Ya sabemos que no podemos volver a citar el historial abortista de Biden ni sus compromisos para mantener el aborto como ley de la tierra aunque el Tribunal Supremo revierta la sentencia que lo convirtió en “derecho constitucional”. Era una promesa electoral, no ha engañado a nadie, así que buena parte de la opinión católica mundial ha tratado de convencernos de que sí, que eso está mal y es deplorable, pero que no debemos ‘obsesionarnos’, que es el primer presidente católico desde Kennedy, y que lo verdaderamente malo eran las políticas restrictivas de la inmigración ilegal del “hombre que construye muros” (que no construyó ninguno).
Se diría que el mayor genocidio legal y generalmente admitido de nuestro tiempo, el de los niños en el vientre de sus madres por respetables profesionales, con las bendiciones de la ley y por instrucciones de sus madres, es un pecadillo nimio que se puede y debe pasar por alto, algo que no hace bueno a Trump por luchar contra él ni del todo malo a Biden -y a esa “buena noticia” (COPE dixit) que es Kamala Harris- por esforzarse en perpetuarlo y extenderlo.
Lo importante, curiosamente, es que el gobierno del país más poderoso de la tierra premie la ilegalidad, al menos en lo tocante a pasar la frontera desde el sur. Es extraño, cuando menos, porque si en algo ha insistido Su Santidad es en la importancia de obedecer la ley. A quienes no obedecen las orwellianas, caprichosas y cambiantes restricciones contra la pandemia les ha llamado “egoístas”, así como al que pone cualquier objeción a la vacuna.
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Hay que hacer lo que nos mandan las autoridades, una exhortación que hizo en su día extensible a los católicos chinos, para quienes esas autoridades son enemigos jurados que no ocultan su intención de hacerles desaparecer. En cambio, saltarse la ley que impone un proceso regular para entrar en un país no es en absoluto ilícito, al parecer, ni debe merecer sanción alguna.
Es confuso. Porque si del aborto o la ideología de género hemos decidido no hablar demasiado ni usarlos para calificar un régimen, al menos sí había un asunto en el que Su Santidad ha insistido, como es justo y necesario, hasta el hartazgo: la paz.
El Santo Padre ha insistido en pocas cosas tanto como en la necesidad de la paz, de arreglar cualquier conflicto mediante el diálogo y la escucha atenta. Incluso ha sido su respuesta estándar para venezolanos y hondureños, víctimas de la represión de regímenes tiránicos. Por eso es peculiar que desde la Santa Sede no haya llegado nunca un aplauso al casi heroico historial de Trump en ese aspecto.
Pero no embarazoso ahora es que en el primer día de mandato, nuestro católico Biden ha enviado tropas a los distintos escenarios bélicos de Oriente Medio y, en concreto, una incursión en Siria, un país en el que los cristianos han sufrido una persecución indecible precisamente de los grupos que en esta guerra son aliados de Estados Unidos.
Con información de InfoVaticana/Carlos Estaban