Los Juegos Olímpicos de París, que comenzaron con una blasfemia contra la Última Cena, terminaron con una extraña ceremonia de clausura.
Los cinco continentes se presentaron como un mundo frágil, lleno de niebla y polvo, artificial y misterioso. Los anillos olímpicos se transformaron en una especie de portal astral que se abría.
Un «Viajero Dorado» con dos cuernos y cabeza de pájaro aterrizó en la tierra desierta. Su traje estaba hecho de 20.000 perlas relucientes, que brillaban como un sol.
Sus exploradores eran figuras embozadas, sin rostro y con trajes grises.
Poco después de que el «Viajero dorado» descendiera al estadio, Benjamin Bernheim cantó el pagano «Himno a Apolo». Le acompañaba Alain Roche, que tocaba un piano suspendido en el aire.
El Viajero Dorado saludó a una estatua decapitada de una sola ala llamada la Victoria Alada de Samotracia. Esta estatua se elevó hacia el cielo mientras la figura de cuernos dorados miraba.
¿Quién era, qué representaba ese personaje que «bajaba de los cielos»?
PARIS, FRANCIA.
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