su propio hijo, pues había entendido que estaba ejecutando un mandato divino. En el acto de obediencia suprema se tuvo que producir la máxima revelación.

 

Un largo camino hasta el Monte Moria

Alguna tradición sugiere que el Monte Moria, en el que Abraham iba a sacrificar a su hijo Isaac, era el mismo Monte Calvario, en el que sí murió el HIJO de DIOS. El itinerario de Abraham desde su llamada por DIOS en el territorio de Jarán hasta su acto de suprema obediencia fue largo y colmado de pruebas duras y desconcertantes. Por otra parte, el libro sagrado recoge episodios de alta revelación por parte de DIOS, que confirman la Fe del patriarca.

 

Diversidad de lenguas y diversidad de creencias

La diversidad de lenguas se produjo, según el Génesis, después de la nueva pretensión de hacerse el hombre un dios escapando de la mirada y protección del único DIOS (Cf. Gen 11). La diversidad de lenguas no sólo afectó al entendimiento entre los humanos, sino que alcanzó a la multiplicidad de cultos destinados a una ilimitada diferenciación de fuerzas divinas o ídolos. Los terafines eran los dioses familiares, a los que todos los miembros del clan les debían culto, si querían protección y prosperidad. Cada familia tenía los suyos particulares, aunque fuesen despuntando otras divinidades dotadas con más predicamento y autoridad según las mitologías antiguas. La Biblia no pretende que establezcamos una línea continua entre Noé y Abraham, pues en el intervalo pudieron transcurrir cientos de años, al haberse desarrollado los pueblos semitas, en el Oriente Medio; los camnitas por la región norteafricana; y los jafenitas por la Cuenca Mediterránea con pueblos como los micenos, los griegos o los tartesos. Abraham y sus coetáneos pertenecían al grupo semita, que poblaban desde Arabia hasta Mesopotamia. Los caldeos y los sumerios eran semitas, lo mismo que los cananeos que ocupaban la tierra de Canán o Palestina.

 

“Sal de tu tierra” (Gen 12,1)

Las grandes transformaciones espirituales narradas en la Biblia están precedidas de una desubicación territorial. Abraham toma el camino de Palestina, sin asiento fijo dentro de ella. Las sequías obligaron al patriarca a desplazarse hacia Egipto en alguna ocasión, pero termina sus años en la tierra que iba a llevar el nombre de sus descendientes.  Abraham adopta la vida del trashumante y del peregrino: busca pasto  para sus rebaños y vive una profunda transformación interior guiado por DIOS. Los dioses familiares quedan en el olvido, pues con aquellos supuestos protectores sólo lo unía el vínculo de la tradición familiar, que no es poca cosa, pero insuficiente para el hombre de Fe. DIOS pacta con Abraham, y su vida se entiende en razón de esta alianza.: “Cuenta las estrellas del cielo y las arenas de la playa del mar, si puedes. Así de numerosa voy a hacer tu descendencia” (Cf. Gen 15,5). En las noches despejadas de Palestina era fácil contar e imaginar infinidad de estrellas, pero Abraham era mayor y no tenía descendencia, por tanto se acariciaba un futuro que por momentos parecía irreal.  Abraham tiene un hijo, Ismael, por medio de la esclava de su mujer, Agar, traída de Egipto. El código de Hanmurabi preveía que la  esposa estéril pudiera dar a luz por medio de la esclava alumbrando sobre sus rodillas en el momento del parto. No era este el descendiente previsto por DIOS para Abraham como heredero de las promesas, aunque Ismael iba a ser cabeza de un gran pueblo, pero no el que recibiría el depósito de la Alianza. En el momento previsto por DIOS, Sara quedó embarazada, ya en su ancianidad, y de aquel embarazo nació Isaac.

