En los santos -los que honramos en los altares y los «de al lado» con los que convivimos cada día- reconocemos a los hermanos y hermanas formados por las Bienaventuranzas: pobres, mansos, misericordiosos, hambrientos y sedientos de justicia, constructores de paz – dijo el Santo Padre durante las reflexiones previas al rezo del Ángelus del día de Todos los Santos.
Al principio, el Papa subrayó que las bienaventuranzas evangélicas son prueba de la identidad del cristiano y camino hacia la santidad. El Señor Jesús nos muestra el camino de amor que Él mismo recorrió primero, haciéndose hombre. Para nosotros es a la vez «el don de Dios y nuestra respuesta».
Es un don porque Dios realiza nuestra santificación. «Él nos sana con su gracia y nos libera de todo lo que nos impide amar como Él nos ama», dijo el Santo Padre. Añadió que la santidad no es impuesta por Dios al hombre, sino ofrecida.
«Él lo siembra en nosotros, nos permite saborearlo y ver su belleza, pero luego espera y respeta nuestro ‘sí'», afirmó.
Señaló que Dios «nos deja la libertad de dejarnos guiar por sus buenas inspiraciones, de involucrarnos en sus designios, de asimilar sus sentimientos y de ponernos, como Él nos enseñó, al servicio de los demás, con un amor cada vez más universal, abierto y dirigido hacia todos, hacia el mundo entero.»
Como ejemplo de tal actitud, el Papa señaló, entre otros, a san Maximiliano Maria Kolbe, quien en Auschwitz pidió ocupar el lugar del padre de familia condenado a muerte.
«Son personas ‘llenas de Dios’ que no pueden ser indiferentes a las necesidades de sus vecinos», dijo Francisco.
CIUDAD DEL VATICANO.
VIERNES 1 DE NOVIEMBRE DE 2024.