María forja la virtud para que nada nos impida hacer el bien

Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Frente a las posturas extremas y los radicalismos que aumentan las tensiones, agresiones y descalificaciones, debemos buscar en todo la mesura y el equilibrio para no atrincherarnos en los extremos y en las actitudes intransigentes que quitan la paz, erosionan el ambiente e imponen una visión ideológica en la que se cierra uno sistemáticamente a la comunión, a la verdad, a las evidencias y a los fundamentos de la vida.

Los extremos no son buenos, suelen ser peligrosos y muchas veces matan el alma, al llevarnos a un estilo de vida rijoso que desprecia la verdad y que va rechazando la bondad del diálogo y la escucha, que ponen las bases de la reconciliación y de una convivencia sana.

Para huir de los extremos, los antiguos proponían un modelo ético basado en la virtud, pues mientras las posturas extremas y radicales nos llevan a cerrarnos neciamente a la verdad, nos alejan de los demás, nos radicalizan en las posturas y provocan la confrontación, la virtud busca siempre abrirnos a la verdad, acortar distancias y buscar el equilibrio, al ponernos en el justo medio.

Por eso, en la vida cristiana, además de aceptar y vivir los valores cristianos y evangélicos, buscamos edificar nuestra existencia en la virtud. Así la define el Catecismo de la Iglesia católica: “La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas” (n. 1803).

Comulgamos con los valores cristianos y buscamos hacer el bien y practicar la justicia, pero hace faltar forjar estos hábitos para que nuestras buenas acciones estén sostenidas por esta disposición habitual que nos permita hacer el bien, a pesar de los obstáculos que encontremos en el camino.

Hablando de algunas virtudes concretas, Santo Tomás de Aquino sostiene que: “La virtud de la fortaleza se manifiesta en dos tipos de actos: acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades de modo que no nos lleven a la tristeza”.

Por su parte, para Chesterton: “Esperanza significa tener esperanza cuando las cosas no tienen esperanza, o no es ninguna virtud… Mientras las cosas sean realmente esperanzadoras, la esperanza es mera adulación o tópicos; sólo cuando todo es desesperado, la esperanza comienza a ser una fuerza”.

Frente a este ambiente de tensiones, agresiones y descalificaciones debemos forjar una vida virtuosa para que nos afiancemos en la fortaleza, en la esperanza, en la nobleza y pureza en el corazón. Este ambiente beligerante que vivimos provoca que se pierda la paz, la esperanza, el respeto y la confianza ante tantas mentiras, ante los abusos de confianza, extorsiones, robos, asesinatos y tanta violencia.

Se va perdiendo la nobleza de corazón al constatar que no todas las personas tienen buena intención y abusan de la bondad de los demás. También los peligros y riesgos que se corren provocan que las personas se vayan al extremo y se pierda la nobleza y pureza de corazón, tan necesarias para construir una vida virtuosa.

La virtud, que nos ubica en el justo medio, desarrolla la fortaleza espiritual ante estos ambientes adversos y hace posible que no perdamos la pureza de corazón. Por supuesto que en este ambiente de confrontación y descomposición social que estamos viviendo no podemos ser ingenuos, precisamente porque muchas personas irrumpen agresivamente en nuestra vida, se burlan, mienten y abusan de nosotros. Pero a la hora de estar atentos para que no seamos engañados y burlados, no podemos perder la pureza de corazón.

Tenemos que aprender a ver con cariño y respeto a las personas; estar preparados -insisto- para que no nos tomen el pelo y no nos vayan a engañar. Pero, independientemente de la intención perversa que tengan las personas, uno no se puede exponer a perder la pureza de corazón.

Dentro de la espiritualidad cristiana, la devoción a la Santísima Virgen María impulsa la vivencia de las virtudes. Regularmente las personas que aman a María y le tienen una devoción especial se hacen personas virtuosas. Es decir, no hacen únicamente cosas buenas, sino que desarrollan ese hábito de vivir en el bien.

Las personas que aman a María han sabido integrar maravillosamente la fortaleza y el carácter. Muchos se burlan y critican la piedad mariana porque piensan que es puro sentimentalismo y que se trata únicamente de devociones.

Pero cuando uno ve los efectos que causa María en los fieles queda uno sorprendido. Podemos referirnos a San Maximiliano María Kolbe, un sacerdote entrañablemente mariano que se definía como el caballero de la Inmaculada. Decía que quería ser polvo para que el viento lo llevara a todo el mundo para hablar de María y llevar el evangelio.

Era una persona notablemente mariana que tenía al mismo tiempo carácter y fortaleza. Por eso, en los campos de concentración mantuvo la esperanza de muchas personas y en los momentos más críticos tuvo la fortaleza, que da María, para ofrecer su vida a fin de salvar a un padre de familia.

Si la devoción a María fuera puro sentimiento no se lograría esa fortaleza como la que han tenido los santos y como la que manifestó, en un momento crítico, este sacerdote polaco.

De ahí que los que sienten que son débiles en el carácter, los que consideran que el miedo los paraliza, los que reconocen que necesitan fortaleza espiritual, deben buscar a María que logra ese equilibrio para que forjemos el carácter y alcancemos la fortaleza cristiana, especialmente en estos tiempos de tantos peligros, y para que, a pesar de la maldad, nunca perdamos la nobleza y pureza de corazón.

Estamos expuestos a tantas cosas: a que alguien nos quede mal, a que alguien nos haga daño, a que alguien se burle de nosotros, y regularmente nos vamos al extremo respondiendo con la misma maldad. Entonces, de víctimas, pasamos a ser victimarios porque nos desborda el odio y entramos en la misma dinámica del mal.

María siempre hace virtuosas a las personas. Aun cuando hayamos sido tratados con desprecio e injusticia, aun cuando sean muy peligrosas muchas situaciones en este mundo, a ejemplo de la Inmaculada, nunca hay que perder la inocencia, la confianza, la esperanza y la pureza de corazón.

Queda claro que no podemos ser ingenuos, pero no por eso tenemos que envenenar el corazón. A través de María, como lo vemos en la vida de los santos, se alcanza ese equilibrio que integra la nobleza y el carácter, la bondad y la fortaleza, la pureza y el valor.

El sufrimiento y las dificultades suscitan siempre rechazo. Sin embargo, las aflicciones y dolores nos dan ocasión de ejercitarnos en la virtud, como lo vemos en estos casos bíblicos: las pruebas que cayeron sobre Job, lo hicieron una persona recta; la ceguera formó y santificó a Tobías; la calumnia inmortalizó a José; la persecución purificó a David; los leones dieron a conocer la virtud de Daniel.

Se espera de nosotros un testimonio para romper esta espiral de miedo, violencia y agresiones. Hablando de los primeros cristianos decía San Justino: “aquellos ignorantes e incapaces de elocuencia, persuadieron por la virtud a todo el género humano”.

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