 

La gran prueba

“DIOS dijo a Abraham para ponerlo a prueba: toma a tu hijo y vete al país de Moria y ofrécemelo allí, en el monte que YO te indique” (Cf. Gen 22,1). Dice el texto que caminaron tres días Abraham, Isaac y los criados. Al ver el monte, Abraham dio órdenes a los criados para que lo esperasen mientras él iba con el muchacho a realizar el sacrificio. Isaac cargaba con la leña, y en un momento habló a su padre: “llevamos  la leña y el fuego, pero el animal de la ofrenda, ¿dónde está? La respuesta del patriarca transmite una gran seguridad: “DIOS proveerá”. Está en la línea de las palabras del Ángel a MARÍA: “para DIOS nada hay imposible” (Cf.  Lc 1,37). Existía una gran promesa de Misericordia para el Pueblo como se canta en el Magníficat (Cf. Lc 1,50) y se verifica gracias a la Fe ejercida por alguien, en este caso el patriarca  Abraham. DIOS lo puede todo y por tanto proveerá lo mejor para los hombres. Abraham estaba transitando por la noche más oscura de su vida. Todas sus esperanzas estaban puestas en Isaac, que  materializaba las promesas hechas por DIOS. En aquella gran contradicción, DIOS mostraba una vez más que ÉL es el SEÑOR de la vida y de la muerte, y el destino de su hijo Isaac le pertenecía  por entero. Isaac era hijo de Abraham, pero en primer lugar era hijo de DIOS, y su vida le pertenecía  íntegramente.  En aquel periplo de tres días, Abraham había sacrificado a su hijo en su corazón repetidas veces, su amor de padre iba creciendo en la misma mediada que su desgarro y dolor interior: el sacrificio se estaba llevando a cabo. Abraham había mantenido encuentros con DIOS de la más estrecha comunión y profundidad, pero ninguno de ellos alcanzó la transformación interior de este camino por la vía del máximo sacrificio. El texto bíblico no acusa la más mínima debilidad por parte del patriarca, que mantiene en todo momento la Fe: “DIOS proveerá”. Las paradojas forman parte de la pedagogía divina y buena prueba de ello es la muerte en Cruz del SEÑOR, que para darnos la vida, como el grano de trigo, ÉL tuvo que morir.

 

Fe y obediencia

Alcanzado el lugar del sacrificio en la montaña, Abraham se dispone a ejecutar el mandato entendido sobre su hijo. No le tiembla el pulso en el cumplimiento de la palabra recibida de DIOS. Abraham conocía la voz de su DIOS y sabía que no se estaba equivocando. Aquella voz empezó a escucharla en el territorio de Jarán y lo seguía acompañando. La Fe de Abraham era obediencia activa a la voz de DIOS. Abraham podría rezar con el salmista: “SEÑOR, ponme a prueba y conoce mis sentimientos” (Cf. Slm 26,2)

 

DIOS bendice a todas las naciones

“Por tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra por haber escuchado tú mi voz” (Cf. Gen 22,18). La descendencia de Abraham estaba por encima de la inmediata dada en Isaac. La bendición de todas las naciones era JESUCRISTO, y Abraham recibe esta revelación fruto de su obediencia en la Fe. “El Ángel de YAHVEH habló por segunda vez: YO te colmaré de bendiciones y acrecentaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa” (Cf. Gen 22,17). El Ángel de YAHVEH revela con total transparencia el mensaje que DIOS desea transmitir. La presencia del Ángel de YAHVEH reconforta espiritualmente a Abraham después de la profunda crisis espiritual de la que salió vencedor. Abraham será reconocido como padre de los creyentes y muchas de las oraciones del Pueblo elegido piden la intercesión de Abraham a cuyo seno se destinan las almas de los  justos, después de una muerte piadosa. El Ángel de YAHVEH sumerge en su luz al patriarca que ve el Día de la descendencia, en quien serán bendecidas todas las naciones, JESUCRISTO. Lo mismo que el Ángel de YAHVEH actúa de mediador en la teofanía de la zarza ardiente con Moisés; así el Ángel de YAHVEH ofrece su mediación para la revelación de la bendición de Abraham por la DESCENDENCIA.

 

El Reino de DIOS

“YO os aseguro, que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte, hasta que vean venir con poder el Reino de DIOS” (Cf. Mc 9,1). En el camino de la Cuaresma, también nosotros contemplamos un anticipo de la gloria del RESUCITADO. JESÚS no escatimó predicaciones a la gente en general, y a los discípulos en privado, haciéndoles saber que el camino del Reino tiene un componente inevitable de Cruz. Después de seis días, en que tuvo lugar la revelación del PADRE a Pedro, sobre la identidad de su HIJO, viene ahora una muestra de la identidad de JESÚS: “Este es mi HIJO amado, escuchadlo” (v.7). El advenimiento del Reino  está cifrado en la misma Gloria de JESÚS, que vence la muerte y es SEÑOR del tiempo.

