Madre nuestra, ruega por nosotros

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Invocar a nuestra Madre Santísima, siempre será un deleite y más para quienes creemos y contamos con su intercesión. El 7 de octubre de cada año celebramos a Nuestra Señora del Rosario, pero cada día recibimos de su intercesión grandes beneficios que Dios regala a manos llenas. De María Santísima se han escrito tantos elogios, porque Dios miró su humildad.

En los primeros siglos de nuestra era, los cristianos buscaron conocer los detalles de la existencia terrena de Jesús, todo aquello que los ayudara a vivir en comunión con Él, también tanto a lo que se refería a su nacimiento como a los primeros años de su vida. En su búsqueda se ha encontrado esta gran noticia: “El Señor Jesús nació virginalmente de María, la llena de gracia, por obra del Espíritu Santo”. Después de su búsqueda ellos afirman que Jesús nació de María, el Hijo del Altísimo, enviado por el Padre para salvar a todas las naciones”.

Con prontitud los primeros cristianos la veneraron como la Madre de Jesús, sabían y afirmaban que fue llevada en cuerpo y alma al cielo, le invocaban como la llena de gracia de Dios, la portadora de Cristo, modelo de fidelidad y de amor. Como Madre, después de la muerte de Jesús, recogió amorosamente a los apóstoles y juntos permanecieron firmes en la fe y en la oración. Para ellos María fue modelo y como madre se mostró protectora en el seguimiento de Cristo y asi, juntos recibieron al Espíritu Santo.

Entre tantos que reconocían esta maternidad divina, se encuentran los Padres griegos, quienes hicieron un eco muy especial en sus escritos. De la Virgen María se refieren:

  1. San Ireneo de Lyon dijo: “El hecho de nacer realmente de María, es la prenda de que Él es el Hijo y descendiente de Adán, cuya simiente había de asumir para poder transformarla en lo que él es como Dios. Por eso su carne es la misma carne de María, hija de Adán.
  2. Eusebio de Cesarea dijo: “El título Madre de Dios es una manera común de llamar a María y es la conclusión de un uso que por una parte apunta a la acción del Espíritu en el seno virginal, y la otra al fruto de su carne , es decir, al niño que lleva en su vientre”.
  3. San Atanasio comenta de ti: “El título Theotókos es garante de la unión en Jesús entre lo divino y lo humano, realizada en tu seno, María, y por ende, éste es signo de nuestra salvación en Jesucristo”.
  4. San Basilio de Cesarea: en un único texto él dice de ti: sobre la maternidad real en la carne, contra los docetas y algunos apolinaristas, Basilio muestra exegéticamente que San Pablo (Gal 4, 4) no escribe que Dios hubiese enviado a su Hijo de modo que pasase a través (dia) María, sino para que naciese de (ex) María”.
  5. San Gregorio Nacianceno afirmó: “Quien no confiesa Theotókos Madre de Dios a María, está fuera del plan salvífico del Padre, así como quien afirma que Cristo “pasó a través de la Virgen por un canal, y no que fue plasmado de ella de una manera divina y humana (divinamente en cuanto sin varón, humanamente en cuanto según la ley de la gestación) es igualmente sin Dios”. Y exalta a María diciendo: “Jesús nació de la Virgen María de manera inefable y sin impureza alguna. Porque, en efecto, no puede haber nada manchado ahí en donde se encuentra el Dios de quien procede la salvación”.
  6. San Cirilo de Alejandría: Él prefería llamarte Santa Virgen y comenta: “Si el Señor Nuestro Jesucristo es Dios, ¿cómo puede no ser Theotókos la Santa Virgen que lo engendró en la carne?
  7. Proclo de Constantinopla afirma de una forma hermosa: “María es Madre de Dios porque de ella nació no un Dios desnudo, ni un puro hombre; sino el Dios y hombre que convirtió en puerta de salud la que había sido portón del pecado”.

Esta breve descripción, pero profunda de la grandeza de María provoca en todo creyente, hijo de la Virgen María, ese deseo de acudir a ella en toda circunstancia, especialmente pedirle en este tiempo de pandemia, que interceda por nosotros para que esta experiencia social nos permita acercarnos más a Jesús, su Hijo y por ella, pronto logremos vencer no solamente el virus de la enfermedad, sino también, el virus de la violencia, del sin sentido de la vida, de la búsqueda sólo de lo fácil, de la apatía por los verdaderamente relevante, en fin, el virus de la cultura de muerte tan impregnado en nuestra sociedad y, no sólo de la juventud, sino también de las personas que han optado por vender su vida a cambio de la perdición.

Imitemos a María Santísima en su SÍ generoso, que implicó toda su vida a vivir con plenitud la Misión que Dios le encomendó y que ahora continúa ofreciendo su intercesión maternal a toda la humanidad. Como ella y los apóstoles, seamos responsables de nuestra vida y preocupémonos de servir a los demás compartiendo con el otro el Evangelio que genera vida en nosotros.

Madre Santísima,
Madre de Dios
y Madre Nuestra,
¡ruega por nosotros!

Con información de Gaudium/Editorial

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