 

Un anticipo de la Pascua

Los tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, al recordar este acontecimiento se reafirmarán en la misma identidad de JESÚS antes de su muerte en la Cruz, y después de Resucitado. Nuestro umbral espiritual  tiene unos límites pequeños, que cuesta ensanchar. Para llegar a percibir  nuevas realidades espirituales la Fe adquiere sus tonos más oscuros, tras los cuales surge una iluminación inédita. En el camino cuaresmal vamos alternando la oración, con el ayuno y la limosna para agudizar un poco mas la receptividad espiritual. Todo es Gracia, pero también ha de darse una correspondencia voluntaria de nuestra parte. El discípulo de JESÚS quiere progresar en el conocimiento del MAESTRO, pues ha descubierto en ÉL la vida plena y sin término. Estamos dispuestos para afrontar las dificultades y obstáculos, pero manteniendo siempre un horizonte de eternidad.

 

Un monte alto

JESÚS, Pedro, Santiago y Juan se dirigen a un monte alto. La montaña en cuestión debía estar en la misma Galilea, a tenor de los versículos que continúan en este capítulo. Nosotros lo identificamos como el monte Tabor, que junto con el Hermón mantiene un marcado carácter religioso. En más de una ocasión, JESÚS habría estado solo en este monte Tabor para sus encuentros privados con el PADRE. En este caso, quiere compartir algo de estos encuentros con tres de sus discípulos. Cosas mayores habrían de ver, pero la Transfiguración del SEÑOR pertenece a las cumbres de las experiencias espirituales. Por pura Gracia iban a ser testigos de una gran revelación. El MAESTRO era  algo más que hombre y estaba por encima de cualquier profeta. Allí estaban con JESÚS dialogando Moisés y Elías, que eran superados  por la Gloria del MAESTRO.

 

“Se transfiguró delante de ellos” (v.2)

Los discípulos no perdieron en ningún momento la conciencia exacta de que era el mismo JESÚS con el que habían subido a la montaña, pero lo estaban contemplando en una dimensión diferente: contemplaban en poder y gloria a la persona de JESÚS, el Hijo del hombre (v.1). San Marcos no hace mención al rostro de JESÚS como san Lucas, y se fija en la luminosidad de su túnica. La blancura de aquella luz quedó como imagen de la misma Gloria de DIOS que concede la experiencia espiritual. Las iglesias orientales nos hablan de la luz tabórica como uno de los estadios en el ascenso del camino espiritual.

 

Elías y Moisés aparecieron y conversaban con JESÚS (v. 4)

“Verdaderamente, DIOS era un DIOS de vivos y no de muertos, pues para ÉL todos están vivos” (Cf. Lc 20,38 ). Allí estaban Moisés y Elías como representantes de la Ley y los Profetas, dialogando con JESÚS, según san Lucas, de lo que en próximas fechas iba a suceder en Jerusalén con respecto a JESÚS (Cf. Lc 9,30-31). La Fe de los tres discípulos debía ser confirmada en los aspectos capitales de la misma: estaban participando por anticipado al hecho capital de la Resurrección, pero el paso definitivo a ese estado era la Cruz, que de una u otra forma trataban de esquivar.

 

La fiesta de las Tiendas

Pedro situado interiormente fuera de sí mismo, en una dimensión distinta de su estado habitual, dice: “MAESTRO, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas, una para TI, otra para Moisés y otra para Elías” (v.5). En las tiendas celestiales ya no habrá que ocuparse de cambiar de estado, pero todavía no se había llegado a ese punto. Nos podemos imaginar el estado de Pedro, con el que nos trasmiten las personas que han pasado por una ECM (experiencia cercana a la muerte). Los que tuvieron esta vivencia de forma positiva, todos ven como desaparece los apegos a las cosas de aquí abajo, incluida la familia más cercana, y quisieran que ese estado fuese definitivo. Algunos califican la reacción de Pedro como una manifestación de egoísmo, pero en realidad es la forma inmediata de reaccionar ante la felicidad que apunta como un imperativo ubicado en nuestro más profundo interior. Pero la tarea no se había terminado, y era preciso volver a la llanura donde esperaban los trabajos diarios relacionados con la evangelización. Dice el texto de los tres, que “estaban atemorizados” (v.6). No era una experiencia  habitual, resultó que estaban con JESÚS de forma totalmente nueva y aquello los superaba desde  cualquier ángulo. El impacto del acontecimiento resulta difícil de precisar. Hay personas que salen de una experiencia similar y optan por el silencio más hermético, pues reconocen lo extraordinario de lo ocurrido y lo ocultan para no ser tenidas  por psicóticas que viven fuera de la realidad.

 

La voz del Cielo

“Se formó, entonces, una nube que los cubrió, y se oyó una voz que decía: “este es mi HIJO amado, escuchadlo” (v.7). La misteriosa nube vela la presencia del PADRE y los discípulos son cubiertos por la sombra de esa misma nube. La imagen es muy sugerente, pues el ESPÍRITU SANTO se puede ver representado en la nube que cubre a los discípulos. Estos tenían que ser protegidos de la misma  potencia divina, y el ESPÍRITU SANTO realiza cuando es necesario esta función de protector. Dentro de lo extraordinario, que estaba resultando aquella manifestación trinitaria, había que mantenerlo dentro de  las posibilidades de los discípulos. La voz venida del Cielo fijaba su atención en el HIJO a quien  designaba de nuevo como el ENVIADO a quien era obligado escuchar.

 

Devueltos a la realidad de este mundo

Los apóstoles con JESÚS hacía unos momentos que habían estado en el mundo de DIOS; y ahora con el mismo JESÚS regresan al mundo de los hombres: “el Cielo pertenece al SEÑOR, la tierra se la ha dado a los hombres” (Cf. Slm 115,16). Los esperaban una multitud de personas con un caso difícil de resolver, la curación de un muchacho epiléptico. En el descenso de la montaña, “JESÚS les mandó que no contasen a nadie la experiencia vivida, hasta que el Hijo del hombre hubiese resucitado de entre los muertos” (v.9). A partir de la Resurrección la experiencia de encuentro con el RESUCITADO se extendería a toda la comunidad cristiana de diversas maneras, por lo que serían creídos. Nosotros participamos de las distintas formas de presencia del RESUCITADO, y gracias a ellas mantenemos, vivimos y acrecentamos nuestra Fe. Hasta el final de los tiempos, el SEÑOR adopta las formas más convenientes para alimentar al número de sus testigos en el mundo y en su iglesia.

 

San Pablo, Romanos 8, 31-34

De distintas formas expresa san Pablo el núcleo central  de su doctrina, que se mueve en dos polos: el Amor incondicional de DIOS al hombre y la respuesta en la Fe por parte de éste “¿quién nos puede separar del Amor de DIOS manifestado en CRISTO JESÚS?” (v.35) A esta pregunta retórica, san Pablo responde con dos series de posibles obstáculo : “¿la tribulación, la angustia, la persecución, los peligros, el hambre, la espada? (v.36) Estoy seguro que, ni la muerte, ni la vida, los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni criatura alguna podrá separarnos del Amor de DIOS manifestado en CRISTO JESÚS, SEÑOR nuestro” (v.38-39). Son las últimas palabras del apóstol para este capítulo ocho, que afirma de forma rotunda la presencia del ESPÍRITU SANTO en el creyente y  la condición de hijos adoptivos de DIOS, precisamente por este don del ESPÍRITU. Ahora vamos a encontrar mucho más sentido a los versículos de la segunda lectura de este domingo.

“Si DIOS está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (v.31). Han quedado atrás todas las reservas sobre la apuesta que DIOS ha hecho por el hombre, a pesar de todos los desmanes, traiciones y pecados imputables al hombre. La Biblia va rescribiendo sus páginas sobre las trasgresiones del hombre a los planes de DIOS. Si hurgamos un poco veremos que no se encuentra rey alguno en Israel, que haya estado en una línea recta en cuanto a la Alianza. Los reveses en la historia del Pueblo elegido los ha solventado el SEÑOR creando nuevas expectativas de restauración. La historia de la Salvación camina  en todo momento gracias al impulso que ofrece la Misericordia de DIOS, que va construyendo sobre las ruinas de los hombres.

“El que no perdonó a su propio HIJO, antes bien lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a dar graciosamente todas las cosas?” (v.32). Una forma de llegar a las causas es analizando los efectos. Es probable que la mayoría tengamos ciertas dificultades para comprobar las dimensiones de la bondad, el amor fraterno y todas las demás virtudes. Por otra parte, resalta ante nuestra mirada el horror de la corrupción, y toda suerte de males en las formas más aparentes, pues se nos escapan otras más sutiles y ocultas. Y concluimos que la magnitud del mal es inconmensurable, pero nos equivocamos; porque el mal siempre es limitado, incluso el de Satanás directamente. Si aceptamos el axioma del mismo san Pablo, “donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia” (Cf. Rm 5,20), debemos concluir  que el mal que existe en el mundo está muy superado por el bien y el Amor de DIOS. Alguien podrá decir, que eso no se ve,  que es una forma vacía de animarse. Sólo una cuestión más: ¿tal cantidad de mal y horrores en el mundo podrían subsistir sin la presencia de un bien superior? ¿no habríamos llegado ya a la autodestrucción, si no estuviésemos sostenidos por una acción sobreabundante de DIOS en medio de nosotros? El mal parece devorar al bien, pero el Mal mismo morirá por el éxito en su empresa

“¿Quién acusará a los elegidos de DIOS, si es DIOS quien justifica?” (v.33) Todo el pecado del hombre ha sido pagado y cancelada la deuda porque DIOS hizo pecado al que no tenía pecado, su HIJO JESUCRISTO (Cf. 2Cor 5,21). Misterio profundo, que desconcierta a las mentes más lúcidas y a los espíritus más aventajados en cualquier mundo que exista. El “acusador de los hermanos, que no para de acusar día y noche” (Cf. Ap 12,10) se ha quedado sin argumentos, y la carga de la prueba se vuelve contra él. Ahora el acusador se revela como el agente de todas miserias imputables al hombre, y le queda la eternidad para resarcirse de su iniquidad. Dice san Pablo a los Corintios, ¿“no sabéis que vais a juzgar a los Ángeles?” (Cf. 1Cor 6,3) El mal infringido al hombre por el Ángel caído revierte en condena para el mentiroso desde el principio y acusador de los hombres. El mecanismo está descrito en el libro de Job. Satanás acusa al hombre de los desatinos que el mismo induce en su conducta y provoca en su persona, como si esperase para sí un reconocimiento de autenticidad y nobleza a costa de la bondad de DIOS.

“¿Quién condenará?, ¿acaso CRISTO JESÚS, el que murió, más aún, el que resucitó, que está a la diestra de DIOS e intercede por nosotros? “ (v.34). Esta serie de preguntas tienen la finalidad de inculcar o fijar  con hondura las grandes verdades para el cristiano. En definitiva, la vida de cada uno de nosotros en este mundo, por una parte es extremadamente breve con respecto a la eternidad,; y, por otra, resulta una gran aventura, en que las cosas pueden salir bien, mal o regular. La incertidumbre forma parte del bagaje que nos acompaña. Ante tanta provisionalidad, el apóstol ha descubierto por propia experiencia, que poco es el equipaje que se necesita para cubrir el tramo de existencia previsto por la Providencia. San Pablo después de su conversión camino de Damasco, redujo su compendio doctrinal a una verdad, que en estos versículos se desdobla y resulta dual: DIOS nos ama incondicionalmente, y la prueba fehaciente está en haber mandado a su mismo HIJO para salvarnos; y la segunda es resultado de la primera, JESUCRISTO nos ha amnistiado, y no sólo absuelto. Es difícil imaginar la grandeza del perdón dado por JESUCRISTO, pues todos tenemos la experiencia de nuestra capacidad escasa e imperfecta de perdonar, en la que siempre quedan flecos de resentimiento en la memoria; sin embargo el perdón de DIOS en JESUCRISTO es una blanqueo total de nuestras vestiduras en la sangre del CORDERO (Cf. Ap 7,14), por el que somos hechos nuevas criaturas ante DIOS para toda la eternidad. Lo mejor dado por  DIOS en esta vida será el núcleo de nuestra identidad en el más allá.

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